miércoles, 18 de noviembre de 2015

¿Lucha de clases?

Good morning, Spain, que es different

Doctores tiene la Iglesia y cualificados politólogos la Comunidad Internacional, pero a uno en su ignorancia se le ocurre que en este maldito embrollo de la recrudecida cruzada contra el terrorismo yihadista falta un ingrediente. 
Es un conflicto poliédrico, cuyas múltiples caras se pueden observar desde otros tantos puntos de vista: el ambiguo de la guerra contra el terrorismo de Europa y EE.UU.; el del enfrentamiento entre religiones -de las tres grandes religiones (cristianismo, judaísmo, islamismo)-; el de la lucha en el interior del islam, entre sus versiones más fanáticas; el proyecto expansivo del islamismo salafista, que aspira conquistar el planeta; el enfrentamiento entre arcaísmo y modernidad; el de los intereses estratégicos de EE.UU., con Israel como pieza clave en el cercano Oriente, y Palestina como avispero permanente, más los intereses de Rusia sin olvidar los de Turquía (y los kurdos); el de la tensión entre Irán y Arabia Saudí por decidir la hegemonía de la región, y el no menos importante de la guerra civil en Siria, sobre la que, a falta de un vencedor adecuado (Bachar o el Daesh), Occidente dudaba, mientras se alarga el conflicto. Todo ello acentuado por los efectos de las fallidas primaveras árabes y las consecuencias de la desmembración de Iraq, tras el derrocamiento de Sadam Hussein por la intervención occidental.
Los atentados de París han precipitado las cosas y, además de los gestos de rigor, han provocado el acercamiento de fuerzas hasta ahora opuestas o poco concertadas (EE.UU., la Unión Europea, Rusia) y, por parte de Francia, una actuación como corresponde a su “grandeur”.  
El presidente Hollande ha anunciado una serie de excepcionales medidas de seguridad destinadas a combatir el terrorismo, pero me parece que faltan las adecuadas para prevenirlo en suelo francés, que corresponden a esa cara del poliedro velada por todo lo demás: la lucha de clases, la lucha suscitada por el desigual reparto del poder y la riqueza.
Como en el resto de la Unión Europea, en el interior de Francia se libra una lucha, en la que los ricos, la gran burguesía, los sectores hegemónicos del capital llevan la iniciativa para aumentar la parte de la riqueza nacional de la que se apropian, sin que hasta la fecha, salvando episódicas muestras de protesta, hayan aparecido fuerzas sociales capaces de resistir o de revertir ese colosal proceso de expropiación, efectuado en nombre de las medidas de austeridad para salvar el euro.
Además de mirar al territorio dominado por el Daesh, el Gobierno francés debe mirar hacia dentro, hacia los inclementes y empobrecidos barrios de la periferia de las grandes ciudades, donde se amontonan miles de jóvenes sin trabajo y sin futuro, que son presa fácil de la prédica de enfervorecidos imanes. Son hijos de inmigrantes magrebíes pero nacidos en Francia, sin una patria clara y sometidos a múltiples influencias culturales, para los cuales carecen de sentido las grandes palabras sobre la democracia y el desarrollo económico, y los principios de la Revolución francesa -libertad, igualdad, fraternidad- les parecen una burla.
A esos jóvenes sin oficio ni beneficio, ociosos todo el día o entregados a trabajos ocasionales y mal pagados o dedicados a todo tipo de trapicheos, los predicadores islamistas les ofrecen una patria, la nación del Islam, y una causa, continuar la lucha colonial y librar una guerra de liberación dentro de Francia.  
Como en otros momentos de la historia, la miseria y la marginación, animadas por la rabia largo tiempo contenida y por el odio de los desposeídos, están provocando una respuesta violenta, ciega, nihilista, pero no bajo la bandera roja, que la moribunda izquierda abandonó hace tiempo, sino bajo la bandera verde del islam o la negra de sus partidarios más fanáticos.     

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