Como
respuesta a Jesús, con el tiempo y la dedicación que merece, aclaro, para
tranquilidad de los presentes, que no estoy "construyendo" nada sobre la
izquierda ("construyendo el partido", como se decía antes, o un sucedáneo),
nada que tenga que ver con aspectos organizativos o con programa alguno. En el
sentido de "construir" no hago nada útil; sólo me estoy reconstruyendo
trabajosamente yo, a base de "desconstruir" con dificultad lo que
alegremente construí hace 35 o 40 años, cuando creía que, además de la Razón y
las razones de los trabajadores y de los pobres, tenía a la Historia a mi favor
(¡ay! hegeliano de mí; ¡ay, infelice!). Lo cual, como aportación social a
cualquier causa es de escaso valor; irrelevante.
Pero hay
otras maneras, evidentemente modestas, de ayudar o apoyar a la izquierda, a la
que sea; a la causa en general de la izquierda (que está por volver a definirse
en gran parte), como es, primero, criticar a la derecha. Esa derecha que Luis
ha descrito muy bien en su último correo. Esa derecha tremenda, que nos ha
tocado en (mala) suerte. Esa derecha arriscada a la que hay que domar para que,
al menos, pueda ser tratable. Y en eso estoy.
En su día,
verano del 2003, propuse a varios miembros de Red Verde escribir algo sobre
(contra) la derecha, pero hubo una alternativa más teórica, que se concretó en
la edición de la revista Cuadernos de
Ecología Política, de la que salió un número. Como no soy un experto, ni
siquiera un lego en la materia, yo seguí con el proyecto inicial, y con otros colegas
publiqué, publicamos, hace un año el libro La
derecha furiosa. Y los mismos estamos ahora trabajando en otro libro pero
dedicado a la Iglesia, pues no se entiende a la derecha política sin tener en
cuenta a la santa madre. Tanto monta, monta tanto, Zaplana como Losantos, o Rajoy
como Rouco.
Por lo que
respecta a la izquierda, estoy, como tantos, sin partido y, a tenor de lo que
se está viendo, así seguiré. Sigo la evolución de las izquierdas y me encuentro
entre los votantes desesperados de IU, aunque no sé si será por mucho tiempo,
pues, a lo mejor me oriento, en las próximas generales, hacia el voto útil
(menos inútil), porque lo que no puede ocurrir es que esta derecha montaraz, a
la que no le importan el país, sus habitantes, sus instituciones, ni nada que
no sean sus intereses, pueda obtener, como premio a su comportamiento golpista
y mendaz, una victoria electoral. Y tiene bemoles, por no decir otra cosa, que
quienes fuimos críticos con la Transición y lo seguimos siendo con esta
democracia imperfecta, con esta Constitución salida de un consenso que obligaba
a muchas cosas y con este régimen de libertades presidido por un monarca,
tengamos que exigir a la derecha, que se llena la boca hablando Estado de
derecho, que los respete.
Veo en las
izquierdas, especialmente, en las más radicales, preocupantes tendencias, que,
so capa de enfrentarse al imperialismo (ahora la globalización) las llevan a
apoyar proyectos muy diversos, impulsados, a veces, por sujetos o agentes
sociales poco presentables.
Y habiéndose extraviado, integrado o desertado el
proletariado, cuantitativamente reducido, que era el sujeto que, con el
esfuerzo de liberarse él mismo, debía liberar a toda la humanidad, veo en estas
izquierdas la ansiosa búsqueda de otro, u otros sujetos, que lo reemplacen en
la revolucionaria tarea de transformar el mundo de manera drástica y abrupta,
sin que exista una reflexión seria y meditada sobre la transformación del
mundo en un solo sentido y a partir de un proceso tenido como modélico (la
revolución).
Según mi
modesto entender, la izquierda revolucionaria o transformadora, debe afrontar a
la larga o a la corta (quizá haya quienes lo hayan hecho ya), el problema
teórico planteado por:
a) La
<vieja> revolución rusa de 1917, que instauró el primer Estado obrero del
mundo, pero acabó degenerando en un régimen despótico y burocratizado, que se
pinchó como un globo entre los años 1989-1991. Lo que siguió, al menos en el
terreno de la subsistencia cotidiana de la gente, no fue mejor, pero ese es
otro asunto.
b) La
dificultad para arraigar y desarrollarse que encuentran los procesos
revolucionarios en los países industriales de occidente, cuyos regímenes
democráticos o democrático burgueses se muestran políticamente muy estables a
pesar de las crisis económicas.
c) La
degeneración de las revoluciones acaecidas en países del Tercer Mundo después
de la II Guerra mundial y su transformación en regímenes despóticos y con
frecuencia corruptos. El caso de los países descolonizados, de Vietnam, Laos,
Camboya, etc, y el de China, con la revolución popular y las teorías de Mao Tse
Tung como renovada alternativa al modelo soviético, es aún más chocante y
muestra parecido camino a las anteriores. Casi se diría que sigue la misma
maldición.
De todo
ello, se pueden extraer una serie de preguntas y conclusiones, que dejo para
otro momento, para no ser un coñazo.
Y en eso
estoy. No sé si construyo algo o no. En todo caso no mucho, pero no puedo dejar
de buscar respuestas a preguntas que me inquietan.
Saludos
cordiales,
Fray Pepe
7-X-2006
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