Por aludir solamente a lo más reciente y, en
definitiva a lo accidental, mal, muy mal me parece lo sucedido el pasado
domingo. Mal por todas partes.
Mal por parte de la Generalitat, al mantener la
convocatoria de un referéndum que estaba prohibido, que el 61% de los
ciudadanos admite como no válido, y al animar a la gente participar. Mal por
parte de quienes se pusieron de perfil para participar en lo que llamaron una
“movilización”. Y mal, muy mal, por parte del Gobierno, al utilizar a las
fuerzas del orden para impedir un refrendo que era ilegal en su irregular
tramitación parlamentaria, en su chapucera ejecución, carente de las mínimas
garantías democráticas, y en su propósito, que era buscar respaldo social a la autodeterminación,
con un acto que excede las competencias de la Generalitat.
El ilegal refrendo realizado sin intervención
de la fuerza pública hubiera carecido igualmente de validez, pero se habrían
evitado actuaciones violentas, con más de 800 heridos de diversa consideración
(se desconocen los hospitalizados), recogidas en fotografías que producen
sonrojo, porque recuerdan tiempos pasados, y publicadas en la primera plana de
muchos periódicos nacionales y extranjeros. En cualquier caso, deben depurarse
las responsabilidades en los casos donde haya habido excesos y el Gobierno debería
deponer de su cargo al ministro del Interior, último responsable político de la
desafortunada operación.
El Gobierno central tendría que haber
intervenido antes, cosa difícil teniendo al frente a Rajoy, incapaz de hablar e
incapaz de hacer, antes de intentar impedir por la fuerza las votaciones que
pudieran producirse en los hipotéticos lugares donde los activistas, que
demostraron organización e imaginación, hubieran podido esconder las urnas,
pues era como buscar agujas en un pajar.
El de Rajoy era un intento vano, además
insensato por las reacciones que hubiera podido producir y que finalmente ha
producido, y que le ha colocado en el lugar donde quería Puigdemont: mostrando
la cara más hosca del Gobierno de España, que es la represión desatada por cuerpos
armados llegados desde fuera de Cataluña.
En su día, tampoco Zapatero estuvo acertado,
pues el momento de intervenir hubiera sido en septiembre de 2009, cuando el
Ayuntamiento de Arenys de Munt realizó una consulta de ámbito municipal, ilegal
y no vinculante, con una pregunta trampa -¿Está de acuerdo en que Cataluña se
convierta en un Estado de derecho, independiente, democrático y social,
integrado en la Unión Europea?”- cómo podía haber preguntado si era partidario
de que lloviera a gusto de todos.
La iniciativa fue del concejal de la CUP,
apoyada por los 4 concejales del grupo local Arenys de Munt 2000, 3 de ERC y 3
de CiU. La consulta recibió el apoyo de casi 90 personalidades de la vida
pública catalana, entre ellos Pascual Maragall y algunos militantes del PSC, y
por supuesto de CiU, ERC, la CUP y de Iniciativa per Catalunya-Verds. Los concejos
de casi doscientas localidades catalanas se mostraron dispuestos a repetirlo y
sirvió de experiencia para montar el “refrendo” del 9 de noviembre de 2014,
simulacro de infausta memoria, que costó 13 millones de euros, que tardíamente
se reclaman a los organizadores, entre ellos a Artur Mas, que anda pidiendo
solidaridad para reunir la parte del dinero que le toca aportar.
Desde entonces no ha cesado el desafío, que,
entre bromas y veras, ha ido creciendo y sumando apoyos, pues desde la
Generalitat y sus organizaciones afines se ha sembrado la impresión de que de
partir un país -la odiosa España- y crear otro a voluntad de los promotores es
una fiesta callejera de banderas y camisetas de colores, y que desafiar a un
Estado (presuntamente) opresor es un es un juego en que hacerse el valiente sale
gratis.
Y muchas personas, en particular jóvenes, que
no conocieron el régimen de Franco ni las convulsiones de la Transición,
imaginan que están luchando alegremente contra una dictadura, pero conservando
todos los derechos, incluso los ejercidos en exceso contra los de conciudadanos
suyos que no comulgan con las mismas ideas.
Mucha gente ha creído el relato feliz de los
beneficios sin cuento que traerá la independencia y el cuento no menos feliz de
lo fácil que iba a ser llegar a ella. Y lo han creído a pesar de la intención
de los propios mandamases de ignorar la legalidad. Ya advirtió Artur Mas, en su
investidura como President, en 2012, que “ponía rumbo de colisión” con el
Gobierno central y después ha afirmado que se trata de ir “más allá de la legalidad”
y de “poner al Estado contra las cuerdas”. Y lo mismo ha hecho Puigdemont,
apoyado por Junqueras y azuzado por la CUP.
Lo que también ha sucedido, es que por parte
del Gobierno de Rajoy no había respuesta, salvo que, ante cada paso que dado por
los independentistas, sonaba la voz de la grabadora que decía que se aplicaría
la ley, pero como la ley no se aplicaba, o se aplicaba “pero flojito”, como
diría Gila, cundía la sensación de que la impunidad era el premio de los
osados. Hasta el domingo.
¿Se puede desafiar la legalidad?, Claro, no
seré yo quien lo niegue. ¿Se puede ser rebelde y desafiar al Estado? Por
supuesto; muchas personas lo asumieron durante la dictadura y la Transición
para llevar lo más lejos posible las reformas del cambio de régimen, pero
sabían a lo que se exponían y estaban dispuestas a arrostrar las consecuencias.
En todo este asunto del “procés”, mucha gente
con escasa cultura política y poca información y quizá con una visión bastante
deformada de la historia de Cataluña y de España no sabía bien donde se estaba
metiendo y creía de buena fe que desafiar la fuerza del Estado era un alegre
ejercicio de ciudadanía que sólo podía reportar ventajas. Se les puede
disculpar.
Quienes carecen de
cualquier disculpa, y a quienes sus ciudadanos deberán exigir que asuman sus responsabilidades, son los patrocinadores de esta aventura, porque ellos, como
profesionales de la política y familiarizados con el ejercicio del poder, sí lo
saben.
No hay comentarios:
Publicar un comentario