La crisis financiera y la recesión económica subsiguiente ha sido uno de los motores
fundamentales para llegar a esta situación, porque ha alimentado la desafección
ciudadana respecto a los gobiernos. Desafección que ya estaba incubada por la
extendida corrupción en las élites políticas y económicas del país (de España y
de Cataluña), por la manipulación de las instituciones en el juego político y por
el envejecimiento del régimen expresado en el alejamiento de los partidos
políticos respecto a la gente, en el escaso vigor de la vida parlamentaria,
oscilante entre la atonía y la crispación, en la erosión del sistema
bipartidista y en la crisis en la propia Casa Real.
Con la crisis, la gente no supo lo que se le
venía encima, pues, de repente, en una situación de bonanza económica que
parecía eterna, estalló la burbuja inmobiliaria que produjo la gran recesión
económica, seguida de los recortes de fondos públicos ordenados por la funesta
“troika” (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario
Internacional) y aplicados con diligencia por el Govern de Artur Mas, que
fueron los primeros y más drásticos de España.
Las medidas de austeridad provocaron indignación
y la movilización ciudadana, en particular entre los jóvenes, alentados por los
ecos del 15-M. Llegaron las concentraciones, las sentadas, las pintadas, la
acampada en la plaza de Cataluña y el cerco al Parlament, a donde el Govern tuvo
que llegar en helicóptero y los diputados salir en furgonetas de los mossos. Actos con un contenido de clase
que gustaron muy poco a los nacionalistas. Carod Rovira consideró que los acampados actuaban como
españoles, no como catalanes, y les invitó a irse a orinar a España.
Junto al interés por rechazar la propia
responsabilidad en la gestión del sistema económico que había reventado y en
aplicar las medidas de austeridad de la “troika”, hubo otro importante factor
que explica el giro político de Artur Mas en 2012, que fue la corrupción. Los
casos Palau, Pretoria, Adigsa, la red de comisiones del 3% y otra docena larga
de casos, a los que luego se sumarían el
caso ITV, de Oriol Pujol, la fortuna en el extranjero del ex honorable y las andanzas
de otros de sus hijos en negocios realizados al amparo de la Generalitat, inclinaron
a Mas a dar un drástico giro y acelerar el plan de renacionalización de
Cataluña sugerido por Jordi Pujol en 1990.
En
2012, Mas decidió alejarse del Partido Popular, que había sido su apoyo en el
Parlament y al que había apoyado en Congreso. Rajoy dejó de ser un aliado y se convirtió
en un necesario enemigo de Cataluña, para poder rebotar hacia él y hacia España
la responsabilidad por las medidas de austeridad ordenadas por la “troika” y aplicadas
servilmente por el Govern desde 2010. De este modo, Mas pensaba desviar la
indignación popular hacia un tercero, que no estaba en Cataluña, y que se había
acreditado como un notorio centralista ante el nuevo Estatut. El éxito de esta operación residía en acentuar el impulso
nacionalista antiespañol aprovechando el malestar suscitado por la crisis y el
enfado por la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut.
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