miércoles, 11 de octubre de 2017

¿Español? Sí.

Has puesto la cosa interesante, Josegabriel Zurbano, y estoy de acuerdo contigo pero vayamos por partes. Un país no son sólo sus leyes, ni su aparato jurídico y político, ni su Carta Magna; es más cosas, su historia, sus tierras, sus paisajes, sus gentes, sus costumbres, sus tradiciones, su gastronomía y, claro está, su riqueza y sus oportunidades de vida. No siempre coinciden unas cosas y otras. Por ejemplo, España por su ubicación geográfica, su clima, sus tradiciones y sus gentes, acogedoras y en general amables y abiertas, es un buen sitio para vivir, lo dicen todos los extranjeros, que están de paso o jubilados pero no están obligados a vivir aquí de su trabajo. No voy a decir con esto que me siento español porque me gusta la paella, como me gusta la butifarra, el bacalao al pil pil, el pulpo a feira, las migas con chorizo o el pescaíto frito, y me gustan la mayoría de sus regiones, salvo aquellas en que son excluyentes y hacen que me sienta como un extraño en mi propio país, tan mío como de Rajoy, ojo.
Me siento excluido y poco español en lo referido a la riqueza colectivamente producida y desigualmente repartida, a la falta de oportunidades, no de hacer negocios, que es en lo que piensa la derecha, sino simplemente para vivir con dignidad que padecen muchas personas; a la dificultad de encontrar un empleo digno y bien pagado y más aún, de conservarlo, a las dificultades para tener y educar hijos (las bajas tasas de natalidad y fertilidad hablan de ello); a las dificultades para innovar, cambiar, experimentar, inventar e investigar y así sucesivamente. 
Este es un buen país salvo cuando se habla de economía y de política, y ahí te doy la razón; el sistema representativo está sesgado, es poco democrático, la gobernación es opaca y el parlamento no cumple las funciones de control del Ejecutivo que debería y la Constitución está leída de forma interesada y se aplican unos artículos y otros son papel mojado, pero es lo que tenemos. No hablo de mantenerlo tal cual, y muchos menos de abandonarlo a manos de nuestros incompetentes y corruptos gestores, sino de reformarlo profundamente, para acercar las condiciones de vida y trabajo de la mayoría de la población a las posibilidades vitales que ofrece el clima y la situación geográfica. 
Yo no renuncio a este país, que es tan mío como de la derecha más recalcitrante, y eso que no poseo latifundios, ni empresas, ni bancos ni nada por el estilo, no lo poseo materialmente, pero lo considero tan mío, que no quiero que me lo roben los que lo administran en su casi exclusivo provecho, ni los que no miran por su futuro, ni se ocupan de los problemas a largo plazo o son serviles ante terceros países. Ni tampoco los que lo quieren dividir, pensando en que como este país parece irreformable, lo mejor es dividirlo, repartirlo y que cada cual se arregle como pueda a ver si consigue mejorar. Por eso no soy separatista, y soy contrario a la secesión de Cataluña, como lo sería de Andalucía o de Madrid, porque pienso que este país, a pesar de su historia aciaga, con sus muchas dificultades para insertarse en la edad moderna, tiene solución y esa solución sólo puede venir de la izquierda, no de la derecha que lo lleva parasitando desde hace al menos dos siglos, pero de una izquierda que mire por todo el país, que lo vea en conjunto, que piense en soluciones globales y a largo plazo, no en tácticas a corto y en enredarse por partes o regiones. Hay que recuperar este país, con los signos que son de todos, y que le hemos regalado simbólicamente a la derecha, aunque materialmente lo considera suyo en exclusiva. 

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