Good morning, Spain, que es different
Con
el progresivo declive de la “fiesta nacional” (y regional) se van perdiendo en
el lenguaje ordinario palabras y frases del léxico de la tauromaquia, que a veces suplen
con ventaja términos utilizados para describir o analizar comportamientos
políticos.
Algunas sentencias taurinas son muy conocidas: hacer el paseíllo, estar al
quite, lidiar, echar un capote, salir por la puerta grande, salir a hombros, cortarse
la coleta, tirarse al ruedo, ver los toros desde la barrera, brindar al sol, enfrentarse
a un miura, crecerse con el castigo, cargar la suerte, recibir un rejón, coger
el toro por los cuernos (de tu padre, que decía un amigo, cuando se enfadaba), cambiar
el tercio, torear de salón, hablar a toro pasado, ponerse la montera, saltar a
la torera, rematar la faena, entrar a matar, dar la puntilla, dejar para el
arrastre; hacer una faena de aliño, despachar con un natural, hacer un
desplante o, entre muchas otras, dejar la lidia con una “espantá”, que es la
vergonzosa fuga del diestro cuando certifica que el toro que le ha caído en
suerte le tiene manía.
Pues
bien, eso es lo que ha hecho el Gobierno de un día para otro, desdecirse con
una espantá de órdago, al corregir el
ofrecimiento hecho al gobierno de Hollande de relevar a sus tropas en África
central para permitir que el ejército francés pueda destinar más recursos a
combatir al Daesh.
Hace
un par de días, Ramón Cotarelo decía en estas páginas (de Publicoscopia) que el Gobierno español había
decidido ir a la guerra pero poco, como Gila cuando hablaba de pedir balas
prestadas al enemigo y de matar flojito. Rajoy había decidido ir a la guerra
pero a retaguardia, a cuidar las espaldas de los gabachos. Era un sí, pero no;
un sí pero poco, un sí temeroso de que la decisión de ayudar a combatir al
Daesh tras los brutales atentados de París, pudiera tener un efecto electoral tan
negativo como el que tuvieron los atentados del 11-M sobre las elecciones de
marzo de 2004, que Rajoy, entonces candidato a la presidencia del Gobierno,
daba por ganadas.
Pero, hete aquí, que tras el reciente ataque terrorista en Malí, con el secuestro de
140 personas en un hotel de Bamako cuyo rescate ha dejado 27 muertos, el
Gobierno español ha desautorizado al ministro de Asuntos Exteriores y ha dejado
la oferta en suspenso.
Lo
cual abunda en la idea de que somos un país de sainete y de que en el crucial
problema de luchar contra el terrorismo, cuando parecía que Rajoy, dejando el papel de Don Trancredo, había saltado
al ruedo para ligar un par de pases decentes, resulta que también carecemos de estrategia
internacional en esa región del planeta y ofrecemos el triste espectáculo de una espantá.
El
tema no es nuevo, pues hace cuarenta años, el gobierno español ordenó al
ejército un precipitado avance sobre retaguardia ante la llamada “Marcha
Verde”, una audaz maniobra del gran amigo de España, el monarca marroquí Hassán
II, para quedarse con un territorio que nunca había sido suyo, aprovechando la
confusión que suscitaba la enfermedad de Franco y el ocaso de la dictadura.
La
pérdida de una provincia española, pues eso era, poblada por 70.000 personas
según el censo de 1975, con una superficie de 266.000 kilómetros cuadrados, la
mitad de la Península ibérica, no pudo ser compensada, ni siquiera
simbólicamente, con el episodio de la reconquista del islote Perejil, poblado con
cuatro cabras y seis gendarmes marroquíes, efectuada en tiempos del glorioso Aznar.
No
digo que volvamos a los tiempos del heroísmo patriotero del “más vale honra sin
barcos, que barcos sin honra”, que nos valieron la estrepitosa derrota del 98,
pero, ante tanto manotazo y tanta indecisión, un poco de seriedad ante asuntos
de tanta trascendencia no nos vendría mal, si queremos que por ahí fuera nos
tomen en serio. Y tiene que haber alguna posición intermedia entre el ardor
guerrero mostrado por el gobierno francés y el ataque de disentería mostrado por el gobierno español.
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