domingo, 1 de octubre de 2017

¿Estrategia o táctica?

Estoy de acuerdo con los principios generales (los ciudadanos tienen derecho a expresarse políticamente, elaborar un nuevo Estatuto, a reformar o a dotarse de las instituciones públicas que deseen, etc), pero además de admitir los principios teóricos hay que observar la aplicación práctica de tales ideas y no ignorar el uso que de ellas puede hacerse, porque, o bien el nacionalismo es un espantajo o un truco de maniobreros para hacerse con cuotas mayores de poder, o si se convierte en un extendido sentimiento acaba reclamando un Estado propio. Y para no ser absolutamente tontos hay que pensar que quienes invierten tanto tiempo y dinero (público y privado) en fomentar ese sentimiento es para luego darle alguna utilidad. Carece de sentido estar difundiendo discursos nacionalistas para luego decir: bueno, aquí paramos. Esa no es la actitud de los partidos nacionalistas, y las tensiones entre centro y periferia a lo largo de los años que llevamos de régimen parlamentario son una prueba de ello.
Porque, una de dos, en ERC y CiU (y el PNV) no se creen lo del nacionalismo y lo usan sólo para recoger votos hasta que den con un Estatuto en el que se encuentren cómodos, o se lo creen y van a ir hasta las últimas consecuencias. Yo creo que en esos partidos hay gente que va a ir a por todas. En todo caso, están inculcando un sentimiento en la gente que va a ser muy difícil de desterrar, especialmente en el País Vasco, donde ha corrido mucha sangre y hay sembrado mucho odio. Quizá sea una forma poco noble de hacer política estar continuamente calentando la caldera y abrir de vez en cuando la espita para que pierda un poco de presión. 
Por otro lado, si recurrimos a la historia no hemos de dejar de ver lo ocurrido, precisamente, en la I y II Repúblicas.
Privado de su principal valedor, Prim, el rey Amadeo de Saboya, aburrido de este país, abdicó el 9 de febrero de 1873 y dijo ahí os quedáis, que os compre quien os entienda. Caso insólito en la historia: un rey que abandona un reino, un chollo, que no lo debía ser tanto. Tres días después, se proclamó la I República, en medio de la tercera guerra carlista (1872-1876). Y mientras se elaboraba en las Cortes una constitución federal, inspiradas por los anarquistas hubo revueltas populares en Sevilla, Córdoba, Granada, Cádiz, Málaga, Valencia, Alcoy, Murcia y en Cartagena, el famoso cantón. Luego, un baile de ministros, dimisiones y, finalmente, el general Pavía disolvió las Cortes y allí acabó la breve existencia de la I República y de la non nata constitución federal.
Segundo acto: II República: algo similar; la prisa de unos, la intransigencia de otros, los nacionalistas vascos a lo suyo (la II República les importaba un pimiento y la guerra civil aún menos) y los nacionalistas catalanes también, pues proclamaron el 14 de abril de 1934, la República catalana, pero por lo menos aguantaron junto a la II República hasta el final de la guerra.
La solución, terrible, dada por la dictadura al problema también la conocemos. Y el problema sigue sin resolverse, porque no se puede resolver, pues tanto Cataluña como el País Vasco son sociedades internamente divididas, con desigualdades de renta y con representaciones políticas muy plurales; no son pueblos ni cultural, ni racial ni lingüísticamente homogéneos, ni naciones montadas sobre criterios comunales y tradiciones compartidas más que en cierta proporción, sino sociedades asentadas sobre el modo de producción capitalista; modernas, industriales, burguesas, abiertas, recorridas por el tráfico capitales, mercancías, personas, ideas, modas y saberes que comparten con el resto de España, de Europa y del mundo, donde, frente al sentido comunitario propio de las aldeas, predomina un individualismo propio de las ciudades, de sujetos que entablan entre sí relaciones no sólo comunitarias, parentales, sino de interés, económicas, coyunturales, propias de las sociedades modernas. Son sociedades más urbanas que rurales, a pesar de que la representación política de sus habitantes esté desequilibrada en favor del campo y de la fuerza que tiene en el imaginario nacionalista el ámbito rural, incluso precapitalista.
Tanto en Cataluña como en el País Vasco hay más sociedad que comunidad. Y ahí no hay otra solución que negociar sobre la base de la razón guiando al interés y el sentimiento; es decir sólo caben soluciones “mixtas”, que no contenten a una parte en detrimento de otra, para poder contentar un poco a todos y disgustar un poco a todos. Pero esta solución no la quieren los partidos nacionalistas, porque piensan siempre en el programa máximo -disponer de Estado propio para formar su nación- y tienden hacia él, y por otro lado, hasta ahora casi nadie ha hablado del coste del programa máximo para la población de las comunidades autónomas gobernadas por los nacionalistas, pues parece que son sólo los no nacionalistas quienes deben pagar las facturas políticas y económicas de las aventuras nacionales.
No rechazo hablar de autodeterminación, de independencia y de soberanía, pero en serio, sin trucos ni trampas. Y aunque preferiría que no fuera así, como el presunto nacionalista español que según algunos soy, aceptaría que España perdiera parte de su actual territorio si con ello se alcanzaba la tranquilidad en el País Vasco y en Cataluña, por ejemplo. Pero creo que esa sería una mala solución también para esos nuevos Estados, porque los nacionalistas no se detendrían cuando obtuvieran la independencia, pues pretenden formar sociedades homogéneas, recrear la antigua comunidad en forma idealizada; es decir rehacer la imaginada nación nacionalista, formada por individuos cultural y políticamente semejantes, cortados por el patrón de los nacionalistas, que pretenden componen una nación homogénea y que así se mantenga a lo largo del tiempo, conservando, lo que según ellos, les han legado los siglos.
Al fin y al cabo, para ser lógico, y los partidos nacionalistas en esto lo son, el nacionalismo es adversario de la pluralidad; a los nacionalistas les aterra la diversidad, rechazan convivir con personas distintas en un país plural, por eso se quieren separar de España, pero rechazan una sociedad interna plural (que  contenga españoles, emigrantes), porque creen en países homogéneos, en identidades colectivas, en comunidades ideales, puras, formadas por individuos cultural y políticamente clónicos. Y ese es el objetivo máximo, que se persigue tanto antes como después de la independencia.

para Colectivo Red Verde, 19/10/2014.


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