Good morning, Spain, que es different
Como
en la dictadura lo fue José Antonio Primo de Rivera, Rajoy ha devenido en el
gran ausente de nuestros días, bien porque está de viaje por esos mundos
llevando la buena nueva de la “Marca España” (a veces bien visible debajo del
brazo) y aceptando los encargos que le quieran encomendar, o bien porque
permanece recluido en La Moncloa, concentrado en leer la prensa deportiva
esperando encontrar en el futbol como portador de valores eternos, las tácticas
para no dejarse meter goles por una oposición sin delantera ni banquillo.
A
Rajoy no le gusta informar en el Congreso ni dar cuentas de sus actos de
gobierno; envía comunicados, evita las ruedas de prensa huyendo por la puerta
de atrás o las concede sin preguntas -¡qué se han creído estos becarios!-,
comparece ante los periodistas por televisión, disimula cuando le preguntan y
cuando habla es peor, porque utiliza una retórica sin sustancia, repite tópicos
y frases manidas, así que deja la obligada información del Gobierno como una
labor residual a sus primeros espadas: la vicepresidenta, la marisabidilla de
la comedia que marca el orden del día, respaldada por Cospedal, que va en
vanguardia de lo hecho y sobre todo de los deshecho en su laboratorio manchego,
seguida por González Pons y Floriano, el nuevo dúo sacapuntas que glosa a su
modo el argumentario que sale de la sede de Génova, y por el comentario de
algún que otro espontáneo o espontánea (Aguirre, Botella, Mato, Pujalte) para
que la atención del estragado público no decaiga.
Mientras
tanto, Rajoy, en lontananza, se esconde y gobierna desde lejos, y pone en
práctica un estilo de liderazgo indolente y distante. Ante el caudillaje gritón
y autoritario de Aznar, imbuido de estilo militar pero al frente de la tropa,
Rajoy asume el modelo del telelíder desde retaguardia. Ante el modelo
castrense de Aznar, el suyo es un liderazgo con talante episcopal. Y esa es la
razón de su éxito.
Aparenta
que no dirige el país ni el Partido, que flota sobre las revueltas aguas
internacionales y sobre las intrigas de sus compinches, adulando a unos y a
otros -Matas, Camps, Fabra, Bárcenas, Rato- o alejándose discretamente de
compañías hoy molestas y ayer necesarias, mimetizado con el escenario como un
camaleón administrativo y dejando que pase el tiempo y se imponga la inercia de
las cosas. Simula que no gobierna el país, que permite actuar a los ministros y
que obedece a Merkel.
Ha decidido utilizar de
forma extrema el tópico del gallego: de Rajoy no se sabe si sube o si baja; si
va o si vuelve; da la impresión de que no se mueve, pero él sabe a dónde va y a
donde nos quiere llevar.
26-10-2014
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