Good morning, Spain, que es different
Doctores
tiene la Iglesia y cualificados politólogos la Comunidad Internacional, pero a
uno en su ignorancia se le ocurre que en este maldito embrollo de la
recrudecida cruzada contra el terrorismo yihadista falta un ingrediente.
Es
un conflicto poliédrico, cuyas múltiples caras se pueden observar desde otros
tantos puntos de vista: el ambiguo de la guerra contra el terrorismo de Europa
y EE.UU.; el del enfrentamiento entre religiones -de las tres grandes
religiones (cristianismo, judaísmo, islamismo)-; el de la lucha en el interior
del islam, entre sus versiones más fanáticas; el proyecto expansivo del islamismo
salafista, que aspira conquistar el planeta; el enfrentamiento entre arcaísmo y
modernidad; el de los intereses estratégicos de EE.UU., con Israel como pieza clave
en el cercano Oriente, y Palestina como avispero permanente, más los intereses de
Rusia sin olvidar los de Turquía (y los kurdos); el de la tensión entre Irán y
Arabia Saudí por decidir la hegemonía de la región, y el no menos importante de
la guerra civil en Siria, sobre la que, a falta de un vencedor adecuado (Bachar
o el Daesh), Occidente dudaba, mientras se alarga el conflicto. Todo ello acentuado
por los efectos de las fallidas primaveras árabes y las consecuencias de la
desmembración de Iraq, tras el derrocamiento de Sadam Hussein por la
intervención occidental.
Los
atentados de París han precipitado las cosas y, además de los gestos de rigor, han
provocado el acercamiento de fuerzas hasta ahora opuestas o poco concertadas (EE.UU.,
la Unión Europea, Rusia) y, por parte de Francia, una actuación como
corresponde a su “grandeur”.
El
presidente Hollande ha anunciado una serie de excepcionales medidas de
seguridad destinadas a combatir el terrorismo, pero me parece que faltan las adecuadas
para prevenirlo en suelo francés, que corresponden a esa cara del poliedro
velada por todo lo demás: la lucha de clases, la lucha suscitada por el
desigual reparto del poder y la riqueza.
Como
en el resto de la Unión Europea, en el interior de Francia se libra una lucha,
en la que los ricos, la gran burguesía, los sectores hegemónicos del capital
llevan la iniciativa para aumentar la parte de la riqueza nacional de la que se
apropian, sin que hasta la fecha, salvando episódicas muestras de protesta, hayan
aparecido fuerzas sociales capaces de resistir o de revertir ese colosal proceso
de expropiación, efectuado en nombre de las medidas de austeridad para salvar
el euro.
Además
de mirar al territorio dominado por el Daesh, el Gobierno francés debe mirar
hacia dentro, hacia los inclementes y empobrecidos barrios de la periferia de
las grandes ciudades, donde se amontonan miles de jóvenes sin trabajo y sin
futuro, que son presa fácil de la prédica de enfervorecidos imanes. Son hijos
de inmigrantes magrebíes pero nacidos en Francia, sin una patria clara y
sometidos a múltiples influencias culturales, para los cuales carecen de
sentido las grandes palabras sobre la democracia y el desarrollo económico, y los
principios de la Revolución francesa -libertad, igualdad, fraternidad- les
parecen una burla.
A
esos jóvenes sin oficio ni beneficio, ociosos todo el día o entregados a
trabajos ocasionales y mal pagados o dedicados a todo tipo de trapicheos, los
predicadores islamistas les ofrecen una patria, la nación del Islam, y una
causa, continuar la lucha colonial y librar una guerra de liberación dentro de
Francia.
Como en otros momentos de la
historia, la miseria y la marginación, animadas por la rabia largo tiempo
contenida y por el odio de los desposeídos, están provocando una respuesta
violenta, ciega, nihilista, pero no bajo la bandera roja, que la moribunda
izquierda abandonó hace tiempo, sino bajo la bandera verde del islam o la negra
de sus partidarios más fanáticos.
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