Good morning, Spain, que es different
La derechona madrileña ha encontrado otro
pueril motivo para organizar una trifulca y pedir las dimisiones de rigor en el
equipo municipal, porque está escrito con letras indelebles en su cochambroso
libro de estilo, que, estando en la oposición, cada crítica al partido
gobernante por insignificante que sea el motivo debe dar paso a una bronca y a
la consiguiente petición de dimisiones. Malas mañas, propias, desde hace años,
de una derecha rencorosa y desleal, que ya no deberían engañar a nadie.
Esta vez el móvil ha sido la desafortunada
sesión de títeres de cachiporra “La Bruja y don Cristóbal”, contratada por el
Ayuntamiento de la Corte y Villa, que ha terminado con sus autores en la
cárcel, acusados, nada menos, que de apologetas del terrorismo.
A raíz de una denuncia, la policía interrumpió
la representación, detuvo a los actores y los mantuvo incomunicados. La justicia
ha actuado con extremo rigor e inusitada celeridad y, suponemos que teniendo en
cuenta la facilidad con que se destruyeron en la sede el PP los ordenadores de
Bárcenas y desaparecieron dos discos duros y ocho cajas de documentos que se
llevó el tesorero, ha puesto a los titiriteros entre rejas y sin libertad bajo
fianza, no sea que se les ocurra huir o destruir las pruebas -quizá el
manuscrito- de su presunto delito, que no es otro que opinar, hacer incomprensibles
juegos de palabras para niños y representar una obra de títeres que es un
dislate.
Según una nota remitida por la CNT, la obra,
que pretende ser una alegoría de la persecución sufrida por este sindicato en
años recientes, “defiende la convivencia, la tolerancia y la aceptación de lo
diferente. Los enfrentamientos se producen ante representaciones de poderes que
no los aceptan, y en ese sentido se desarrolla la trama”, que es la siguiente: la Bruja,
que representa a personas con mala fama pública, se enfrenta a los cuatro
poderes que rigen la sociedad (la Propiedad, la Religión, el Estado y la Ley).
La bruja, desahuciada de su casa y violada por el Propietario de la vivienda,
mata al propietario, pero ha quedado embarazada del muerto y da a luz un niño; entonces
aparece una monja, que encarna a la Religión, y quiere llevarse al niño
(suponemos que ante la falta de vocaciones sacerdotales), pero en el
enfrentamiento con la madre, la monja también resulta muerta. Entonces aparece
la policía, que representa al Estado y golpea a la Bruja hasta dejarla
inconsciente, tras ello construye un montaje para acusarla ante la Ley,
colocando sobre su cuerpo una pancarta que dice “Gora Alka-ETA”, que según los
autores es un juego de palabras sobre ETA y Al Qaeda. A partir del montaje
policial, el Juez condena a muerte a la Bruja, pero esta engaña al juez, que
mete la cabeza en la soga y muere ahorcado.
Como se puede observar, se trata de una obra
ingenuamente didáctica, con una intención propagandística de dudosa eficacia, y
cuyo abstruso mensaje queda invalidado en parte por la complejidad del tema. El
guion es complejo, difícil de entender hasta para los adultos, pues quiere ser,
según su autor, una crítica muy abstracta del estado de cosas existente,
expresada a través de personajes que representan elementos simbólicos (la Ley,
la Propiedad, etc) y motivaciones no siempre claras, cuyas conflictivas
relaciones culminan en escenas explícitas. Si a eso añadimos que el relato
contiene un metamensaje, que es el montaje policial para inculpar a la Bruja y
lograr que el juez la condene, es decir que la policía actúe a su vez como una
titiritera, al mover los hilos de la ley a su antojo para lograr su objetivo,
que es matar legalmente a la Bruja, tendremos los metatíteres dentro de una
función de títeres; en su conclusión el mensaje del relato se sostiene sobre un
metamensaje.
Lo importante en una obra de títeres, o de
teatro, no es que sea de “Títeres desde abajo”, así se llama la compañía, o de
títeres desde arriba, sino que la obra sea buena, o por lo menos inteligible, y
esta parece que no lo es. Quizá sean títeres experimentales, títeres de arte y
ensayo.
Dicho lo cual, es una exageración que los
componentes de la compañía hayan dado con sus huesos en la ergástula acusados
de enaltecer el terrorismo, lo que confirma la verdadera finalidad de la
llamada ley mordaza y la urgente necesidad de derogarla.
Pero hay más en este asunto y es la impericia
que reina en el equipo de Manuela Carmena, cuyos miembros, no diré que todos
pero sí demasiados, parecen turistas llegados de otro planeta, con prisa, eso
sí, pero de otro mundo, desenfadado, juvenil y alternativo, de lo cual ya hemos
tenido pruebas en el caso de los chistes de Zapata, los trajes de los Reyes
Magos en la cabalgata, la exhibición mamaria de Rita Maestre en una capilla
católica colocada en un lugar tan inadecuado como un recinto universitario (en
justa reciprocidad tendrían que impartirse clases de matemáticas o de física y
química en las iglesias), la retirada de placas y monumentos franquistas,
acometida por Celia Mayer con tantas prisas y errores que la alcaldesa ha
suspendido la aplicación del plan, y ahora con el tema de los titiriteros, que
corresponde a la misma concejalía. Episodios todos ellos que han provocado
demagógicas respuestas de la derecha farisaica, destructiva y desleal, pero de nimia
importancia al lado de la deuda de 7.500 millones dejada por Gallardón, de la
venta de pisos municipales a fondos buitre, de los casos de corrupción y
tráfico de influencias (Guateque, Mercamadrid, Cofely o Aneri), del caso Madrid
Arena, con cinco chicas muertas por dejación municipal, de los contratos de la
privatizada limpieza urbana que no se cumplen o de la operación Wanda (el
Edificio España), entre los muchos con que se ha saldado la estancia del
Partido Popular en el Ayuntamiento de Madrid durante un cuarto de siglo.
Queda una reflexión final sobre la cultura, si
esta puede ser calificada de derecha o de izquierda, de conservadora o
innovadora o simplemente de buena o mala, si la citada obra corresponde a una
cultura de izquierda y si debe estar promocionada por una institución pública
por el hecho de presentarse como una muestra de cultura alternativa, porque
tras semejante etiqueta se ofrecen no pocas supercherías.
Entiendo
que algunos ingenuos ediles, llevados de ardor juvenil y un saludable espíritu
iconoclasta, quieran satisfacer sus ganas de “épater le bourgeois”, (que flipen
los carcas), que estaba bien para los artistas de fines del XIX y para las
vanguardias del XX, tan deseosas de innovar y sorprender, pero hoy, cansados
como estamos de tantos artistas malditos, genios incomprendidos y espíritus
vanguardistas y postvanguardistas, está muy pasado de moda. En todo caso, lo
que puede hacer un artista con su obra no lo debe intentar un ayuntamiento con
dinero público, aunque sea poco.
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