jueves, 3 de diciembre de 2015

EL NEGRO CORAZÓN DE WALL STREET


Vivimos en tiempos salvajes y paradójicos, en los que no sólo se han derrumbado regímenes políticos de dimensiones continentales, se han alterado sistemas económicos completos, se han trastocado fronteras y erosionado principios fundamentales de las sociedades, que estaban sustentados en grandes ideologías, sino que los utilitarios valores (a veces simples consignas políticas o lemas publicitarios) que, en los países desarrollados occidentales, los han sustituido para servir de doméstico aglutinante social, son desmentidos cada día por la fuerza de los hechos. La legitimación del ya omnipresente sistema capitalista va contra los acontecimientos, que niegan, más pronto que tarde, lo que los discursos de sus defensores afirman. Los aparentemente indiscutibles valores de la empresa privada -racionalidad, agilidad, innovación, flexibilidad, competencia, eficacia- y las cualidades del mercado -información, libertad, competencia, transparencia- en que se apoya el discurso económico dominante, acaban de recibir una serie de golpes demoledores en Estados Unidos, el país que mejor los representa.

Mundos opacos
Una de las evidencias de la abismal distancia que separa los principios doctrinales del liberalismo económico de las prácticas habituales de sus agentes la podemos hallar en el mercado financiero, que es hoy día el factor más dinámico del capitalismo extendido a escala mundial y el más claro exponente de la lógica del sistema; el mercado financiero es ya simplemente el mercado. Pero la Bolsa, el mercado de capitales, no representa un mercado libre y transparente, donde los inversores adecuadamente informados dirigen, en buena lógica capitalista, su dinero hacia las empresas que gozan de buena salud y presentan mejores expectativas a largo plazo, sino un mercado opaco y enloquecido, dominado por el beneficio a corto plazo y por operaciones especulativas cuyo secreto conocen unos pocos. Hemos podido observar como cotizaban a la baja las acciones de empresas con un sólido patrimonio y un funcionamiento regular, mientras subía como la espuma el precio de las acciones de empresas de novísima tecnología que contaban con poco más que con un nombre sonoro y, al parecer, magníficas posibilidades de negocio en el futuro. Desde hace un año las principales bolsas del mundo se han desplomado, impulsadas hacia el abismo por el vertiginoso descenso de las empresas de la llamada nueva economía, de la economía en la era de Internet, que muestran así su verdadera dimensión, aunque después de haber llenado los bolsillos de unos cuantos avispados directivos, capaces todavía de vender humo a precio de oro y de engañar a algunos de los más versados “tiburones” del mercado (la compra de Lycos por Terra, la filial de Telefónica, mostró a Villalonga como un ambicioso pardillo, que jugaba, naturalmente, con dinero ajeno).
A consecuencia de la investigación suscitada en los EE.UU. por el escándalo de la empresa de telefonía Worldcom, cuyo presidente se había hecho con un paquete de más de 800.000 acciones de varias empresas antes de que empezaran a cotizar en Wall Street, se ha podido conocer de primera mano algo que ya se sospechaba. En un informe elaborado por dos empleados de la empresa inversora Salomon, Smith & Barney se cuenta como ésta y otras compañías del ramo ofrecían a clientes selectos información confidencial para poder comprar títulos con ventaja sobre otros inversores. Así, la manipulación del mercado bursátil junto con la complicidad política y el tráfico de influencias, la información privilegiada, el maquillaje financiero o la contabilidad creativa se han revelado prácticas muy extendidas en el llamado capitalismo de casino -pero con trampas- o en la economía de amiguetes, que tiene como fin enriquecer a los directivos de las empresas a costa de engañar a los accionistas y a los empleados, y de burlar, además, al fisco. Y con la pérdida de integridad y de transparencia de la Bolsa ha quedado en entredicho la pretendida capacidad autorreguladora del mercado de capitales, de tal manera que, aun contraviniendo las actitudes ultraliberales que caracterizan al Gobierno republicano, George W. Bush ha anunciado su intención de reformar las leyes para duplicar las penas de cárcel para los directivos corruptos y crear una comisión federal para investigar estos delitos económicos.  
