Tocqueville es uno de esos conservadores
inteligentes a los que da gusto leer. Esta mañana, seducido por la llamativa
portada del libro, he comprado "Recuerdos de la Revolución de 1848",
(Madrid, Trotta, 2016), del que transcribo un párrafo del capítulo I, "Fisonomía
general de la época que precedió a la revolución de 1848". Ahí Va:
"Nuestra historia, desde 1789 hasta
1830, vista desde lejos y en su conjunto, se me aparecía como el marco de una
lucha encarnizada, sostenida durante cuarenta y un años, entre el antiguo
régimen, sus tradiciones, sus recuerdos, sus esperanzas y sus hombres
representados por la aristocracia, de una parte, y la Francia nueva,
capitaneada por al clase media, de otra. Me parecía que el año 1830 había
cerrado este primer período de nuestras revoluciones, o mejor, de nuestra
revolución, porque no hay más que una sola, una revolución que siempre es la
misma a a través de fortunas y pasiones diversas, que nuestros padres vieron
comenzar, y que, según todas las posibilidades, nosotros no veremos concluir.
Todo lo que restaba del antiguo régimen fue destruido para siempre. En 1830, el
triunfo de la clase media había sido definitivo, y tan completo, que todos los
poderes políticos, todos los privilegios, todas las prerrogativas, el gobierno
entero se encontraron encerrados y como amontonados en los estrechos límites de
aquella burguesía, con la exclusión, de derecho, de todo lo que estaba por
debajo de ella, y, de hecho, de todo lo que estaba por encima. Así, la
burguesía no fue sólo la única dirigente de la sociedad, sino que puede decirse
que se convirtió en su arrendataria. Se colocó en todos los cargos, aumento
prodigiosamente el número de estos, y se acostumbró a vivir casi tanto del
Tesoro público como de su propia industria (...) El espíritu de la clase media
se convirtió en el espíritu general de la administración, y dominó la política
exterior tanto como los asuntos internos: era un espíritu activo, industrioso,
muchas veces deshonesto, generalmente ordenado, temerario, a veces, por vanidad
y por egoísmo, tímido por temperamento, moderado en todo, excepto en el gusto
por el bienestar, y mediocre; un espíritu que mezclado con el del pueblo o con
el de la aristocracia, pueda obrar maravillas, pero que, por sí solo, nunca
producirá más que una gobernación sin valores ni grandeza. Dueña de todo, como
no lo había sido ni lo será acaso jamás ninguna aristocracia, la clase media, a
la que es preciso llamar la clase gubernamental, tras haberse acantonado en su
poder, e, inmediatamente después, en su egoísmo, adquirió un aire de industria
privada, en la que cada uno de sus miembros no pensaba ya en los asuntos
públicos, si no era para canalizarlos en beneficio de los asuntos privados,
olvidando fácilmente en su pequeño bienestar a las gentes del pueblo".
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