La Unión
Europea forma parte de la utopía neoliberal conservadora, y también España,
tanto en la fase de auge económico, que se impulsaba incentivando el consumismo
y el crédito barato, como de recesión, cuando se han acentuado los rasgos más
antisociales del proyecto con las medidas de austeridad. Pero España es distinta, “Spain is different” como decía Fraga, y bajo el gobierno de sus
herederos la utopía presenta diferencias respecto al entorno europeo, no sólo
económicas sino políticas, especialmente agudas en la última legislatura.
La
nuestra es una utopía neoliberal impulsada por un gobierno intervencionista y
autoritario en grado sumo, que defiende un mercado libre pero controlado en sectores
estratégicos por oligopolios privados, protegidos por un Estado opaco y sordo a
las demandas ciudadanas, que ofrece el espectáculo de un capitalismo de
amigotes y una democracia de parientes y clientes; es un presunto mercado libre
con la bendición episcopal, una utopía neoliberal con olor a sacristía y un
penetrante tufo a corrupción y saqueo de fondos públicos, que para extenderse
necesita acabar con el Estado del Bienestar, con derechos civiles y garantías
sociales y con cualquier forma de resistencia o disidencia mediante leyes que
son propias de momentos de excepción. Pues la lógica legislativa del Gobierno
ha sido acomodar el orden jurídico a las necesidades de la economía, adecuar la
acción del Estado a la evolución del Mercado, asumiendo los cambios políticos
que precisa el ámbito económico para que el gran capital recupere la tasa de
ganancia que había perdido con el estallido de la crisis. En este aspecto, la
legislatura ha supuesto una gran transformación del orden constitucional sin
haber planteado de forma clara y abierta la reforma de la Constitución.
Con
estos mimbres, para los asalariados y los estratos más bajos de la clase media,
para los trabajadores y las clases subalternas, el balance de la última
legislatura es terrorífico, tanto por la pérdida de poder adquisitivo, el
deterioro de las condiciones laborales y la pérdida de garantías sociales por
el ataque al Estado del Bienestar, una pieza denostada por los neoliberales,
porque otorga derechos a todos y protege a los más débiles, y una pieza
codiciada por el capital privado porque atesora cerca del 33% del PIB.
El destrozo
El
balance de la legislatura es pavoroso. España no se ha recuperado de la peor recesión
económica desde la muerte de Franco, porque España no es el Ibex 35 y los
beneficios de las grandes empresas y las grandes cifras manejadas por el
Gobierno no pueden ocultar que la recuperación, que ha perdido fuerza a finales
de 2015, no alcanza las cifras previas a la crisis, ni pueden escamotear los
dramas cotidianos de millones de personas
La
legislatura ha concluido con 625.000 parados más de los que dejó Zapatero. Tras
haber llegado al 27% de la población activa en abril de 2013, la tasa de paro se
ha reducido hasta el 21%, pero aún dobla la tasa europea (10,5%), y deja 2,5
millones de parados de larga duración, 3,5 millones de parados sin subsidio,
866.000 jóvenes menos trabajando y más de 300.000 obligados a emigrar; el 66%
del empleo creado en 2015 es temporal (el 25% de los contratos dura menos de
una semana) y las condiciones del empleo las fijan las empresas de modo unilateral.
Como consecuencia se ha alargado la jornada laboral y han aumentado las horas
extraordinarias no pagadas, que en 2015 llegaron a un promedio semanal de 3,5
millones de horas trabajadas y no retribuidas.
A
pesar de haber subido los impuestos generales (las grandes empresas pagan
menos, tributan al 7% y las multinacionales al 3%), tenemos menos sanidad pública,
y más privada (peor y más cara), peor enseñanza primaria, secundaria y
universitaria, menos inversión en innovación e investigación, peor atención a
los dependientes y a las personas más necesitadas de apoyo social, y una merma
del 52% en el Fondo de Reserva de la Seguridad Social.
Cuando Rajoy llegó a la Moncloa, el fondo tenía 66.815 millones de
euros, al acabar 2015, contaba con 32.481
millones (34.334 millones de euros menos). Pero, aun así, todo
eso no ha servido para cumplir el objetivo de reducir la deuda pública, ni
tampoco el déficit, a pesar de las trampas en las cuentas, pues la Unión Europea
exige subsanar un desfase de 13.000 millones de euros en los presupuestos, que
habrá que sacar de algún lado.