Las dificultades financieras de Worldcom y sobre todo de Enron, cuya crisis es para algún analista norteamericano tan significativa como el atentado del 11 de septiembre del año pasado, han sido los dos avisos más serios sobre el rumbo que está tomando la economía norteamericana, pero no han sido casos únicos, pues la lista de empresas enredadas en prácticas poco ortodoxas es muy larga: además de Enron (la séptima compañía de EE.UU.) y Worldcom (segunda operadora de telefonía) están, entre otras, Dynegy (rival de Enron), Arthur Andersen (auditora de Enron, Worldcom, Global Crossing y Halliburton), Duke Energy, Adelphia (sexta empresa de televisión por cable), Xerox (la primera fabricante de fotocopiadoras del mundo), Merrill Lynch (el primer broker de EE.UU.), Rhythms NetConnections, Qwest Communications (la cuarta de EE.UU.), Tyco International, Merck, Global Crossing, Bristol-Myers, Enterasys, Computer Asociates, Kmart, Imclone Systems, Peregrine Systems, Network Asociates, Lucent, Rite Aid, AOL Time-Warner y Halliburton Corporation, la compañía petrolera de la que fue presidente el actual vicepresidente Dick Cheney, que está acusado de fraude. Hasta un total de sesenta grandes compañías están siendo investigadas por la Securities and Exchange Comission (SEC), la agencia norteamericana equivalente a la Comisión Nacional del Mercado de Valores, por si sus actividades constituyeran delito, y los máximos responsables de las 690 grandes compañías que cotizan en Bolsa y que facturan más de 1.200 millones de $ anuales -entre ellas Rolls Royce, IBM, Aegon, Cable & Wireless- han debido jurar que sus cuentas reflejan realmente la situación de las empresas, y luego deberán hacerlo las casi 17.000 empresas que cotizan en Bolsa, incluidas las extranjeras. Pero se han conocido casos semejantes en Europa: Francia (Vivendi, France Telecom), España (BBV, Telefónica), Suiza (AAB), Austria (un holding de grandes bancos), por no hablar ya de Italia, donde el Jefe del Gobierno, Silvio Berlusconi, está modificando de prisa y corriendo la legalidad vigente, porque de aplicarse (que no se aplica) podría llevarle a la cárcel por sus irregulares actividades financieras. 
Por lo que respecta a Worldcom, la segunda operadora de telefonía a larga distancia de EE.UU. (trabaja con más de sesenta países), sus directivos presentaron, en el 2001, unos beneficios ficticios de 1400 millones de dólares y transformaron, con malas mañas contables, 3.850 millones de gastos en 3.850 millones en inversiones de capital a largo plazo. Según expertos, la compañía tendrá que rebajar en 52.000 millones de euros su inflado valor contable y es dudoso que pueda remontar la situación de quiebra. De momento, está en suspensión de pagos y, dejando aparte las sanciones económicas o penas de cárcel que puedan recaer sobre los responsables de este fraude, el destrozo es de tal magnitud que 17.000 de sus 67.000 trabajadores van a ser despedidos. 
El caso de la compañía eléctrica Enron es más complejo, puesto que presenta un comportamiento fraudulento en varios ámbitos. Por la parte contable, sus responsables, a través de una complicada red de empresas filiales, hincharon de manera artificial los beneficios para ocultar a los accionistas su nivel real de endeudamiento, y por la parte  productiva, manipularon los precios y utilizaron diversas tácticas para generar excesos de demanda energética en California mientras exportaban electricidad fuera del estado con el fin de producir cortes y restricciones en el suministro. Falta decir que, al mismo tiempo que tales operaciones provocaban la quiebra de la empresa, más de ciento cincuenta altos ejecutivos de la compañía se hacían millonarios.

