Estoy de acuerdo con los principios
generales (los ciudadanos tienen derecho a expresarse políticamente, elaborar un
nuevo Estatuto, a reformar o a dotarse de las instituciones públicas que deseen,
etc), pero además de admitir los principios teóricos hay que observar la
aplicación práctica de tales ideas y no ignorar el uso que de ellas puede
hacerse, porque, o bien el nacionalismo es un espantajo o un truco de
maniobreros para hacerse con cuotas mayores de poder, o si se convierte en un extendido
sentimiento acaba reclamando un Estado propio. Y para no ser absolutamente
tontos hay que pensar que quienes invierten tanto tiempo y dinero (público y
privado) en fomentar ese sentimiento es para luego darle alguna utilidad. Carece
de sentido estar difundiendo discursos nacionalistas para luego decir: bueno,
aquí paramos. Esa no es la actitud de los partidos nacionalistas, y las
tensiones entre centro y periferia a lo largo de los años que llevamos de
régimen parlamentario son una prueba de ello.
Porque, una de dos, en ERC y CiU (y el PNV)
no se creen lo del nacionalismo y lo usan sólo para recoger votos hasta que den
con un Estatuto en el que se encuentren cómodos,
o se lo creen y van a ir hasta las últimas consecuencias. Yo creo que en esos
partidos hay gente que va a ir a por todas. En todo caso, están inculcando un
sentimiento en la gente que va a ser muy difícil de desterrar, especialmente en
el País Vasco, donde ha corrido mucha sangre y hay sembrado mucho odio. Quizá
sea una forma poco noble de hacer política estar continuamente calentando la
caldera y abrir de vez en cuando la espita para que pierda un poco de
presión.
Por otro lado, si recurrimos a la
historia no hemos de dejar de ver lo ocurrido, precisamente, en la I y II
Repúblicas.
Privado de su principal valedor, Prim, el
rey Amadeo de Saboya, aburrido de este país, abdicó el 9 de febrero de 1873 y
dijo ahí os quedáis, que os compre quien os entienda. Caso insólito en la
historia: un rey que abandona un reino, un chollo, que no lo debía ser tanto.
Tres días después, se proclamó la I República, en medio de la tercera guerra
carlista (1872-1876). Y mientras se elaboraba en las Cortes una
constitución federal, inspiradas por los anarquistas hubo revueltas populares en
Sevilla, Córdoba, Granada, Cádiz, Málaga, Valencia, Alcoy, Murcia y en Cartagena,
el famoso cantón. Luego, un baile de ministros, dimisiones y, finalmente, el
general Pavía disolvió las Cortes y allí acabó la breve existencia de la I
República y de la non nata constitución federal.
Segundo acto: II República: algo
similar; la prisa de unos, la intransigencia de otros, los nacionalistas vascos
a lo suyo (la II República les importaba un pimiento y la guerra civil aún
menos) y los nacionalistas catalanes también, pues proclamaron el 14 de abril
de 1934, la República catalana, pero por lo menos aguantaron junto a la II
República hasta el final de la guerra.
La solución, terrible, dada por la
dictadura al problema también la conocemos. Y el problema sigue sin resolverse,
porque no se puede resolver, pues tanto Cataluña como el País Vasco son
sociedades internamente divididas, con desigualdades de renta y con representaciones
políticas muy plurales; no son pueblos ni cultural, ni racial ni
lingüísticamente homogéneos, ni naciones montadas sobre criterios comunales y
tradiciones compartidas más que en cierta proporción, sino sociedades asentadas
sobre el modo de producción capitalista; modernas, industriales, burguesas,
abiertas, recorridas por el tráfico capitales, mercancías, personas, ideas,
modas y saberes que comparten con el resto de España, de Europa y del mundo, donde,
frente al sentido comunitario propio de las aldeas, predomina un
individualismo propio de las ciudades, de sujetos que entablan entre sí relaciones
no sólo comunitarias, parentales, sino de interés, económicas, coyunturales, propias
de las sociedades modernas. Son sociedades más urbanas que rurales, a pesar de
que la representación política de sus habitantes esté desequilibrada en favor
del campo y de la fuerza que tiene en el imaginario nacionalista el ámbito
rural, incluso precapitalista.
Tanto en Cataluña como en el País Vasco
hay más sociedad que comunidad. Y ahí no hay otra solución que negociar sobre
la base de la razón guiando al interés y el sentimiento; es decir sólo
caben soluciones “mixtas”, que no contenten a una parte en detrimento de otra,
para poder contentar un poco a todos y disgustar un poco a todos.
Pero esta solución no la quieren los partidos nacionalistas, porque
piensan siempre en el programa máximo -disponer de Estado propio para formar su
nación- y tienden hacia él, y por otro lado, hasta ahora casi nadie ha hablado
del coste del programa máximo para la población de las comunidades autónomas
gobernadas por los nacionalistas, pues parece que son sólo los no nacionalistas
quienes deben pagar las facturas políticas y económicas de las aventuras
nacionales.
No rechazo hablar de autodeterminación,
de independencia y de soberanía, pero en serio, sin trucos ni trampas. Y aunque
preferiría que no fuera así, como el presunto nacionalista español que
según algunos soy, aceptaría que España perdiera parte de su actual
territorio si con ello se alcanzaba la tranquilidad en el País Vasco y en
Cataluña, por ejemplo. Pero creo que esa sería una mala solución también para
esos nuevos Estados, porque los nacionalistas no se detendrían cuando obtuvieran
la independencia, pues pretenden formar sociedades homogéneas, recrear la
antigua comunidad en forma idealizada; es decir rehacer la imaginada nación
nacionalista, formada por individuos cultural y políticamente semejantes,
cortados por el patrón de los nacionalistas, que pretenden componen una nación
homogénea y que así se mantenga a lo largo del tiempo, conservando, lo que
según ellos, les han legado los siglos.
Al fin y al cabo, para ser lógico, y los
partidos nacionalistas en esto lo son, el nacionalismo es adversario de la
pluralidad; a los nacionalistas les aterra la diversidad, rechazan convivir con
personas distintas en un país plural, por eso se quieren separar de España,
pero rechazan una sociedad interna plural (que
contenga españoles, emigrantes), porque creen en países homogéneos, en identidades
colectivas, en comunidades ideales, puras, formadas por individuos cultural y
políticamente clónicos. Y ese es el objetivo máximo, que se persigue tanto
antes como después de la independencia.
para Colectivo Red Verde, 19/10/2014.
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