lunes, 16 de octubre de 2017

Construyendo pero poco

Como respuesta a Jesús, con el tiempo y la dedicación que merece, aclaro, para tranquilidad de los presentes, que no estoy "construyendo" nada sobre la izquierda ("construyendo el partido", como se decía antes, o un sucedáneo), nada que tenga que ver con aspectos organizativos o con programa alguno. En el sentido de "construir" no hago nada útil; sólo me estoy reconstruyendo trabajosamente yo, a base de "desconstruir" con dificultad lo que alegremente construí hace 35 o 40 años, cuando creía que, además de la Razón y las razones de los trabajadores y de los pobres, tenía a la Historia a mi favor (¡ay! hegeliano de mí; ¡ay, infelice!). Lo cual, como aportación social a cualquier causa es de escaso valor; irrelevante.
Pero hay otras maneras, evidentemente modestas, de ayudar o apoyar a la izquierda, a la que sea; a la causa en general de la izquierda (que está por volver a definirse en gran parte), como es, primero, criticar a la derecha. Esa derecha que Luis ha descrito muy bien en su último correo. Esa derecha tremenda, que nos ha tocado en (mala) suerte. Esa derecha arriscada a la que hay que domar para que, al menos, pueda ser tratable. Y en eso estoy.
En su día, verano del 2003, propuse a varios miembros de Red Verde escribir algo sobre (contra) la derecha, pero hubo una alternativa más teórica, que se concretó en la edición de la revista Cuadernos de Ecología Política, de la que salió un número. Como no soy un experto, ni siquiera un lego en la materia, yo seguí con el proyecto inicial, y con otros colegas publiqué, publicamos, hace un año el libro La derecha furiosa. Y los mismos estamos ahora trabajando en otro libro pero dedicado a la Iglesia, pues no se entiende a la derecha política sin tener en cuenta a la santa madre. Tanto monta, monta tanto, Zaplana como Losantos, o Rajoy como Rouco.
Por lo que respecta a la izquierda, estoy, como tantos, sin partido y, a tenor de lo que se está viendo, así seguiré. Sigo la evolución de las izquierdas y me encuentro entre los votantes desesperados de IU, aunque no sé si será por mucho tiempo, pues, a lo mejor me oriento, en las próximas generales, hacia el voto útil (menos inútil), porque lo que no puede ocurrir es que esta derecha montaraz, a la que no le importan el país, sus habitantes, sus instituciones, ni nada que no sean sus intereses, pueda obtener, como premio a su comportamiento golpista y mendaz, una victoria electoral. Y tiene bemoles, por no decir otra cosa, que quienes fuimos críticos con la Transición y lo seguimos siendo con esta democracia imperfecta, con esta Constitución salida de un consenso que obligaba a muchas cosas y con este régimen de libertades presidido por un monarca, tengamos que exigir a la derecha, que se llena la boca hablando Estado de derecho, que los respete.
Veo en las izquierdas, especialmente, en las más radicales, preocupantes tendencias, que, so capa de enfrentarse al imperialismo (ahora la globalización) las llevan a apoyar proyectos muy diversos, impulsados, a veces, por sujetos o agentes sociales poco presentables.
Y habiéndose extraviado, integrado o desertado el proletariado, cuantitativamente reducido, que era el sujeto que, con el esfuerzo de liberarse él mismo, debía liberar a toda la humanidad, veo en estas izquierdas la ansiosa búsqueda de otro, u otros sujetos, que lo reemplacen en la revolucionaria tarea de transformar el mundo de manera drástica y abrupta, sin que exista una reflexión seria y meditada sobre la transformación del mundo en un solo sentido y a partir de un proceso tenido como modélico (la revolución).
Según mi modesto entender, la izquierda revolucionaria o transformadora, debe afrontar a la larga o a la corta (quizá haya quienes lo hayan hecho ya), el problema teórico planteado por:
a)   La <vieja> revolución rusa de 1917, que instauró el primer Estado obrero del mundo, pero acabó degenerando en un régimen despótico y burocratizado, que se pinchó como un globo entre los años 1989-1991. Lo que siguió, al menos en el terreno de la subsistencia cotidiana de la gente, no fue mejor, pero ese es otro asunto.
b)   La dificultad para arraigar y desarrollarse que encuentran los procesos revolucionarios en los países industriales de occidente, cuyos regímenes democráticos o democrático burgueses se muestran políticamente muy estables a pesar de las crisis económicas.
c)   La degeneración de las revoluciones acaecidas en países del Tercer Mundo después de la II Guerra mundial y su transformación en regímenes despóticos y con frecuencia corruptos. El caso de los países descolonizados, de Vietnam, Laos, Camboya, etc, y el de China, con la revolución popular y las teorías de Mao Tse Tung como renovada alternativa al modelo soviético, es aún más chocante y muestra parecido camino a las anteriores. Casi se diría que sigue la misma maldición.
De todo ello, se pueden extraer una serie de preguntas y conclusiones, que dejo para otro momento, para no ser un coñazo.
Y en eso estoy. No sé si construyo algo o no. En todo caso no mucho, pero no puedo dejar de buscar respuestas a preguntas que me inquietan.
Saludos cordiales,
Fray Pepe

7-X-2006

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