domingo, 22 de octubre de 2017

Nacionalismo, utopía y pragmatismo.

En todo lo que está sucediendo en Cataluña, que es muy grave, es difícil entender la actitud de las izquierdas, que parecen confundidas, obnubiladas, desbordadas. Unas, que no se han opuesto con suficiente contundencia al discurso nacionalista, dudan; otras parecen seducidas por el relato victimista del  pueblo oprimido, sin ver más lejos; otras oscilan continuamente entre unas posiciones y otras y unas terceras están entregadas al proceso de fundar una república, aunque guarden reservas sobre el contenido final de ese proyecto. 
Unas y otras no parecen haber valorado con suficiente claridad las tendencias contradictorias que internamente animan el movimiento secesionista, que, a la hora de ponerse en práctica, otra cosa son los discursos, parecen muy difíciles de combinar.
Por un lado, existe una tendencia contemporánea, actualísima, propia de las sociedades urbanas, desarrolladas y competitivas, impelidas por la lógica de un mercado global y dinámico, como es la general falta de solidaridad instalada como principio universal. En este caso, de las regiones ricas hacia las que no lo son o lo son menos, tan característica del neoliberalismo imperante, que impone el egocentrismo como norma de conducta personal, social, económica y política. Tendencia que responde a los intereses del capital que, en aras de aumentar el beneficio, acepta la lógica de la competencia y del mercado con las mínimas restricciones y, de ser posible, con ninguna.
Así, una parte del independentismo, bajo los conocidos lemas del patriotismo más ingenuo y desinteresado (somos una nación, queremos decidir, etc, etc), esconde la divisa del individualismo, la competencia y mercado libre, creyendo que Cataluña, sin el lastre de las regiones pobres de España, sería un país como Dinamarca, que estaría en mejores condiciones para poder competir en el mercado internacional.
Podría decirse que esta es la tendencia pragmática del nacionalismo.
Por otro lado, se encuentra la tendencia opuesta: la intención de restaurar los lazos sociales que neutralicen la insolidaria tendencia anterior, promoviendo una nueva comunidad de aspiraciones e intereses, que supere las diferencias internas de la sociedad catalana luchando colectivamente por llevar adelante un proyecto común. Intento que, según el discurso nacionalista, está lastrado por España. Pero se trata de construir el futuro mirando al pasado, a la tradición, a una Cataluña arcaica, foral, preindustrial o instalada en la pequeña producción, en el comercio local y en el proteccionismo económico.
Esta sería la tendencia utópica. Si la primera tendencia está inspirada en el moderno neoliberalismo, la segunda encuentra su inspiración remota en la Cataluña rural y clerical y en el carlismo.
Modestamente, creo que si la izquierda (o las izquierdas) pretende sobrevivir a este momento de crisis, debería recuperar su autonomía respecto a la derecha, a la derecha nacional, centralista, españolista, y respecto a las derechas locales, regionales, nacionalistas, que no son menos derechas; olvidarse de la disgregación del Estado y de su conquista por parcelas, nefasta consecuencia de su dogmatismo e inviable empresa hasta ahora, y plantearse su conquista o en su defecto la reforma del Estado en beneficio de las clases subalternas.
Y, en tanto llega ese día, que por ahora no se atisba en el horizonte, plantearse, como tarea ineludible, disputar la hegemonía a las derechas para alcanzar la mayoría social suficiente con la que poder neutralizar sus rancios proyectos, centrales y periféricos.

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