A
menos de un mes de las elecciones generales, no nos pilla por sorpresa la
negativa de Mariano Rajoy de mantener un debate público con dirigentes de los
partidos que aspiran sucederle en la Moncloa.
Deberíamos estar acostumbrados
a los silencios del Jefe del Gobierno -tres años y medio callado-, a su
aversión a debatir en el Congreso y a dar puntual cuenta de sus decisiones, y a
su afición a gobernar con decretos y a reemplazar la información debida a los
ciudadanos por una tenaz campaña de propaganda.
Sin embargo, la cantidad y la
magnitud de los problemas que tiene delante el
gobierno en funciones, y que recibirá el que le sustituya, merece un
cambio de actitud por parte del Ejecutivo para celebrar no uno, sino varios
debates sobre una recuperación económica que no afecta a las rentas medias y
bajas del país, la persistencia del mismo modelo energético y productivo, el
desempleo y el lacerante aumento de la desigualdad, el modelo educativo, el
deterioro de las instituciones, que el Partido Popular no ha dudado en manosear
en función de su interés, las insoslayables reformas de la Constitución, del
Senado, de la ley electoral para hacerla más proporcional o de la ley de
partidos, cuya financiación tiene tanto que ver con la corrupción política y
económica. También es menester debatir sobre la estructura territorial del
Estado y el problema de Cataluña, sobre una reforma fiscal que aproxime la
presión fiscal a la media europea, así como qué hacer para mantener la reserva
de las pensiones o cómo restaurar el maltrecho Estado del bienestar, tras cinco
años de recortar el gasto público. Y por eso fuera poco, se añade el problema
del terrorismo yihadista, sobre el cual, el Gobierno guarda silencio, después
de haber cambiado precipitadamente de posición. Postureo no le falta.
Todo
ello merece un profundo debate público, para que los ciudadanos puedan decidir
con conocimiento y responsabilidad a quién entregan su voto después de haber recibido
de sus representantes la información que merecen. Y el facilitarla no debe ser
una opción motivada por la afición o aversión del Jefe del Gobierno a dar
explicaciones, sino una obligación de quien ha dirigido el país durante cuatro
años y espera hacerlo durante otros tantos, y de quienes aspiran a reemplazarle.
Es una mala broma que, en
tiempo de elecciones, el jefe del Ejecutivo pueda arrogarse el derecho de
elegir con quien acepta debatir y con quien no, olvidando que es un servidor
público.
Lo propio del caso debería ser
que el Jefe del Gobierno, y más si aspira a seguir siéndolo con otro mandato,
se avenga a discutir no sólo sobre los asuntos que a él le interesen, sino
sobre todos aquellos que sus oponentes le quieran plantear. Y ese debate
debería tener lugar en un medio de información público, con independencia de
otros que pudieran celebrarse atendiendo solicitudes de los medios de
información privados. Pero la discusión sobre lo público no debería faltar, al
menos una vez, en un medio público como RTVE. El debate político, como otros
asuntos referidos a la gestión de lo público, no puede ser una opción del
gobernante, sino que forma parte de lo que se les debe a los ciudadanos, y que,
por tanto, no debe ser sustituido por comparecencias, debates, tertulias o
entrevistas en medios de información privados, que pueden darse sólo por
añadidura, pero nunca en lugar del primero.
Con
su negativa a debatir con Albert Rivera y con Pablo Iglesias, Rajoy pretende
reducir el papel de Ciudadanos y Podemos como fuerzas opositoras, como si eso
dependiera sólo de él, mientras se muestra dispuesto a discutir con Pedro
Sánchez, dando la impresión de no dar por enterrado el bipartidismo antes de
que lo proclamen las urnas.
Ninguneados
Iglesias y Rivera, Pedro Sánchez parece así legitimado como el único adversario
a la altura de Rajoy, y el PSOE como la única fuerza capaz de oponerse al
Partido Popular. Pero tal decisión no se sabe si es un elogio o un demérito
para Sánchez, demasiado escorado ya en sus apoyos al Ejecutivo, al que el
Partido Popular considera el único adversario capaz de ser vencido por Rajoy en
un debate cara a cara. Lo cual, teniendo en cuenta la mediocridad del Jefe del
Gobierno, debiera preocupar a los estrategas del PSOE, si no están ciegos del
todo.
El
escarnio aumenta cuando el Presidente del Gobierno acude a una emisora privada, ideológicamente afín a sus ideas, a
participar en una tertulia de fútbol.
Como recordamos lo que dijo
Rajoy en la campaña electoral de 2011 y lo que luego ha hecho desde el
Gobierno, y sabemos, sin más concreción, que promete más de lo mismo para la
próxima legislatura, cabe sospechar, usando recursos retóricos de Javier Krahe,
lo que Gran Jefe callar con lengua de serpiente.
26-11-2015.
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