martes, 2 de febrero de 2016

¿7.200.000 millonarios?

Good morning, Spain, que es different

¿Quiénes son las personas que en diciembre hicieron del Partido Popular el partido más votado? En número redondos, 7.200.000 votos son muchos votos, y de poco sirve decir que ese es el techo del PP. Mal consuelo. ¿De dónde proceden esos votos? ¿Qué es lo que asegura la fidelidad de esos votantes, después de todo lo que ha sucedido en la pasada legislatura?
Pueden parecen votantes favorecidos por el Gobierno de Rajoy o personas inmunizadas contra el aumento de la desigualdad, el desequilibrio entre rentas, el paro, las medidas de austeridad, las privatizaciones, el aumento de la pobreza, la ley mordaza, la reforma del Código Penal, el gobernar por decreto, la opacidad y la corrupción, pero son muchos.
En esos votantes hay que empezar a contar los propios afiliados del PP, 800.000 según Rajoy, más sus familias, hijos, parejas, amigos, parientes y círculos de influencia, los beneficiados por las redes clientelares a escala local, provincial, autonómica o nacional y los depredadores de fondos públicos. Hay que pensar que al Partido Popular le han votado los muy ricos, las grandes fortunas, los banqueros, los grandes empresarios, el IBEX 35, los consejos directivos y los accionistas de los oligopolios, las patronales y los círculos de empresarios. En suma, lo más granado del capitalismo español, porque el capital huele a los suyos a pesar del desodorante, y los grandes propietarios rara vez se equivocan al votar.
Otra parte del voto procede de propietarios, ejecutivos, directivos y mandos intermedios de empresas medianas y pequeñas, propietarios de microempresas y negocios familiares y de muchos autónomos ganados por el discurso sobre los emprendedores; también de mucha gente engañada por el espejismo de pertenecer a la clase media, al identifican sus intereses con los de la gran burguesía. También han votado al PP los que creen que la crisis ha sido provocada por la mediocridad de Zapatero y confían en la (infundada) fama de los “genoveses” como buenos gestores -son los que tienen dinero desde siempre y saben cómo administrarlo-  
Otra parte del voto procede de los nuevos individualistas competitivos, de la gente joven seducida por el prestigio del nuevo conservadurismo neoliberal; el voto de los presentes y futuros triunfadores, que tienen como meta la riqueza y el poder como pruebas exclusivas de su valía.
También hay votos de gente trabajadora, de trabajadores cualificados, sobre todo, y de asalariados desencantados de los partidos de izquierda y de los sindicatos; gente desatendida por los que han sido “sus partidos”, que ha dejado de creer en las salidas colectivas y sólo piensa ya en el esfuerzo individual.
Desde otro punto de vista, el voto del PP también procede de gente mayor, conservadora, poco o mal informada, y reacia a los cambios en las costumbres que percibe en la sociedad española.     
Desde el punto de vista ideológico, han votado al Partido Popular tanto personas seducidas por los valores individualistas del credo neoliberal, como personas adeptas a los valores comunitarios del credo católico, porque el PP expresa la contradicción, ya señalada por Marx, de la burguesía moderna, que aspira a ser simultáneamente defensora del orden y de la moral y del desorden económico provocado por la evolución del capital buscando maximizar el beneficio de sus propietarios. Atenuar la contradicción entre ambos objetivos se fía a la labor de la ideología y de la propaganda, tareas en las que el Partido Popular tiene larga experiencia, pues fue fundado por Manuel Fraga, ministro de Información de la dictadura.
Al Partido Popular le han votado los nacionalistas hispánicos y los católicos conservadores, los defensores de la patria, la religión y la familia, que aborrecen los cambios que atentan contra el “orden natural” (divorcio, aborto, matrimonio homosexual, la inseminación artificial, la investigación con células embrionarias, etc), que conciben de modo jerárquico y estable, indisoluble (patria indisoluble y familia indisoluble) y rechazan todo lo que huela a laico o a libertad personal fuera de la admitida por la moral tradicional y las “buenas costumbres”. Aquellos que tienen una concepción autoritaria e incluso totalitaria de la sociedad -todos al mismo paso, con la misma fe y las mismas costumbres-, que confunde la unidad con la uniformidad y donde no hay lugar para el ciudadano, sino para el súbdito que acepta como naturales la jerarquía, el mando, la obediencia y la pertenencia al rebaño sin disentir, sea el mando en la Iglesia, en las relaciones laborales, en el mundo académico y docente y, claro está, en la política.

Los partidos de la izquierda deberían pensar sobre ese resultado electoral y sobre la ciclópea tarea que tienen por delante.

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