lunes, 23 de noviembre de 2015

Espantá

Good morning, Spain, que es different

Con el progresivo declive de la “fiesta nacional” (y regional) se van perdiendo en el lenguaje ordinario palabras y frases del léxico de la tauromaquia, que a veces suplen con ventaja términos utilizados para describir o analizar comportamientos políticos. 
Algunas sentencias taurinas son muy conocidas: hacer el paseíllo, estar al quite, lidiar, echar un capote, salir por la puerta grande, salir a hombros, cortarse la coleta, tirarse al ruedo, ver los toros desde la barrera, brindar al sol, enfrentarse a un miura, crecerse con el castigo, cargar la suerte, recibir un rejón, coger el toro por los cuernos (de tu padre, que decía un amigo, cuando se enfadaba), cambiar el tercio, torear de salón, hablar a toro pasado, ponerse la montera, saltar a la torera, rematar la faena, entrar a matar, dar la puntilla, dejar para el arrastre; hacer una faena de aliño, despachar con un natural, hacer un desplante o, entre muchas otras, dejar la lidia con una “espantá”, que es la vergonzosa fuga del diestro cuando certifica que el toro que le ha caído en suerte le tiene manía. 
Pues bien, eso es lo que ha hecho el Gobierno de un día para otro, desdecirse con una espantá de órdago, al corregir el ofrecimiento hecho al gobierno de Hollande de relevar a sus tropas en África central para permitir que el ejército francés pueda destinar más recursos a combatir al Daesh.  
Hace un par de días, Ramón Cotarelo decía en estas páginas (de Publicoscopia) que el Gobierno español había decidido ir a la guerra pero poco, como Gila cuando hablaba de pedir balas prestadas al enemigo y de matar flojito. Rajoy había decidido ir a la guerra pero a retaguardia, a cuidar las espaldas de los gabachos. Era un sí, pero no; un sí pero poco, un sí temeroso de que la decisión de ayudar a combatir al Daesh tras los brutales atentados de París, pudiera tener un efecto electoral tan negativo como el que tuvieron los atentados del 11-M sobre las elecciones de marzo de 2004, que Rajoy, entonces candidato a la presidencia del Gobierno, daba por ganadas.
Pero, hete aquí, que tras el reciente ataque terrorista en Malí, con el secuestro de 140 personas en un hotel de Bamako cuyo rescate ha dejado 27 muertos, el Gobierno español ha desautorizado al ministro de Asuntos Exteriores y ha dejado la oferta en suspenso.
Lo cual abunda en la idea de que somos un país de sainete y de que en el crucial problema de luchar contra el terrorismo, cuando parecía que Rajoy, dejando el papel de Don Trancredo, había saltado al ruedo para ligar un par de pases decentes, resulta que también carecemos de estrategia internacional en esa región del planeta y ofrecemos el triste espectáculo de una espantá.
El tema no es nuevo, pues hace cuarenta años, el gobierno español ordenó al ejército un precipitado avance sobre retaguardia ante la llamada “Marcha Verde”, una audaz maniobra del gran amigo de España, el monarca marroquí Hassán II, para quedarse con un territorio que nunca había sido suyo, aprovechando la confusión que suscitaba la enfermedad de Franco y el ocaso de la dictadura.
La pérdida de una provincia española, pues eso era, poblada por 70.000 personas según el censo de 1975, con una superficie de 266.000 kilómetros cuadrados, la mitad de la Península ibérica, no pudo ser compensada, ni siquiera simbólicamente, con el episodio de la reconquista del islote Perejil, poblado con cuatro cabras y seis gendarmes marroquíes, efectuada en tiempos del glorioso Aznar.  
No digo que volvamos a los tiempos del heroísmo patriotero del “más vale honra sin barcos, que barcos sin honra”, que nos valieron la estrepitosa derrota del 98, pero, ante tanto manotazo y tanta indecisión, un poco de seriedad ante asuntos de tanta trascendencia no nos vendría mal, si queremos que por ahí fuera nos tomen en serio. Y tiene que haber alguna posición intermedia entre el ardor guerrero mostrado por el gobierno francés y el ataque de disentería mostrado por el gobierno español. 

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