Piratas de confianza
Cuando el discurso empresarial adopta un tono pedagógico y paternal sobre los fines sociales del beneficio privado utiliza con frecuencia una figura retórica que alude a la (presunta) afinidad de intereses entre los trabajadores, la dirección y los accionistas. Según esta metáfora, una empresa es una nave en la que todos caben y de cuya travesía, aunque tengan funciones distintas, todos obtienen ventajas. Lo importante, por tanto, es llegar a buen puerto. La metáfora de la nave presupone la confianza entre todos los componentes de la empresa y busca mejorar la colaboración de todos los navegantes, desde el capitán hasta el grumete. Pero hoy, la intención pedagógica de este discurso tiene que cambiar, especialmente en sus conclusiones, en la vieja moraleja, porque, a la luz de la experiencia, los capitanes de empresa ya no merecen la confianza de la tripulación ni de los armadores -los accionistas-, porque son verdaderos piratas que desvalijan su propio barco antes de echarlo a pique y huir con el botín (generalmente a un paraíso fiscal).
En un momento en que la globalización económica está impulsada por actividades que cuentan con cuatro rasgos esenciales -inmediato, inmaterial, permanente y planetario- como señala Ramonet en Un mundo sin rumbo, la influencia del mercado de capitales, que ya es continuo, se ha vuelto determinante en economía, y por tanto, para las grandes empresas es fundamental llegar a cotizar en Bolsa. Para ello es importante mostrar una imagen saludable de su situación económica, y con tal de lograrlo ofrecen a sus directivos unos estímulos desorbitados, como las opciones de compra de acciones (stock options) entre otros, lo cual ha acabado pervirtiendo el propósito inicial, pues falsear los datos contables para ofrecer una buena imagen pública de la empresa y conseguir que suba el precio de sus acciones se ha convertido en una práctica demasiado extendida entre los directivos de grandes empresas.  
El economista Paul Samuelson señalaba el pasado verano (El País, Negocios, 25-VIII-2002): Lo que los recientes escándalos enseñan es que, en realidad, las opciones sobre la adquisición de acciones han servido para tentar a los directores generales para que hagan aquello que a la larga lleva a las empresas a la bancarrota en vez de convertirlas en un negocio más eficaz que proporcione trabajo a más gente. Esta es la forma de sacar partido al juego de las opciones sobre acciones: creas falsos beneficios y luego las vendes a quien suspira por tus propios millones, mientras los empleados y los acreedores encajan el golpe.
Así, las empresas se embarcan en operaciones financieras muy arriesgadas, que las hacen crecer artificialmente y alcanzar altas cotizaciones en Bolsa, pero luego viene la manipulación de la contabilidad para ocultar los reveses y el dinero desviado hacia los altos directivos. Las tretas contables, la ingeniería financiera, la contabilidad creativa, el maquillaje contable o como se quiera llamar a esa manipulación de los libros no tiene otra finalidad que ocultar, o posponer el descubrimiento, de lo que luego se revelan como estafas y quiebras fraudulentas, porque en gran parte de los casos, la ruina de las compañías ha ido acompañada por un rápido y desmesurado enriquecimiento de sus consejeros, de su presidente o de una parte de sus directivos.
Poco tiempo antes de que Nortel, empresa fabricante de productos de telecomunicación, anunciara un plan de reajuste con despidos de empleados, su director financiero, Terry Hungle, aumentaba ilegalmente su plan de jubilación con un aporte de 380.000 euros procedentes de la caja de la empresa. La empresa helvético-sueca ABB informa de que sus dos presidentes se habían asegurado unas pensiones de 155 millones de euros, muy por encima de las que les correspondían legalmente. Adelphia ha suspendido pagos porque el fundador y sus tres hijos habían utilizado la empresa como su banco particular y habían destinado 3.100 millones de dólares a otros negocios, entre ellos a comprar decenas de apartamentos en Manhattan y a construirse un campo de golf.
El presidente de Tyco International, Dennis Kozlowsky, procesado de momento por tomar un millón de dólares de la empresa para comprar cuadros, también ha recibido de la compañía préstamos sin interés por valor de más de cien millones de dólares. El presidente de la farmacéutica Imclone está acusado de vender acciones de la compañía al tener información confidencial sobre la probable desautorización de un fármaco anticanceroso que la empresa produce.
