Good morning, Spain, que es different (and Catalonia
too much)
Cataluña
ha tenido buenos humoristas, no en vano ha sido cuna de geniales dibujantes y estupendos
guionistas de historietas que han generado durante décadas un mundo divertido para
entretenimiento de chicos y grandes, pero era difícil pensar que pudieran ser
superados en ingenio por unos aficionados como los promotores del “procés”. ¡Qué
derroche de imaginación hubo ayer en el Parlament! ¡Gracia a raudales! Ni un redivivo
“Papus” les aventajaría en humor político.
Porque
no se puede negar que la verbal declaración de independencia -euforia de sus fans-,
seguida de su inmediata suspensión -estupor de sus fans- en espera de abrir una
negociación con el Gobierno -decepción de sus fans-, es digna de figurar entre
los mejores “inventos del TBO”.
En
lenguaje taurino, fue un pase natural de Puigdemont en traje de luces, para dar
salida al “embolao”, pero, para la CUP fue un derechazo, que en el mismo lenguaje
así se llama a la misma suerte, y a la vez fue un desplante ante el respetable
público -olé, maestro- que llenaba la plaza y la calle, tras lo cual, el primer
espada y la cuadrilla volvieron al burladero a firmar, con mucha pompa y
ceremonia, lo que no se atrevieron a votar en la cámara, con lo cual quedaba
proclamada y suspendida “ipso facto” la nueva República de Cataluña en un
documento casi solemne, que no es otra cosa que un manifiesto político dirigido
al orbe o un brindis al sol.
No
sorprende que los radicales de la CUP, que habían quedado como Juan
Charrasqueado, dijeran que el maestro se había “rajao” como Jalisco, ni que la
bien orquestada ceremonia de la confusión tuviera efectos inmediatos en las
propias filas, pues alguno de los prebostes del “procés” dijo anoche que ya
estaban en la república. Vale.
Después
de cinco años de esperar que el rumbo de colisión marcado por Artur Mas topara,
al fin, con un obstáculo, no se produjo la colisión. No hubo choque de trenes, sino
que el maquinista y sus fogoneros se apearon del tren y esperan la mediación de
los guardagujas para trata de hallar, mediante el diálogo, una vía, legal y
pactada, hacia un destino incierto pero más seguro, que les evite perder acaudalados
viajeros por el camino.
Sólo
queda esperar a ver qué sale del tan esperado diálogo, pero para dialogar hacen
falta interlocutores reconocidos y, en nombre de qué y de quiénes puede
dialogar Puigdemont, si en el día de hoy, horas después del acto no se sabe lo
que es y lo que representa. ¿Es Presidente del Gobierno de la Comunidad Autónoma
de Cataluña? ¿O es el Presidente, suponemos que interino, de la “non nata ma
proclamata” nueva república catalana? ¿Es las dos cosas o tal vez ninguna y se
encuentra suspendido en una dimensión extralegal, que merece ser explicada por
una nueva teoría del derecho?
Porque
la legalidad del Estatut derogada, abolida, arrinconada o reemplazada por la Ley
de Transitoriedad, suspendida por el Tribunal Constitucional, y la legitimidad
del refrendo, votado sin garantías, es nula, no sólo por el azaroso procedimiento
para votar y contar los votos, sino porque estaba expresamente prohibido por la
judicatura y la ley que lo amparaba suspendida por el Tribunal Constitucional.
Por
lo tanto, ¿a quién representan ahora Puigdemont y los 72 firmantes del manifiesto
secesionista?
Los
únicos datos fiables, obtenidos con garantías democráticas, proceden de las
últimas elecciones autonómicas, calificadas por ellos de “plebiscitarias”, y
esa consulta ofrece resultados inapelables: 72 diputados claramente favorables
a la secesión, una mayoría no cualificada que representa al 48% de los votos
válidos y al 35% del censo. Y esos son los datos que los independentistas han
querido soslayar a base de manifestaciones en la calle y trampas y bromas como
la de ayer en el Parlament.
Sencillamente, no son serios,
pero el asunto es muy serio: se lo han dicho los diputados catalanes de la
oposición, se lo dijeron el domingo cientos de miles de ciudadanos catalanes en
la calle y se lo están diciendo empresarios y banqueros catalanes trasladando
sus catalanas empresas fuera de Cataluña.
Hay que esperar a ver qué hace don Tancredo en la plaza de Madrid.
Hay que esperar a ver qué hace don Tancredo en la plaza de Madrid.
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