3. Un gobierno mediocre
El Gobierno español, que no duda del
modelo que ha quebrado, lo fía todo a restringir los gastos para devolver una
deuda que no cesa de crecer, pero sin gravar fiscalmente a quienes más tienen
para aumentar los ingresos públicos. Las condiciones impuestas por Bruselas al segundo
rescate financiero -unos 100.000 millones de euros, por ahora-, van a cargar
los costes sobre quienes ya soportan, con merma de sus derechos y deterioro de
sus condiciones de vida, las medidas adoptadas para hacer frente a una crisis a
la que no se le ve fin ni solución. Las perspectivas inmediatas son sombrías:
si algo no cambia pronto, a la inmensa de los españoles nos esperan más
recortes; es decir, vivir aún peor, sin otro horizonte que volver a los años
cincuenta del siglo pasado, arrastrando una deuda externa imposible de
devolver.
El Gobierno del Partido Popular -sin líder
ni liderazgo pero autoritario, opaco, mentiroso y protector de la evasión
fiscal- muestra su tuétano conservador, su aversión a los trabajadores, su falta
de visión ante el futuro y su egoísmo de clase al aprovechar la situación para
restaurar el pasado. Su obsesión es conservar los privilegios de las clases
altas y tratar de restablecer los antiguos, repartir de nuevo la riqueza,
despojando de ella a las clases subalternas, y reducir la soberanía de la
ciudadanía con un simulacro de democracia.
El PP no puede proponer una solución
nacional a la crisis porque no la tiene ni la quiere: está sobrado de mentiras
y titubeos, pero falto de un discurso general y de una clara proyección hacia
el futuro que contemple los intereses de todo el país. Ausente de las cámaras,
y con el Congreso reducido a ratificar decretos, los silencios y vacilaciones de
Rajoy son alarmantes, pero sus oscilaciones en la Unión Europea son abochornantes,
pues cambia de aliado según el día (acercamiento al dúo Merkozy, luego a Monti,
a Hollande y de nuevo a Merkel), demora las decisiones y sus discursos son
desmentidos por la realidad. Lejos de generar confianza en los inversores y en
la “troika”, su manera de proceder suscita sospechas sobre lo que, voluntaria o
involuntariamente, esconde, pues los datos sobre la economía española son regularmente
desmentidos por los que ofrecen agencias, auditores y entidades
internacionales, que son peores. El Gobierno está rendido ante la magnitud de
la crisis y trata de ganar tiempo, pero, a pesar del disimulo, espera recibir
instrucciones y socorro financiero de la Unión Europea.
Según el barómetro de Metroscopia del
mes de septiembre, ningún ministro merece el aprobado por su trabajo. El mejor
valorado es Morenés, cuya gestión sólo la desaprueba el 48% de los encuestados,
el peor es Wert, que recibe un rechazo del 69%. El presidente del gobierno
inspira poca o ninguna confianza al 84% de los votantes (el 59% lo son del PP)
y el 89% desconfía de Rubalcaba, líder del principal partido de la oposición.
En el ínterin, su proyecto político,
que recoge las viejas aspiraciones de la derecha autoritaria, se resume en: a)
doblegar a los asalariados para satisfacer a una patronal perezosa, tramposa y
proteccionista, que prospera con ayuda del BOE; b) desmontar el (ya modesto) Estado
del bienestar; c) reducir la democracia; d) ajustar la sociedad a los dogmas de
la moral católica; y e) hacer la vista gorda ante la corrupción y el fraude
fiscal.
La solución que el PP da a la
recesión sólo conviene a una minoría, a una casta intocable e innombrable; es
una insolidaria solución de clase, de una élite ambiciosa y reducida, formada
por los ricos, la Iglesia, altos cargos de la clase política y la oligarquía
que dirige las instituciones, los latifundistas, los grandes empresarios y la
banca, que, contra sus alardes de patriotismo, son quienes no confían en este
país, porque tienen parte de sus intereses (y de su dinero) en el extranjero, a
salvo de las vicisitudes de la maltrecha economía nacional. Todo eso lo sabe,
pero aplica con satisfacción y rigor el programa de la “troika”, porque es el
suyo; sabe también que perjudica a la inmensa mayoría, por eso intenta
manipular la información que está a su alcance y dificultar las muestras del
descontento ciudadano aumentando la represión.
Fragmento del artículo "Érase un país desorientado", Trasversales nº 27, octubre, 2012.
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