Bernie Ebbers, el presidente de Worldcom, se había concedido un préstamo (con dinero de la empresa, naturalmente) de 375 millones de dólares con el que había comprado un rancho gigantesco (66.000 hectáreas) en Canadá. Scott Sullivan, exdirector financiero de la quebrada Worldcom, se está construyendo en Florida una mansión valorada en más de 50 millones de dólares.
El presidente de Global Crossing, conocedor de la mala situación de la empresa y sin informar de ello a los accionistas, vendió sus títulos y se embolsó 630 millones de dólares antes de que la empresa quebrara. Parte del botín lo ha invertido en construirse una casa en Los Ángeles valorada en 65 millones de dólares. También es escandaloso el caso del presidente de Enron, Kenneth Lay, que alentó a los empleados a comprar acciones de la empresa mientras él, conociendo su situación real, vendía las suyas.
En Francia, a Vivendi le ha costado 20 millones de dólares de indemnización el despido pactado de J. M. Messier, el presidente que la ha llevado al desastre.
Según indica Rosa Townsend (El País-Negocios 28-VIII-2002) los presidentes ejecutivos de las veinticinco mayores compañías norteamericanas que se hallan en suspensión de pagos han recibido en conjunto unas liquidaciones de 3.300 millones de dólares, a pesar de haberlas hundido y de haber provocado el despido de más de 100.000 empleados. Lo que ante los ojos de la gente corriente parece el mundo al revés y un premio a la incompetencia, lo señalaba Samuelson en el mismo artículo: el pueblo llano nunca ha comprendido la realidad; las opciones sobre acciones son la principal razón de por qué en el 2002 los directores generales ganan 400 veces más que el sueldo medio de un empleado, mientras que en los años 80 era 40 veces superior.
En cuanto a remuneraciones, merece citarse el caso de la “jubilación de oro” del presidente de la General Electric, Jack Welch, cuya fortuna se calcula en unos 900 millones de dólares. En el 2000, su último año en activo en la compañía, percibió una remuneración de 16 millones de dólares, y tras jubilarse ha quedado como asesor externo por la módica cantidad de 86.500 dólares por 30 días anuales de trabajo y 17.000 dólares más por cada día adicional dedicado a la empresa. Puede utilizar, además, sin cargo los aviones y helicópteros de la compañía, un coche con conductor para él y para su mujer, utilizar un piso de la empresa en Manhattan con todos los gastos pagados, así como los de sus otras cuatro residencias en EE.UU., incluyendo facturas de teléfono, ordenadores y un mobiliario en el que General Electric se ha gastado 7,5 millones de dólares. Por si fuera poco, había pactado el pago de facturas de los restaurantes y tenía asiento reservado, también a cargo de la compañía, en partidos de baloncesto, de base ball, en los campeonatos del Open de tenis y de Wimbledon y en la ópera de Nueva York. Las cláusulas de este acuerdo secreto de jubilación con General Electric han sido desveladas por la mujer de Welch en su demanda de divorcio (cherchez la femme).
Como no son casos aislados, y aunque no se conoce la extensión de este fenómeno dentro y fuera de los EE.UU, no es difícil entender que o bien se trata de un capitalismo desprovisto de cualquier resto de la ética que Weber le atribuyó en sus comienzos y que, abandonada ya la moral fundacional -la rigurosa moral del pionero-, actúa impulsado por un lógica que reposa en un hedonismo compulsivo y en la búsqueda desenfrenada de dinero y poder sin reparar en medios, o bien que los chanchullos son consustanciales con el sistema, como ya lo había advertido Marx, en 1873, en el postfacio a la segunda edición de El Capital: Desde 1848, la producción capitalista comenzó a desarrollarse en Alemania, y ya hoy da su floración de negocios turbios. 

José M. Roca
24 de octubre del 2002, para la revista Tiempos salvajes



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