miércoles, 11 de octubre de 2017

Otra broma

Good morning, Spain, que es different (and Catalonia too much)

Cataluña ha tenido buenos humoristas, no en vano ha sido cuna de geniales dibujantes y estupendos guionistas de historietas que han generado durante décadas un mundo divertido para entretenimiento de chicos y grandes, pero era difícil pensar que pudieran ser superados en ingenio por unos aficionados como los promotores del “procés”. ¡Qué derroche de imaginación hubo ayer en el Parlament! ¡Gracia a raudales! Ni un redivivo “Papus” les aventajaría en humor político.
Porque no se puede negar que la verbal declaración de independencia -euforia de sus fans-, seguida de su inmediata suspensión -estupor de sus fans- en espera de abrir una negociación con el Gobierno -decepción de sus fans-, es digna de figurar entre los mejores “inventos del TBO”.
En lenguaje taurino, fue un pase natural de Puigdemont en traje de luces, para dar salida al “embolao”, pero, para la CUP fue un derechazo, que en el mismo lenguaje así se llama a la misma suerte, y a la vez fue un desplante ante el respetable público -olé, maestro- que llenaba la plaza y la calle, tras lo cual, el primer espada y la cuadrilla volvieron al burladero a firmar, con mucha pompa y ceremonia, lo que no se atrevieron a votar en la cámara, con lo cual quedaba proclamada y suspendida “ipso facto” la nueva República de Cataluña en un documento casi solemne, que no es otra cosa que un manifiesto político dirigido al orbe o un brindis al sol.
No sorprende que los radicales de la CUP, que habían quedado como Juan Charrasqueado, dijeran que el maestro se había “rajao” como Jalisco, ni que la bien orquestada ceremonia de la confusión tuviera efectos inmediatos en las propias filas, pues alguno de los prebostes del “procés” dijo anoche que ya estaban en la república. Vale.   
Después de cinco años de esperar que el rumbo de colisión marcado por Artur Mas topara, al fin, con un obstáculo, no se produjo la colisión. No hubo choque de trenes, sino que el maquinista y sus fogoneros se apearon del tren y esperan la mediación de los guardagujas para trata de hallar, mediante el diálogo, una vía, legal y pactada, hacia un destino incierto pero más seguro, que les evite perder acaudalados viajeros por el camino.
Sólo queda esperar a ver qué sale del tan esperado diálogo, pero para dialogar hacen falta interlocutores reconocidos y, en nombre de qué y de quiénes puede dialogar Puigdemont, si en el día de hoy, horas después del acto no se sabe lo que es y lo que representa. ¿Es Presidente del Gobierno de la Comunidad Autónoma de Cataluña? ¿O es el Presidente, suponemos que interino, de la “non nata ma proclamata” nueva república catalana? ¿Es las dos cosas o tal vez ninguna y se encuentra suspendido en una dimensión extralegal, que merece ser explicada por una nueva teoría del derecho?
Porque la legalidad del Estatut derogada, abolida, arrinconada o reemplazada por la Ley de Transitoriedad, suspendida por el Tribunal Constitucional, y la legitimidad del refrendo, votado sin garantías, es nula, no sólo por el azaroso procedimiento para votar y contar los votos, sino porque estaba expresamente prohibido por la judicatura y la ley que lo amparaba suspendida por el Tribunal Constitucional.
Por lo tanto, ¿a quién representan ahora Puigdemont y los 72 firmantes del manifiesto secesionista?
Los únicos datos fiables, obtenidos con garantías democráticas, proceden de las últimas elecciones autonómicas, calificadas por ellos de “plebiscitarias”, y esa consulta ofrece resultados inapelables: 72 diputados claramente favorables a la secesión, una mayoría no cualificada que representa al 48% de los votos válidos y al 35% del censo. Y esos son los datos que los independentistas han querido soslayar a base de manifestaciones en la calle y trampas y bromas como la de ayer en el Parlament.
Sencillamente, no son serios, pero el asunto es muy serio: se lo han dicho los diputados catalanes de la oposición, se lo dijeron el domingo cientos de miles de ciudadanos catalanes en la calle y se lo están diciendo empresarios y banqueros catalanes trasladando sus catalanas empresas fuera de Cataluña.    
Hay que esperar a ver qué hace don Tancredo en la plaza de Madrid.



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