lunes, 8 de febrero de 2016

Ingenuos y fariseos

Good morning, Spain, que es different
La derechona madrileña ha encontrado otro pueril motivo para organizar una trifulca y pedir las dimisiones de rigor en el equipo municipal, porque está escrito con letras indelebles en su cochambroso libro de estilo, que, estando en la oposición, cada crítica al partido gobernante por insignificante que sea el motivo debe dar paso a una bronca y a la consiguiente petición de dimisiones. Malas mañas, propias, desde hace años, de una derecha rencorosa y desleal, que ya no deberían engañar a nadie.
Esta vez el móvil ha sido la desafortunada sesión de títeres de cachiporra “La Bruja y don Cristóbal”, contratada por el Ayuntamiento de la Corte y Villa, que ha terminado con sus autores en la cárcel, acusados, nada menos, que de apologetas del terrorismo.   
A raíz de una denuncia, la policía interrumpió la representación, detuvo a los actores y los mantuvo incomunicados. La justicia ha actuado con extremo rigor e inusitada celeridad y, suponemos que teniendo en cuenta la facilidad con que se destruyeron en la sede el PP los ordenadores de Bárcenas y desaparecieron dos discos duros y ocho cajas de documentos que se llevó el tesorero, ha puesto a los titiriteros entre rejas y sin libertad bajo fianza, no sea que se les ocurra huir o destruir las pruebas -quizá el manuscrito- de su presunto delito, que no es otro que opinar, hacer incomprensibles juegos de palabras para niños y representar una obra de títeres que es un dislate.
Según una nota remitida por la CNT, la obra, que pretende ser una alegoría de la persecución sufrida por este sindicato en años recientes, “defiende la convivencia, la tolerancia y la aceptación de lo diferente. Los enfrentamientos  que se producen son ante representaciones de poderes que no lo aceptan, y en ese sentido se desarrolla la trama”, que es la siguiente: la Bruja, que representa a personas con mala fama pública, se enfrenta a los cuatro poderes que rigen la sociedad (la Propiedad, la Religión, el Estado y la Ley). La bruja desahuciada de su casa y violada por el Propietario de la vivienda, mata al propietario, pero queda embarazada del muerto y da a luz un niño; entonces aparece una monja, que encarna a la Religión, y quiere llevarse al niño (suponemos que ante la falta de vocaciones sacerdotales), pero en el enfrentamiento con la madre, la monja también resulta muerta. Entonces aparece la policía, que representa al Estado y golpea a la Bruja hasta dejarla inconsciente, tras ello construye un montaje policial para acusarla ante la Ley, colocando sobre su cuerpo una pancarta que dice “Gora Alka-ETA”, que según los autores es un juego de palabras sobre ETA y Al Qaeda. A partir del montaje policial, el Juez, condena a muerte a la Bruja, pero esta engaña al juez, que mete la cabeza en la soga y muere ahorcado.
Como se puede observar, se trata de una obra ingenuamente didáctica, con una intención propagandística de dudosa eficacia, cuyo abstruso mensaje queda invalidado en parte por la complejidad del tema. El guion es complejo, difícil de entender hasta para los adultos, pues quiere ser, según su autor, una crítica muy abstracta del estado de cosas existente, expresada a través de personajes que representan elementos simbólicos (la Ley, la Propiedad, etc) y motivaciones no siempre claras, cuyas conflictivas relaciones culminan en escenas explícitas. Si a eso añadimos que el relato contiene un metamensaje, que es el montaje policial para inculpar a la Bruja y lograr que el juez la condene, es decir que la policía actúe a su vez como una titiritera, al mover los hilos de la ley a su antojo para lograr su objetivo, que es matar legalmente a la Bruja, tendremos los metatíteres dentro de una función de títeres; en su conclusión el mensaje del relato se sostiene sobre un metamensaje.
Lo importante en una obra de títeres, o de teatro, no es que sea de “Títeres desde abajo”, que es como se llama la compañía, o de títeres desde arriba, sino que la obra sea buena, o por lo menos inteligible, y esta parece que no lo es. Quizá sean títeres experimentales, títeres de arte y ensayo.
Dicho lo cual, es una exageración que los componentes de la compañía hayan dado con sus huesos en la ergástula acusados de enaltecer el terrorismo, lo que confirma la verdadera finalidad de la llamada ley mordaza y la urgente necesidad de derogarla.
Pero hay más en este asunto y es la impericia que reina en el equipo de Manuela Carmena, cuyos miembros, no diré que todos pero sí demasiados, parecen turistas llegados de otro planeta, con prisa, eso sí, pero de otro mundo, desenfadado, juvenil y alternativo, de lo cual ya hemos tenido pruebas en el caso de los chistes de Zapata, los trajes de los Reyes Magos en la cabalgata, la exhibición mamaria de Rita Maestre en una capilla católica colocada en un lugar tan inadecuado como un recinto universitario (en justa reciprocidad tendrían que impartirse clases de matemáticas o de física y química en las iglesias), la retirada de placas y monumentos franquistas, acometida por Celia Mayer con tantas prisas y errores que la alcaldesa ha suspendido la aplicación del plan, y ahora con el tema de los titiriteros, que corresponde a la misma concejalía. Episodios todos ellos que han provocado demagógicas respuestas de la derecha farisaica, destructiva y desleal, pero de nimia importancia al lado de la deuda de 7.500 millones dejada por Gallardón, de la venta de pisos municipales a fondos buitre, de los casos de corrupción y tráfico de influencias (Guateque, Mercamadrid, Cofely o Aneri), del caso Madrid Arena, con cinco chicas muertas por dejación municipal, de los contratos de la privatizada limpieza urbana que no se cumplen o de la operación Wanda (el Edificio España), entre los muchos con que se ha saldado la estancia del Partido Popular en el Ayuntamiento de Madrid durante un cuarto de siglo.  
Queda una reflexión final sobre la cultura, si esta puede ser calificada de derecha o de izquierda, de conservadora o innovadora o simplemente de buena o mala, si la citada obra corresponde a una cultura de izquierda y si debe estar promocionada por una institución pública por el hecho de presentarse como una muestra de cultura alternativa, porque tras semejante etiqueta se ofrecen no pocas supercherías.

Entiendo que algunos ingenuos ediles, llevados de ardor juvenil y un saludable espíritu iconoclasta, quieran satisfacer sus ganas de “épater le bourgeois”, (que flipen los carcas), que estaba bien para los artistas de fines del XIX y para las vanguardias del XX, tan deseosas de innovar y sorprender, pero hoy, cansados como estamos de tantos artistas malditos, genios incomprendidos y espíritus vanguardistas y postvanguardistas, está muy pasado de moda. En todo caso, lo que puede hacer un artista con su obra no lo debe intentar un ayuntamiento con dinero público, aunque sea poco. 

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