miércoles, 23 de septiembre de 2015

¿Estrategia o táctica?

Good morning, Spain, que es different
Rebuscando, me he topado con este texto, que responde a un debate dentro del Colectivo Red Verde sobre el nou Estatut. A pesar del tiempo trascurrido creo que tiene vigencia porque, en cierta medida, es premonitorio.
Para que nadie se pueda sentir molesto al sacar estos trapos (limpios) del ropero, he suprimido los nombres de mis interlocutores, que siguen siendo amigos.
Nacionalismo: ¿táctica o estrategia?
Estoy de acuerdo con los principios generales (los ciudadanos tienen derecho a un nuevo Estatuto, a expresarse, a votar, a dotarse de las instituciones que deseen, etc), pero además de admitir los principios teóricos hay que observar la aplicación práctica de tales ideas y no ignorar el uso que de ellas puede hacerse, porque, o bien el nacionalismo es un espantajo o un truco de maniobreros para hacerse con cuotas mayores de poder del que ahora tienen, o si se convierte en un extendido sentimiento acaba reclamando un Estado propio. Y para no ser absolutamente tontos hay que pensar que quienes invierten tanto tiempo y dinero (público y privado) en fomentar ese sentimiento es para luego darle alguna utilidad. Carece de sentido estar difundiendo discursos nacionalistas para luego decir: bueno, aquí paramos. Esa no es la actitud de los partidos nacionalistas, y las tensiones entre centro y periferia a lo largo de los 25 años que llevamos de régimen parlamentario son una prueba de ello.
Porque, una de dos, en ERC y en CiU (y en el PNV) no se creen del todo lo del nacionalismo y lo usan sólo para recoger votos hasta que den con un Estatuto en el que se encuentren cómodos, o se lo creen y van a ir hasta las últimas consecuencias. Yo creo que en esos partidos hay gente que va a ir a por todas.
En cualquier caso, están inculcando un sentimiento en la gente que va a ser muy difícil frenar o desterrar, especialmente en el País Vasco, donde ha corrido mucha sangre y hay sembrado mucho odio. Quizá sea una forma poco noble de hacer política estar continuamente calentando la caldera y abrir de vez en cuando la espita para que pierda un poco de presión.
Por otro lado, si recurrimos a la historia no hemos de dejar de ver lo ocurrido, precisamente, en la Iª y IIª Repúblicas.
Privado de su principal valedor, Prim, el rey Amadeo de Saboya, aburrido de este país, abdicó el 9 de febrero de 1873 y dijo ahí os quedáis, que os compre quien os entienda. Caso insólito en la historia: un rey que abandona un chollo, que no lo debía ser tanto. Tres días después, se proclamó la I República, en medio de la tercera guerra carlista (1872-1876). Y mientras se elaboraba en las Cortes una constitución federal, inspiradas por los anarquistas hubo revueltas populares en Sevilla, Córdoba, Granada, Cádiz, Málaga, Valencia, Alcoy, Murcia y Cartagena, el famoso cantón. Luego, un baile de ministros, dimisiones y, finalmente, el general Pavía disolvió las Cortes y allí acabó la breve existencia de la I República y de la non nata constitución federal.
Segundo acto: IIª República: algo similar; la prisa de unos, la intransigencia de otros, los nacionalistas vascos a lo suyo (la República les importaba un pimiento y la guerra civil aún menos) y los nacionalistas catalanes, también, pues proclamaron el 14 de abril de 1934, la República catalana, pero por lo menos aguantaron junto al Gobierno de la IIª República hasta el final de la guerra civil.
La solución, terrible, dada por la dictadura al problema también la conocemos. Y el problema sigue sin resolverse, porque no se puede resolver, pues tanto Cataluña como el País Vasco son sociedades internamente divididas, con desigualdades de renta y con representaciones políticas muy plurales; no son pueblos ni cultural, ni racial ni lingüísticamente homogéneos, ni naciones montadas sobre criterios comunales y tradiciones compartidas más que en cierta proporción, sino sociedades asentadas sobre el modo de producción capitalista; modernas, industriales, burguesas, abiertas, recorridas por el tráfico de capitales, mercancías, personas, ideas, modas y saberes, que comparten con el resto de España, de Europa y del mundo, y donde, frente al sentido comunitario de las aldeas, predomina un individualismo propio de las ciudades, de sujetos que entablan entre sí relaciones no sólo comunitarias, parentales, sino de interés, económicas, coyunturales, propias de las sociedades modernas. Son sociedades más urbanas que rurales, a pesar de que la representación política de sus habitantes esté desequilibrada en favor del campo y de la fuerza que tiene en el imaginario nacionalista el ámbito rural, incluso precapitalista.
Tanto en Cataluña como en el País Vasco hay más sociedad que comunidad. Y ahí no hay otra solución que negociar sobre la base de la razón guiando al interés y el sentimiento; es decir sólo caben soluciones que no contenten a una parte en detrimento de otra, para poder contentar un poco a todos y disgustar un poco a todos. Pero esta solución no la quieren los partidos nacionalistas, porque piensan siempre en el programa máximo -disponer de Estado propio- y tienden hacia él, y por otro lado, hasta ahora casi nadie ha hablado del coste del programa máximo para la población de las comunidades autónomas gobernadas por los nacionalistas, pues parece que sólo los no nacionalistas son los que deben pagar las facturas políticas y económicas de las aventuras nacionales.
A mí no me importa hablar de autodeterminación, de soberanía y de independencia, pero en serio, sin trucos ni trampas. Y aunque preferiría que no fuera así, como el presunto nacionalista español que según algunos soy, aceptaría que España perdiera parte de su actual territorio si con ello se alcanzaba la tranquilidad en el País Vasco y en Cataluña, por ejemplo. Pero creo que esa sería una mala solución también para esos nuevos Estados, porque los nacionalistas no se detendrían cuando obtuvieran la independencia, pues pretenden formar sociedades homogéneas, recrear la antigua comunidad en forma idealizada; rehacer la imaginada nación nacionalista, formada por individuos cultural y políticamente semejantes; es decir, volver a la situación anterior a la aparición del capitalismo y la lucha de clases.
Al fin y al cabo, para ser lógico, y los partidos nacionalistas en este asunto lo son, el nacionalismo es adversario de la pluralidad; a los nacionalistas les aterra la diversidad, rechazan convivir con personas distintas en un país plural, por eso se quieren separar de España, pero rechazan también una sociedad interna plural (que contenga españoles) porque piensan en países homogéneos, en identidades colectivas, en comunidades ideales, puras, formadas por individuos cultural y políticamente clónicos. Y ese es el objetivo máximo, que se persigue tanto antes como después de la independencia.

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