jueves, 12 de noviembre de 2015

Distraídos

Good morning, Spain, que es different

Estamos a cuarenta días de celebrarse unas elecciones generales que pueden tener extraordinaria importancia para el futuro del país, ante las cuales, tanto los representantes políticos como los ciudadanos, deberíamos estar hablando sin parar de lo que dejan tras de sí cuatro años de gobernación opaca, neoliberal, clerical y autoritaria, fruto de los abusos de poder del Partido Popular amparado en la mayoría absoluta.
El debate nacional, general, debería estar al rojo vivo y centrado, por un lado, en cómo revertir los pavorosos efectos de la reforma laboral, de los recortes de gasto público en sanidad, educación e investigación, de la reducción de sueldos (la brecha salarial no deja de crecer), pensiones y subsidios y de la simultánea y desigual subida de impuestos (los grandes grupos económicos tributan al 7%), del abandono de los dependientes y la desprotección de las mujeres, de la privatización de servicios públicos y de la corrupción, que va en el mismo lote, y de las apremiantes necesidades de las víctimas de la nueva España emergida tras la recuperación, que son la legión de damnificados por las medidas de austeridad selectiva aplicadas con rigor implacable por una derecha avarienta y vengativa.
Los nuevos condenados de esta tierra son los 4.850.000 desempleados, los 2,9 millones parados de larga duración, los 13 millones largos de amenazados por la pobreza y la exclusión, los casi dos millones de familias con todos sus miembros en paro, los setecientos mil hogares sin ingresos, los jóvenes sin empleo (casi la mitad del total) y los que ni estudian ni trabajan, los desahuciados, los afectados por las cláusulas suelo de las hipotecas, por las acciones preferentes, por la pobreza infantil, por la pobreza energética, los nuevos pobres que trabajan pero no ganan el dinero suficiente para mantenerse, los marginados, los inmigrantes, los sin techo, etc, etc.
Y, por otro lado, deberíamos estar hablando de un modelo productivo distinto del que ha quebrado, de cómo afrontar una necesaria regeneración o, si no gusta el término por “noventaiochista”, una renovación democrática, de una inaplazable reforma constitucional que no satisficiera sólo a los nacionalistas y ampliara los derechos de los ciudadanos, muchos de los cuales han sido abolidos de facto en la legislatura que agoniza, de devolver a las instituciones las funciones perdidas por el abuso de poder, en particular fortalecer el poder legislativo y aumentar la independencia del poder judicial, ahora demasiado sensibles a las demandas del Ejecutivo. Y así, un largo catálogo de reformas tendentes a aumentar el control de los ciudadanos sobre las instituciones políticas y de los asalariados sobre sus condiciones laborales.  
Todo ello señala las grandes brechas, las grandes desigualdades -de renta, de derechos y de oportunidades- que atraviesan el país; las fracturas trasversales que recorren la sociedad de todas las regiones (y naciones, para que nadie se moleste), todas las comunidades, todas las ciudades, y que dividen socialmente el país en dos porciones, aunque hasta ahora tal división sólo ha encontrado una expresión política aproximada.
Pero, en vez de hablar de todo ello, asistimos distraídos a la pugna de dos hombres que pretenden mantenerse en el poder a costa de lo que sea; dos hombres que coinciden en la misma política aplicada, que es inmisericorde con los asalariados y las clases modestas y servil con los estratos sociales más pudientes; dos hombres cuyos partidos están inmersos en casos de corrupción que se pueden calificar de antológicos, lo cual les debería privar de cualquier esperanza de mantenerse en el gobierno.
Ambos, con sus posturas, realimentan esa oposición porque de ella depende que logren sus objetivos -Rajoy mantenerse en la Moncloa, y Mas aguantar en la Generalitat-.
Así, pues, dependen cada uno del otro pero ni juntos ni separados tienen la solución para los problemas de Cataluña y para los de España. Al contrario, son dos hombres que jamás se entenderán y que no saben, no quieren o no pueden dar con la solución del problema catalán, sino que, además, mientras sigan al frente de sus respectivos gobiernos el problema será cada día más difícil de resolver.
Situados a ambos lados del río Ebro, están empeñados, con igual tenacidad, en convencernos, uno, de que los habitantes de las dos riberas pertenecen a la misma nación afortunada y otro, de que los habitantes de cada ribera pertenecen a naciones distintas, y una de ellas, la suya, oprimida por la otra. 

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