miércoles, 30 de diciembre de 2015

¿Podrá Podemos?

Good morning, Spain, que es different
Debilidades de la izquierda (3). Podemos

Es difícil hablar con acierto de Podemos, porque su naturaleza todavía es un enigma. Tiene su origen remoto en una espontánea movilización social devenida luego en efímero movimiento, del que surgen los círculos que inicialmente lo alimentan, aunque la estructura definitiva está por definir. Es una organización plenamente mimetizada con el cambiante escenario político español y europeo, pues, por una parte, está en proceso de formación, que parece condicionado por su aparición en la etapa de transición en que vivimos, y por otro, se adapta con facilidad a la inestable coyuntura política de nuestro país. Tanto por su ambiguo ideario y sus objetivos, como por su estructura organizativa y la forma en que ha crecido, que más que un partido es una alianza de alianzas locales, es un ente sincrético y proteico.
No se ajusta al patrón de los partidos de la izquierda radical de los años setenta, -cuadros dirigentes, línea política y sólida organización-; definido por principios teóricos, estrategia, táctica y línea de masas, pues, con eso y con voluntad, confianza en el triunfo y espíritu militante, las izquierdas se lanzaban a conquistar el mundo para los desheredados.
Podemos es distinto, porque se aparta de la vanguardia autoproclamada movida para el paradigma de la redención, que tiene como fin explícito la liberación de las masas asalariadas, transformadas en sujeto revolucionario -el proletariado- a través de la actividad política, sino que surge también como vanguardia autoproclamada -la Operación Coleta- pero de una movilización social existente, en concreto de las acampadas del 15-M-2011, que ha convertido en su mito fundacional. 
Sin embargo, a pesar de considerarse el partido de los indignados no existe un mandato ni una relación directa entre las asambleas de los movilizados en mayo de 2011 y su aparición como partido en enero de 2014 para contender en las elecciones europeas de mayo, sino la acertada percepción del estado de ánimo de la ciudadanía, que no parecía inquietar ni al PSOE ni al PP.
Podemos supo captar las causas de la indignación de la gente que se movilizaba contra las medidas de austeridad, primero, de Zapatero, y luego de Rajoy, y hablar con lenguaje llano de los problemas que preocupaban a los ciudadanos: los recortes, el deterioro de lo público, la depreciación salarial, el paro, el saneamiento de la banca, el rescate financiero, la corrupción, la crisis de las instituciones y del régimen bipartidista, que, por interés del PP y despiste del PSOE, no figuraban en la agenda de los dos grandes partidos.
Desechó el eje izquierda y derecha, que oponía categorías políticas obsoletas, y se situó en el eje arriba y abajo, que expresa el conflicto entre el pueblo y la casta; reusó definirse como un partido de clase para ubicarse como partido de la gente y moderó un lenguaje inicialmente radical para irse aproximando a las inquietudes de las nuevas generaciones de clases medias urbanas, progresistas, instruidas y expertas en el uso de las tecnologías de la comunicación, que, en una coyuntura muy favorable para preocuparse por los problemas comunes, han hallado en Podemos el vehículo idóneo para acercarse a la política.
No obstante, la novedad de su estructura, que desde el asambleísmo callejero tiende al centralismo y a la personalización para llegar a las instituciones, y la ambigüedad de su programa no han evitado que Podemos sea percibido por los electores como un partido de la izquierda.
La aparente novedad que significa la irrupción de Podemos en el mortecino panorama político español conformado por los dos grandes partidos, encierra algunas paradojas que lo hacen heredero de la tradición de la izquierda española de dejarse seducir por modelos exóticos.
Podemos es un partido definido por una consigna norteamericana (Yes, we can, de la campaña de Barack Obama), pero inspirado por el populismo suramericano teorizado por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, aunque en su gestación sigue el modelo italiano de Berlusconi, de pasar del ámbito de la comunicación a la política. Tras los debates en el campo académico, fue el plató de televisión de la emisora vallecana Tele K donde se fogueó el presentador agitador (como Hugo Chávez) en el programa “La Tuerka”, luego se fundó el partido adaptado como un guante, aunque con resistencias, a la función concedida a la comunicación audiovisual y al papel del líder mediático que establece su relación con las masas a través de las ondas y las redes de internet. Así, el partido de la gente deviene en partido de la audiencia, lo cual no parece un efecto perverso sino un paso necesario de quienes, movidos por la prisa de llegar pronto al gobierno -salimos a ganar-, quieren clausurar su origen callejero para ofrecerse como un partido de las instituciones.
Los dirigentes de Podemos reclaman su legitimidad de origen en la calle, fuera y en contra de las instituciones, que sitúan en el movimiento del 15-M, del que se consideran incuestionables herederos, pero, desde su aparición como partido, las movilizaciones sociales de protesta han decrecido de forma alarmante y los círculos languidecen, por lo que, en aras de lo anterior, quizá hayan sido también sus enterradores.
A Podemos le cabe el mérito de haber alterado profundamente el escenario político del país y quebrado, aunque no del todo, el anquilosado modelo presidencial y bipartidista surgido de la Transición. Ha obtenido un buen resultado electoral, teniendo en cuenta que es un partido recién formado, pero no ha logrado superar al PSOE y acometer, bajo su dirección, un cambio de época, una segunda transición. Pero tampoco parece un aliado aconsejable en un posible gobierno de coalición por las prioridades establecidas, en principio, de cara a una posible negociación con otras fuerzas políticas -reforma de la Constitución, plan de emergencia social y, sobre todo, el referéndum catalán- y por la inconsistencia de su naturaleza, una suma de alianzas sometida a tensiones casi constantes. 

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