Good morning, Spain, que es different
Con
el rumbo de colisión marcado por Artur Mas en 2010 para impulsarlo, el proceso
de la secesión catalana ha avanzado a toda máquina y está a punto de alcanzar
su objetivo, pues, tras ser aprobada en el Parlament, por 72 votos frente a 63,
la declaración para iniciar la independencia, el Tribunal Constitucional la ha
suspendido cautelarmente y ha advertido a Mas, como Presidente de la
Generalitat en funciones, a Carme Forcadell, como presidenta de la cámara
catalana, y a una veintena de políticos y funcionarios, que pueden quedar al
margen de la ley si actúan de acuerdo con el contenido de esa declaración. Así,
pues, si todo sigue igual, la colisión es inevitable.
Pendiente
de obtener la investidura con el altamente remunerado favor de la CUP, Mas
parece un hechicero, que ha desatado con sus conjuros unas fuerzas demoníacas
que ya no es capaz de gobernar. Abandonado por sus antiguos compañeros de Unió
Democrática de Catalunya, mal comprendido dentro de su propio partido, que no
ha dejado de perder electores, prisionero de sus aliados, primero de ERC y
luego de la CUP, y teniendo enfrente a un adversario, ahora crecido por el
apoyo del PSOE, de Ciudadanos y de UPyD, que no se va a mover ni un milímetro
de su posición, porque juega con ello de cara a las elecciones generales,
Artur Mas da la impresión de ser un héroe romántico marcado por el destino.
Mas
podría evitar la peor solución para él, para sus aliados y para Cataluña, y en
cierta medida para el resto de España, renunciando a secesión de forma
unilateral para avenirse a buscar una solución pactada, pero su progresiva
radicalización no lo hace prever. Antes que el ridículo de desdecirse y evitar
la colisión, prefiere huir hacia delante buscando el martirio y pasar a la
historia de los presidentes de la Generalitat que intentaron la independencia
de Cataluña. Después de los intentos fallidos de Maciá, en 1931, y de Companys
en 1934, Mas aspira a conseguir la anhelada independencia de Cataluña en 2016. A
la tercera, va la vencida.
No
obstante, la situación no es comparable, ni tampoco las consecuencias, que
fueron trágicas en 1934, pues la declaración de independencia tuvo un saldo de
más de setenta muertos, dos centenares de heridos, varios miles de detenidos,
la suspensión del Parlament y del autogobierno catalán y una represión que dio
con todo el Gobierno de la Generalitat en la cárcel, acompañado por diputados y
funcionarios.
Pero
Mas sabe que eso no puede ocurrir en nuestros días, por eso su inmolación política
tiene más que ver el papel que tuvo que jugar el pícaro Vittorio Bertone,
personaje de Indro Montanelli, encarnado en la pantalla por Vittorio de Sica,
en la película de Rossellini “El general de la Rovere”, donde un ladrón de poca
monta, un conseguidor de favores entre los italianos y los ocupantes alemanes,
se ve obligado por los nazis a suplantar a un general de la resistencia y muere
ejecutado como si lo fuera, engrandeciendo al héroe que él nunca quiso ser.
El
católico y neoliberal Artur Mas, miembro de una familia relacionada con la
industria textil, educado en el Liceo francés de Barcelona, licenciado en
Ciencias Económicas, representante del capitalismo catalán y con una larga
carrera en las instituciones políticas, es un catalanista que, movido por el
oportunismo y quizá por la ambición, ha querido jugar el papel de un
independentista, que en realidad les corresponde a otros, que lo son de verdad.
Para fortuna suya y de todos,
el desenlace de esta aventura no será como el que el destino le deparó al
confundido Bertone.
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