martes, 8 de diciembre de 2015

Tres aspirantes...

Good morning, Spain, que es different

 ... un excluido, una suplente y un ausente

Celebrado el esperado debate electoral “a cuatro bandas” (Sánchez, Iglesias, Rivera y Sáenz de Santamaría), en dos cadenas de televisión privadas -Antena Tres y la Sexta-, hay que decir que fue un buen espectáculo, ágil, interesante y entretenido; en cualquier caso, necesario.
Habiendo renunciado TVE a su función esencial de ser un servicio público para convertirse en un órgano de propaganda del Partido Popular, la labor de alentar la controversia entre partidos políticos durante la campaña electoral ha sido asumida por canales privados, los cuales eligen a los componentes con criterios que combinan el interés comercial -la cuota de pantalla- con el interés político nacional. Y eso se notó en el debate celebrado anoche, pues la elección de los ponentes se debía más a las expectativas de voto ofrecidas por las encuestas, que a la representación parlamentaria que ostentaban sus partidos.
De haberse tenido en cuenta esta circunstancia, Alberto Garzón, representando al tercer partido nacional, habría sido el quinto -no hay quinto malo- ponente de la noche. Lo cual abunda en la ya habitual exclusión de Izquierda Unida de los grandes foros, perjudicada por los efectos del sesgado sistema electoral que favorece el bipartidismo y ofrece ventajas adicionales a los dos grandes partidos en los medios de información de titularidad pública.
En buena lid, cada nueva confrontación electoral debería considerarse el inicio de una nueva época, y, por tanto, todos los concurrentes deberían disfrutar de las mismas oportunidades partiendo de cero, sin ventajas adquiridas en anteriores contiendas. 
En el debate de anoche, la intención inicial era enfrentar a Rajoy con los tres candidatos con más posibilidades de ocupar la Presidencia del Gobierno; enfrentar a tres jóvenes machos alfa con el viejo león, pero el viejo león, como ha hecho otras veces, rehuyó la pelea; es un viejo y astuto león que ejerce de rey de la selva a través de la tv de “plasma” y que ruge desde lejos. Gracias a tener la fuga como pieza fundamental de su estrategia, el viejo león ha llegado a donde está, mientras otros reyes de la selva, más jóvenes y ya destronados, se lamen las heridas. Rajoy, no. Pero ver los toros desde la barrera de Doñana fue un gesto feo, que dice muy poco del lema de la campaña electoral del Partido Popular “España en serio” -¿en serio?-. Fue un acto de cobardía disfrazado de olímpico desdén hacia los maltratados ciudadanos. Nada nuevo.
La Vicepresidenta, que, amparada en el argumento de que en el PP hay un equipo sobrado de gente preparada, acudió al debate para reemplazar a Rajoy, intervino con su habitual tono de marisabidilla y demostró que tiene la cartilla aprendida, pues recitó con firmeza los mantras de Génova -herencia recibida, situación difícil, mantener las pensiones, España crece, se crea empleo, ley de transparencia, unidad de España-, mintió con igual frialdad sobre lo que no pudo rebatir -rescate, deuda pública, déficits incumplidos, paro, corrupción-, se quejó de haber tenido que gobernar en solitario, olvidando los pactos ofrecidos por el PSOE, y acusó a Zapatero de no haber llenado lo suficiente la reserva de las pensiones, que el Gobierno ha vaciado con prisa (de 67.000 millones en 2011 a 34.000 en 2015).
Santamaría, que sacó a Pedro Sánchez casi dos minutos más de tiempo y unos segundos al resto, trató a sus oponentes como si fueran recién nacidos o recién llegados a España, y el único momento en que bajó la guardia fue cuando se trató el problema de la violencia machista.
Pedro Sánchez estuvo convincente sólo a ratos, pudo haber sido más incisivo con la Vicepresidenta, a la que puntualizó en ocasiones, pero mostró la debilidad congénita de los últimos dirigentes del PSOE.
Efectuó algunas propuestas interesantes, pero arrastra el vacío de cuatro años. En seis meses no se pueden levantar el legado de Zapatero y los efectos de la “oposición responsable” con que el PSOE ha disfrazado su desorientación y su pasividad ante el peor gobierno de España en décadas, las agresiones contra las clases subalternas, la corrupción y la manipulación de las instituciones realizada por el Partido Popular. El PSOE ha llegado al final de la legislatura consciente de que no ha hecho los deberes, y uno de ellos era proponer una moción de censura, en una legislatura que cabe de calificar de antológica, tanto por el fondo como por la forma de gobernar. La moción de censura era una batalla a plantear, que no se podía ganar, pero que, por mor de la “oposición responsable”, por ética y por estética, estaba por lo menos obligado a intentarlo, pues hay batallas políticas que hay que darlas, aunque sea para perderlas. Y la moción de censura era una de ellas.  
Como en ocasiones anteriores han hecho sus predecesores, Sánchez pidió el voto para el PSOE como el único partido capaz de derrotar al PP; el voto útil, de última hora, para recoger la cosecha de algo que no ha sembrado.
Iglesias y Rivera partían con la ventaja de ser nuevos en la plaza y carecer de experiencias de gobierno; son dos fuerzas que han modificado, o quizá deshecho, el bipartidismo y que seguramente obligarán a cambiar el sistema de representación política.  
Rivera salió fuerte, seguro, como con prisa, un tanto forzado en gestos, y quizá obligado por su trayectoria ascendente, se le vio impaciente. Estuvo resuelto, pragmático y propositivo. Mostró acuerdos puntuales con unos y otros (otra) y se esforzó en recalcar la diferencia entre lo que ofrece la nueva política, de Podemos y Ciudadanos, y la vieja política del PSOE y del PP, al que arreó un buen mandoble cuando mostró una página de periódico sobre el caso Bárcenas; esta es la causa, dijo, de que Rajoy no esté aquí. Un buen golpe de efecto.
Rivera ofreció una proyección nacional incluyente y su disposición a dialogar y a llegar a acuerdos por el bien del país. Se mostró como un gran reformista, del centro derecha neoliberal.
En el polo opuesto, por vestimenta y actitud, estuvo Pablo Iglesias, que manejó con habilidad la mezcla de cifras y datos sobre la legislatura para criticar al PP, aunque Sánchez también se llevó algún capón, con la prédica general que le es tan cara, retórica que le llevó a meterse innecesariamente en algún charco. Pero estuvo convincente y no disimuló su intención de robar votos al PSOE al señalar, en cuanto tenía ocasión, y tuvo muchas, el trecho que va de lo que dice el PSOE cuando está en la oposición a lo que hace cuando gobierna.
Favorecido por la suerte, pues fue el último que habló en el minuto final, tuvo el acierto de repasar de manera rápida lo que ha sido la legislatura y de lanzar un lírico mensaje de optimismo y de esperanza en el futuro.  

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