viernes, 10 de noviembre de 2017

Preocupante derecha

8. Una derecha incompetente pero exultante
La desorientación y la incompetencia harto probadas no impiden mostrar el alto grado de huera satisfacción hacía sí mismos, que exhiben los miembros del Gobierno y otros fatuos responsables del Partido Popular. Están encantados porque gobiernan, pues ese era el objetivo de la desleal oposición efectuada a Zapatero, pero están cegados por el poder y perdidos en la crisis.
La derecha de siempre ha recuperado la hegemonía. La perdió en favor de la derecha reformista aglutinada por UCD, que al pactar con la izquierda permitió efectuar la transición, pero con el Gobierno de Aznar empezó a recuperarla. Aznar atizó la tensión política para recuperar la iniciativa y restaurar valores, conductas y mitos de la antigua derecha franquista recubiertos por una pátina neoliberal, tomada de los republicanos de EE.UU. y amparada por el auge de la revolución conservadora y el rearme integrista de la Iglesia católica.
La derecha española es neoliberal pero autoritaria y centralista; defiende el mercado libre pero es proteccionista; es patriótica pero renuncia gustosamente a defender la soberanía nacional; se dice popular pero odia a la gente que no es rica; se dice católica pero es beata e inmisericorde, y sigue aferrada a abusos políticos del siglo XIX; las alcaldadas, el caciquismo y la corrupción son actitudes habituales allí donde gobierna. La derecha española se resiste con firmeza a ser democrática, civilizada y laica, o al menos profesar un catolicismo íntimo e indulgente.
Las décadas de hegemonía conservadora en todo el mundo, a las que España no ha escapado, han despojado a los gobiernos, y están despojando a las sociedades, de principios provistos de cooperación, humanismo y solidaridad y los han sustituido por conductas y valores propios del neoliberalismo, como son el egoísmo y la desigualdad, el individualismo patológico, el culto a los fuertes y a los triunfadores, el desprecio hacia los débiles, la competencia feroz y desleal; la condena de lo común y compartido y de lo público y gratuito, y el elogio de lo privado, pagado y exclusivo; la ostentación de la riqueza, la búsqueda del dinero fácil y el triunfo personal en el marco de un capitalismo salvaje, donde el Mercado se vuelve máximo, el Estado social se hace mínimo y el poder político se hace despótico, distante y opaco. Todo ello empapuzado por una moral religiosa hipócrita, intolerante y pacata, impulsada en España por un catolicismo rancio.

Fragmento del artículo "Érase un país desorientado", Trasversales nº 27, octubre, 2012. 


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