Good morning, Spain, que es different
Es un espectáculo no exento de cierto
dramatismo contemplar como algunos partidos políticos, que parecen obsesionados
por anticipar un trágico destino predicho por las “moiras”, se empeñan en
precipitar su ocaso, mientras otros, que ya deberían estar desahuciados y esperando
al enterrador, se mantienen activos contra todo pronóstico y resurgen de sus
cenizas como el “Ave César” (así lo decía Fernando Rey en una película española
cuyo nombre no recuerdo, a lo que respondía José Luís Ozores: “qué bruto, si quien
renace de sus cenizas es La Unión y el Fénix”).
Disculpen
la broma en un asunto serio, pero no podía sustraerme a rendir un breve
homenaje a esos dos grandes actores, que nos han deparado muchas y gratas
tardes de cine a los que tenemos ya una edad (o más de una). Sigo.
Hasta
ahora, Izquierda Unida, entregada a una periódica partenogénesis, era una
excelente muestra de esa pulsión suicida, tan arraigada entre las fuerzas de la
izquierda junto con las tendencias sectarias -el legado de Caín, que parecía
español-, pero algunos grupos de los que conforman (o deforman) un partido recién
nacido como “Podemos”, están tomando el relevo en la carrera para celebrar sus
exequias cuanto antes, aunque ninguno ha corrido tanto como la formación centrista
Unión Progreso y Democracia.
El
medio elegido para perpetrar el “sepuku” político es tan eficaz como volver
contra sí mismos el “tanto”, la pequeña “katana” con que los guerreros samuráis
se abrían ritualmente el vientre, para morir por su propia mano antes que caer
en el deshonor. Pero, a diferencia de lo que creían y respetaban los miembros
de la nobleza japonesa, en España los partidos, que desconocen las estrictas
reglas del código “bushido”, dan la impresión de que se encaminan al final de
su existencia sin temer el deshonor ni el vilipendio. Tal parece ser el
reciente caso de la CUP, un partido, o conjunto de grupos, relativamente nuevo,
que ha perpetrado un “sepuku” al renunciar a los preceptos de su particular
“bushido”, a cambio de casi nada y abrazando la causa de un viejo partido,
podrido y sin honor pero con deudas, fundado por un ex honorable que rinde ahora
cuentas ante la justicia por (presuntos) delitos añejos pero no olvidados.
En Madrid también es claramente perceptible
está pulsión tanática en un sector del conglomerado político que dirige el
Ayuntamiento de la Villa y Corte, que está empeñado en librar del peor modo
posible una guerra santa contra la derecha. Una guerra, que si no hay pronta
rectificación, a buen seguro ha de perder, pues sus dirigentes ignoran una de
las máximas del maestro Sun Zu en “El arte de la guerra” (Cap. X, 26) -“quien
conoce al enemigo y se conoce a sí mismo vencerá sin ser derrotado”-.
Pues bien, tales estrategas no conocen bien sus
fuerzas, una frágil coalición de grupos y personas, y las sobreestiman, ni conocen
las del principal adversario -el PP-, que es inmisericorde, desleal y ducho en
toda clase de ardides.
Olvidando otra máxima del sabio chino (Cap. VIII, 7): “Hay senderos que no se deben recorrer, ejércitos que no se deben atacar, fortificaciones que no se deben sitiar, terrenos que no se deben reclamar”, “Ahora Madrid” ha planteado una parte de la lucha contra la derecha en el pantanoso terreno de los signos culturales de identidad, que el adversario conoce muy bien, pues, contando con un contexto conservador favorable, lleva años haciendo gala de que es el partido de los valores y de las señas de identidad verdaderamente españolas, y cuenta además con el incondicional apoyo de esa institución tan experta en el manejo de los símbolos que es la Iglesia católica.
Olvidando otra máxima del sabio chino (Cap. VIII, 7): “Hay senderos que no se deben recorrer, ejércitos que no se deben atacar, fortificaciones que no se deben sitiar, terrenos que no se deben reclamar”, “Ahora Madrid” ha planteado una parte de la lucha contra la derecha en el pantanoso terreno de los signos culturales de identidad, que el adversario conoce muy bien, pues, contando con un contexto conservador favorable, lleva años haciendo gala de que es el partido de los valores y de las señas de identidad verdaderamente españolas, y cuenta además con el incondicional apoyo de esa institución tan experta en el manejo de los símbolos que es la Iglesia católica.
El
terreno elegido, donde las medidas se plantean con prisa y precipitación, se
presta a librar pequeñas escaramuzas, que, en primer lugar distraen de lo
principal, dan lugar a contundentes y desmesuradas respuestas por parte de la
derecha, sirven para tapar sus escándalos, que no son ideológicos sino muy
materiales y financieros, y colocan, además, en situación poco cómoda a los
aliados. Pequeñas escaramuzas que poco aportan en caso de ganarse (¿qué más da
que los Reyes Magos vistan como hasta ahora, en vez de llevar unas túnicas que
parecían diseñadas para Rappel?), tienen un alto coste en salir al paso para
corregir, matizar, pedir disculpas o evitar las dimisiones que el PP pide de
oficio, además de enajenarse apoyos entre católicos y personas seguidoras de
esa tradición que pueden discrepar en otras cosas de la política del Partido
Popular.
Para disputar la hegemonía ideológica a la
derecha con posibilidades de éxito, no es eficaz hacerlo con prisa y a
trompicones, ni cediendo a los juveniles de impulsos de trasgredir el
conservador orden reinante o de querer reparar cuanto antes agravios de décadas.
En la ciclópea
tarea de intentar revertir en Madrid los nefastos efectos de un cuarto de siglo
de gobiernos de la derecha depredadora, hay que pensar a largo plazo, por lo
cual es aconsejable seguir menos “Juego de tronos” y leer más a Sun Zu.
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