viernes, 6 de octubre de 2017

El despertar

Los norteamericanos llaman despertares a corrientes de reconversión religiosa, que en el apogeo de sus públicas manifestaciones de fe pueden desembocar en estados de histeria colectiva. El primer gran despertar tuvo lugar en los años cincuenta del siglo XVIII, el segundo en los años previos a la Guerra de Secesión. El último despertar religioso se produjo como reacción a los rebeldes años sesenta y setenta, durante la “revolución conservadora” de Ronald Reagan, con el fenómeno de los “cristianos renacidos” y otras sectas fundamentalistas cristianas.
Pues bien, guardando las debidas distancias, en Cataluña ha tenido lugar un fenómeno similar, pero de otra índole: un sobrevenido despertar político.
Sobre la base del discurso nacionalista vertido a lo largo de los años, que ha ido empapando de manera persistente el tejido social como una lluvia fina, el acelerón político de los partidos soberanistas iniciado en 2010, pero sobre todo desde la Diada de 2012, ha supuesto un verdadero revulsivo en la vida catalana.
Con el estímulo de la propaganda pertinaz, lo sembrado antaño cobra vida y el nacionalismo dormido, aprendido desde la niñez en cuentos infantiles, historias locales y viejas leyendas, despierta y sirve de cimiento al acelerado aluvión de nuevas consignas políticas.
El pasado idealizado vuelve y actualiza la profecía de la secular opresión de Cataluña por España con la prohibición de formar hoy una república soberana mediante una secesión territorial, pero sin más demostración, porque coinciden el pasado y el presente en un discurso que excluye todo elemento crítico y cualquier atisbo de duda. Rescatados por la memoria, los viejos mitos cobran vida y se convierten en aliento de la voluntad y en fuerza actuante; en actos personales y en movilización colectiva.
El relato soberanista apela a la actividad detrás de unas pocas y simples ideas dotadas de gran valor simbólico: la lengua, la nación, la tierra, la historia y el origen, al que hay que volver, haciendo que el futuro se parezca al pasado imaginado. Dotado de una gran seguridad en sí mismo, ofrece una explicación simple a fenómenos muy complejos; la culpa de todo la tiene el otro, el adversario de siglos, el opresor de ayer y de siempre.
Este discurso utiliza, por un lado, una serie de afirmaciones rotundas, por medio de frases sencillas -Somos una nación, España nos roba, Poner las urnas es democracia, Tenemos derecho a decidir, Democracia es votar, etc-, que definen la situación y delimitan el ámbito del conflicto, reduciendo la complejidad de la sociedad catalana a dos campos: ellos y nosotros; los buenos (los catalanes) y los malos (los españoles); los demócratas (los soberanistas) y los fascistas (los españolistas, constitucionalistas, franquistas, colonos, botiflers).
Y por otro lado, utiliza el sentimiento de pertenencia como argumento inapelable, como si sus adversarios carecieran de sentimientos de pertenencia o estos fueran de inferior calidad o intensidad.
Es un discurso emotivo que no apela a la razón, sino a la fe y a los sentimientos; a la voluntad histórica de ser libres, que muestra la supremacía de un pueblo sobre su presunto opresor, humanamente inferior pero fuerte y astuto.
El discurso nacionalista rehúye la investigación, la verificación, el contraste con otras fuentes, desdeña aclarar los temas controvertidos y el debate con otros relatos, pues sus divulgadores estiman que no es el momento de formular un discurso sereno y racional con aporte de argumentos y datos, tarea difícil y contradictoria con el objetivo, sino de incentivar las emociones necesarias que lleven a moverse, pues estima que ha llegado a hora de actuar en función de un relato cuya simiente se puso hace muchos años de manera intuitiva, jugando, cantando.
Este nacionalismo durmiente era la gran reserva de los soberanistas; un recurso preparado con antelación y guardado en la recámara durante años para cuando hiciera falta utilizarlo, y ese momento ha llegado para convertir a miles de personas, hasta ahora ciudadanos pasivos, en partícipes activos y en militantes de un potente movimiento reivindicativo.

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