“El nuevo rey, aureolado por su juventud y su simpatía, así
como por las esperanzas que suscitaba, eligió como lugar de llegada a su reino
el puerto de Barcelona. La ciudad le ofreció un recibimiento entusiasta.
<Madre mía –decía en su telegrama a la reina Isabel-, el recibimiento que me
ha hecho Barcelona excede mis esperanzas y excedería a tus deseos…> Y, en la
visita al Fomento del Trabajo Nacional, en respuesta al discurso del presidente
Pedro Bosch y Labrús -discurso proteccionista-, Alfonso XII se limitó a decir
discreta y halagadoramente: <Si lograse hacer de toda España una Barcelona,
estoy seguro de que habría hecho de mi patria una gran nación> (…) Con las
cualidades del joven rey y la dirección de Cánovas del Castillo, la Restauración
pudo afirmarse. Cánovas, enemigo de la intervención del elemento militar en
política, partidario de los dos partidos de turno, a la manera inglesa, puso
fin a la era de los <pronunciamientos> y forjó una adaptación a la
española, a base del falseamiento de los dos partidos de turno: el conservador,
que dirigía él mismo, y el liberal dirigido por Sagasta. Con esto y la
organización y arraigo del caciquismo, por ambos partidos, el Gobierno podía
estar siempre seguro de obtener una fuerte mayoría que le permitiera gobernar (…)
También arraigó en Cataluña, especialmente en la provincia de Lérida. En
Barcelona, los máximos caciques fueron el canovista José María Planas y Casals
y el sagastino José Comas y Masferrer. La mayoría de los diputados por Cataluña
eran, como en el resto de España, del partido que ocupaba el Gobierno (…) En
Cataluña, el caciquismo <dio oportunidad para que figurasen en la escena
política los valores más acentuados del País> (Vicens Vives). Y en general,
el caciquismo tuvo en Cataluña un nivel superior, que no alcanzó en el resto de
España”
Ferrán Soldevila (1978): Síntesis de historia de Cataluña,
Barcelona, Destino.
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