Good morning, Spain, que es different
En el televisado
debate cara a cara entre Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, el Jefe del Gobierno
hizo alarde de cara dura; le echó rostro a la noche y con bastante displicencia
presentó un balance de legislatura pródigo en bondades sin mezcla de mal alguno;
un conjunto de aciertos, arrastrando la pesada herencia de Zapatero, digno de un
gran estadista. De hacer caso a sus palabras resulta que, en estos cuatro años,
en los que parecía que gobernaba Sánchez y que Rajoy había estado en la
oposición, no ha habido recortes sino reformas estructurales, que, lejos de
representar mermas en las prestaciones del Estado del bienestar y en las
condiciones de vida y trabajo de millones de ciudadanos, en particular los asalariados
y los estratos económicamente más débiles, han supuesto claras mejoras. La
España descrita por Rajoy es la tierra de Jauja.
Según
él, han subido las pensiones, los salarios, se ha creado un millón de puestos
de trabajo, han aumentado las ayudas a la dependencia y a las mujeres, se ha
extendido el subsidio de paro, se ha cumplido con los objetivos de déficit, se
ha reducido la deuda del Estado central y la deuda pública. Y tampoco ha habido
rescate financiero de la banca.
Al Jefe
del Gobierno no le importó dejar por embusteros a algunos de sus ministros,
cuyas palabras utilizó Sánchez, con tal de vender su florido fin de legislatura,
que ha sido, ya digo, un milagro. Las cifras y las series que mostró Pedro
Sánchez no le sirvieron, porque corresponden a la España tenebrosa que muestran
los socialistas, frente a las que él exhibe, que son las propias de un gran
país, con una gran proyección internacional, además.
Perdió
la flema cuando Sánchez abordó el tema de la corrupción. Ahí quiso revolverse
hablando del ERE de Andalucía y de algún caso más, pero falto de argumentos
prefirió reprochar a Sánchez no haber sido el custodio de su decencia
presentando una moción de censura, y hacer del asunto un caso de alusión al
honor personal, exigiendo a Sánchez que rectificara. Lo que el socialista no
hizo.
Pedro
Sánchez estuvo brioso e incisivo, aunque en alguna ocasión no remató sus
argumentos, por ejemplo, en el caso de la banca rescatada con fondos públicos,
que, además, ha despedido a 70.000 empleados. O cuando Rajoy aludió a Narcís
Serra, como consejero de Caixa Cataluña, además de citar a Rato en Bankia, Sánchez
tenía el precedente de José Luis Olivas, ex presidente “popular” de la
Comunidad Valenciana, implicado en la quiebra de tres entidades bancarias (Bancaja,
Banco de Valencia, Bankia).
Sánchez
estuvo beligerante, pero su reacción ha sido tardía, pues mostró una
combatividad que ha faltado a lo largo de toda la legislatura, como Rajoy se lo
recordó, cuando dijo que, si tan grave le parecía el asunto de la corrupción,
tenía que haber planteado una moción de censura, y no lo hizo. Y ese será un
gran error político, que el PSOE arrastrará durante mucho tiempo: haber dejado
acabar tranquilamente la legislatura al gobierno más dañino de los últimos 30 años,
el que cuenta con más casos de corrupción entre sus filas y el que tiene el
presidente peor valorado de la etapa democrática, incluso entre sus propios
votantes.
Esa
actitud pasiva, que se concretó en la desastrosa “oposición responsable”, que
por no ser oposición no podía ser responsable, es difícil de entender en el
PSOE. Lo mismo ocurre con la resignada aceptación de las responsabilidades por
la situación dejada por Zapatero, que era consecuencia de la confluencia de la crisis
financiera internacional y el estallido de la burbuja inmobiliaria generada por
el modelo de crecimiento puesto en marcha por Aznar al llegar a la Moncloa, basado
en la liberalización de suelo público, en el crédito barato y en los estímulos fiscales
al sector de la construcción.
Siendo
fiel a su estilo, el Presidente Plasma ha hecho un bucle, pues concluye la
legislatura igual que la empezó: mintiendo. Para ganar las elecciones no dijo
lo que realmente pensaba hacer, sino que él y sus corifeos divulgaron lo que no
pensaban hacer; ahora, cuatro años después de aplicar con mano de hierro un
durísimo plan de austeridad sobre la población más indefensa, llega la hora de
hacer balance y niega lo hecho con unas cifras que son pura ilusión. Es decir,
mentir para llegar al gobierno y mentir al dejarlo, para poder volver a
gobernar. Creyó que echándole cara podría salir airoso del trance, pero Pedro
Sánchez, se la partió, metafóricamente hablando.
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