Durante
el mandato Rajoy la deuda pública ha superado en 326.000 millones de euros la que
dejó Zapatero, y con 1,069 billones de euros llega al 98,8% del PIB. Es la deuda
pública más alta en un siglo, un dato digno de la “Marca España”. Cinco
millones de personas padecen pobreza energética, cuatro millones de empleados
ganan menos de 1.000 euros al mes, 1.700.000 hogares carecen de ingresos y
250.000 dependientes esperan ser atendidos. Casi 12 millones de personas están
afectadas por la exclusión, el poder adquisitivo de los salarios ha bajado un 22%
desde 2008, pero en contraste el 10% de las personas más ricas acumula el 43%
de la riqueza nacional. Según un estudio de la OCDE, la crisis ha generado en
España un 40% más de ricos, una de las tasas más altas del mundo, con lo cual
el autoritario Gobierno de Rajoy se sitúa en buena posición en la tendencia
internacional de concentrar la riqueza mundial en pocas manos, que es la meta
de la utopía neoliberal.
Por cómo
ha dado forma jurídica a esta contrarreforma, el mandato de Rajoy ha sido uno
de los más autoritarios y menos democráticos, pues ostenta la triste marca de
haber rechazado 105 comparecencias en el Congreso y abusar de un procedimiento
legislativo de urgencia, con 73 decretos leyes sobre 143 proyectos de ley
presentados en el Congreso hasta el pasado mes de agosto.
Rajoy
se dejó varias controvertidas leyes en el último tramo de su mandato: la “ley
mordaza” (Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana), que restringe derechos
civiles fundamentales y otorga a las fuerzas de seguridad del Estado unos poderes
tan discrecionales que son inauditos en un régimen democrático; una nueva e
innecesaria Ley de Seguridad Nacional, que lo mismo sirve para un roto que para
un descosido; la Ley de Enjuiciamiento Criminal, rechazada por todos los
sectores de la administración de justicia, pues, para algunos juristas persigue
la impunidad de los grandes casos de corrupción, al reducir los plazos de
instrucción de los sumarios. Finalmente, el Gobierno, un mes antes disolver las
Cortes, presentó, por el trámite de urgencia y sin debate ni consenso, la
reforma de la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional (Ley Orgánica, 15/21015)
para poder suspender en sus funciones al Presidente de la Generalitat, si llega
el caso.
La
horrenda gestión del Partido Popular, facilitada por el abuso de la mayoría
absoluta y el desprecio de los procedimientos democráticos, deja la suficiente
experiencia negativa y el incentivo para actuar, no sólo para desalojarle del
poder cuanto antes sino para acometer una serie de reformas institucionales,
que el país está precisando con urgencia, y corregir en el tiempo más breve
posible los efectos de sus desmanes.
Final
Por el
empeoramiento de las condiciones laborales y de vida, el alarmante aumento de
la desigualdad, el deterioro de las instituciones, la magnitud de la corrupción
(y la impunidad de los corruptos) y, claro está, por la indignación ciudadana, están
dadas varias de las condiciones precisas para empezar a poner término a la
España disuasoria, a la madrastra que maltrata a sus hijos, genera desapego en muchos
ciudadanos y un afecto interesado en los privilegiados, y para tratar de corregir
nuestra ancestral aversión al diálogo y la perpetua afición al estropicio, que
han sido ocupaciones preferentes en los dos últimos siglos.
Un
gobierno de izquierdas en España podría contribuir a cambiar la correlación de
fuerzas en Europa en favor de las corrientes contrarias a la utopía neoliberal,
pero para que tales expectativas empiecen a ser viables, el Partido Popular, el
partido de la crispación, de la privatización, de la opacidad y de la corrupción
no puede volver a gobernar.
En
este momento, el dilema es el siguiente: o España o el Partido Popular, o se
atienden los intereses de las minorías económica y políticamente mejor situadas,
defendidas por Rajoy, o prevalecen las necesidades del resto del país. Este es
el drama.
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