Good morning, Spain, que es different
Hoy,
a tres meses de haberse celebrado las elecciones autonómicas catalanas del 27
de septiembre, en la segunda (y parece que definitiva) asamblea de la CUP, se
decide el futuro de Artur Mas como presidente de la Generalitat, que será, según
los nacionalistas, la que alumbre el nuevo país independiente mediante la
oportuna "desconexión" de España.
Que
tal decisión sea ajena al Parlament y dependa de la CUP, que representa al 8%
de los votantes de septiembre, que asumirá la decisión de las 3.577 personas convocadas
a la asamblea, y cuyo voto va a tener, al final, un peso superior al voto de
los ciudadanos expresado en las elecciones, es otro paso en el esperpento en
que se ha convertido la política en Cataluña, que, en la última fase del
llamado “procés”, viene precedida por reuniones multitudinarias cada 11 de
septiembre, que no van seguidas por los resultados electorales esperados. Da la
impresión de que a muchos catalanes les parece que seguir a Mas una vez al año
no hace daño, pero que puede ser lesivo seguirle durante más tiempo.
Así,
la Diada multitudinaria de septiembre de 2012 no tuvo continuación en las elecciones anticipadas de noviembre de 2012,
en las que CiU, con 50 escaños, perdió 12. El intento de convocar un referéndum
sobre el futuro político de Cataluña, suspendido de forma cautelar por el
Tribunal Constitucional, fue sustituido por una peculiar (e ilegal) consulta
alternativa celebrada el 9 de noviembre de 2014, con resultados poco favorables
para los nacionalistas. Pero esa circunstancia no arredró a Mas ni a los
nacionalistas, que siguieron adelante con el “procés”, como si nada hubiera ocurrido.
Tras
la Diada multitudinaria de 2015, Artur Mas, luego de romper con sus socios de
UDC, concurrió a las elecciones autonómicas del 27 de septiembre emboscado en
el cuarto puesto de la lista de “Junts pel Sí” (CDC, ERC e independientes),
encabezada por Raúl Romeva (ex ICV). Las elecciones, que debían ser plebiscitarias,
la “consulta definitiva”, según Mas, tampoco dieron el resultado apetecido,
pues los partidos independentistas sólo alcanzaron el 48% de los votos, frente
al 52% de los unionistas o constitucionalistas, aunque, como efecto de la ley
electoral, que penaliza el voto urbano, obtuvieron 72 escaños (62 Junts pel Si
y 10 la CUP) de 135 (25 C’s, 16 PSC, 11 CSQP y 11 PP).
El
revés no amilanó a Mas, que afirmó que no había vuelta atrás, ni a ERC ni a la
CUP, que sintiéndose respaldados por lo que llamaron una “demanda social mayoritaria”
decidieron tirar por la calle de en medio, descartaron la celebración de un
referéndum y optaron por una declaración unilateral de independencia.
El
9 de noviembre, el Parlament aprobó por 72 votos frente a 63 una resolución que
proclamó el comienzo de un proceso hacia la independencia de Cataluña e instó
al Gobierno de la Generalitat (que aún no existía) a cumplir sólo las leyes
emanadas de la cámara autonómica y a desobedecer a las instituciones españoles.
Pretendido desafío que pronto se comprobó que era otro farol los soberanistas,
pues los promotores, ante la anulación de la resolución por el Tribunal
Constitucional, afirmaron que sólo se trataba de algo así como de una
declaración retórica que expresaba un deseo más que un mandato.
Tampoco
ha habido mayor acto de valentía por parte de Mas y del Govern respecto a las
consecuencias penales que se derivan de la convocatoria de la consulta del 9 de
Noviembre, cuya responsabilidad han descargado sobre los 30.000 voluntarios que
la llevaron a efecto.
Hoy
se decide la suerte de Mas en una asamblea de anticapitalistas, que habrá de
valorar si las rebajas que ofrece Junts pel Sí, tanto en lo que se refiere a
las competencias del President, sensiblemente mermadas ante los poderes de los vicepresidentes,
como a las ofertas de reforma en el campo social, merecen el apoyo a la
investidura de Artur Mas, convertida en el mayor escollo para formar gobierno.
El President en funciones
podría haber utilizado el mal resultado recibido por su nuevo partido
Democracia i Llibertat en las elecciones generales del pasado día 20 de diciembre
como pretexto para presentar la dimisión y despejar el camino para formar
gobierno, pero no lo ha hecho; prefiere depender de que sus más encarnizados
adversarios políticos estimen suficientes las contraprestaciones para nombrarle
President. Pero, como opinan quienes dentro de la CUP se oponen a su
investidura, el acuerdo es difícil de llevar a la práctica por la situación financiera de la Generalitat y porque,
depende, también, de decisiones que se tomen fuera de Cataluña.
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