miércoles, 23 de diciembre de 2015

El PSOE y el 20-D


Good morning, Spain, que es different
Debilidades de la izquierda (1). El PSOE.
El PSOE es la fuerza más votada de la izquierda, y aunque mucha gente opina que desde mucho hace tiempo no es un partido de izquierdas, enfeudado con “la casta”, por su peso institucional (90 diputados), por su respaldo electoral (5.528.830 votos) y por los rescoldos del programa socialdemócrata que aún conserva aunque arrinconados, eso sí, por valores y actitudes neoliberales, es una pieza imprescindible en cualquier combinación de gobierno que se articule como alternativa a la derecha.
El PSOE ha salido maltrecho de las elecciones generales, como también de las  locales y autonómicas, pero no podía aspirar a recoger lo que no ha sembrado, o peor aún, pues, debido al bipartidismo imperante, ha cosechado más de lo que merecía. 
Instalado en la inoperante oposición responsable, ni dirigidos por Rubalcaba ni dirigidos por Sánchez en el PSOE han sabido oponerse a los destructivos planes de una derecha autoritaria, que ha sido implacable al aplicar su riguroso programa de austeridad contra los trabajadores y clases populares, inspirado en los intereses económicos de la clase social mejor situada. Pero, en el PSOE también les ha faltado firmeza a la hora de denunciar y exigir la asunción de responsabilidades a un gobierno salpicado por los casos de corrupción que inundan a su partido. Y como le recordó Rajoy en el debate cara a cara, Sánchez no hizo los deberes que le correspondían como principal dirigente del primer partido de la oposición.
Probablemente Mariano Rajoy llevará consigo el estigma de haber sido acusado de indecente por amparar la corrupción en su partido, pero Pedro Sánchez arrastrará el baldón de haberle dejado marchar indemne, cuando su mandato ha merecido no una sino dos mociones de censura, una por su lesivo programa económico y otra por la corrupción, a raíz de conocerse el contenido de los papeles de Bárcenas. Ambas son evidentes muestras de la flaqueza ideológica y de la desorientación política que arrastra el partido que, paradójicamente, aspira a ser la mejor alternativa posible frente a un gobierno de la derecha. 
Hay que admitir que era difícil remontar el legado dejado por la última etapa de los mandatos de Zapatero, pero los problemas no vienen sólo de ahí. El PSOE arrastra varias crisis -de programa, de liderazgo, de táctica y de estrategia-, que pueden resumirse en una sola: una crisis de identidad, que les mantiene confusos sobre quiénes son y sobre lo que quieren. Confusión que los votantes perciben y que, en esta situación tan dramática para tanta gente, no aciertan a distinguir de qué lado están los socialistas.
La crisis en que las derrotas de González en 1996 y Almunia en 2000 dejaron sumido al partido, se quiso zanjar con el etéreo ideario de la Nueva Vía, formada por Zapatero, Trinidad Jiménez, José Blanco, Jesús Caldera, Jordi Sevilla y Miguel Sebastián, que logró tomar el control del partido en el 35º Congreso (junio del año 2000). La Nueva Vía (hacia ninguna parte) era una versión española de la descafeinada Tercera Vía promovida por Giddens, Blair, Schroeder y Jospin, con que la socialdemocracia mostraba su rendición ante la victoriosa revolución neoliberal conservadora, tras la desintegración de la URSS y el bloque de los países del Este.
Tampoco ayudaron los sucesivos relevos en la Secretaría General del Partido (González, Almunia, Chaves, Zapatero, Rubalcaba) para evitar una necesaria catarsis, y el mismo e inútil remedio supuso la designación de Pedro Sánchez, que responde al patrón ideológico y personal de los mentores de la citada vía muerta, como ha dejado en claro su desvaída actuación en la legislatura recién concluida.

Tras los adversos resultados del 20 de diciembre, los críticos han puesto difícil la labor de Sánchez, pues mientras unos le vetan un acuerdo con el PP, con o sin Rajoy, otros le advierten de que no se le ocurra pactar con Podemos. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario