El
nacionalismo no es lo que parece; no es lo que los nacionalistas catalanes se
esfuerzan en hacernos creer. En origen, el nacionalismo no indica un conflicto
entre territorios, sino que delata un problema dentro del territorio irredento,
pues expresa un conflicto por el poder como el que puede existir en otros
territorios, pero exacerbado hasta el fanatismo, conflicto que los partidos
nacionalistas tratan de resolver al proyectarlo hacia el exterior y convertirlo
en un problema con el resto del país y particularmente con el Estado.
Para
formar la nación imaginada como una nueva colectividad con intereses y
aspiraciones comunes y específicas, el nacionalismo necesita un opositor, un
enemigo externo cuyos intereses sean mostrados como opuestos a los de la nación
imaginada. Surge así, con el enemigo siempre a la ofensiva (la España
históricamente opresora), la idea de la patria en peligro, cuya defensa exige
subordinar los intereses personales, laborales, profesionales y sociales a la
sagrada causa común. Es decir, acabar con las diferencias ideológicas dentro de
la “nación” o, lo que es lo mismo, subordinar todos los programas políticos al
proyecto de los nacionalistas, so capa de ser tildado de fascista o de
franquista.
El
nacionalismo expresa un conflicto entre ideologías dentro del territorio
reclamado como propio y, por tanto, la lucha por la hegemonía en su interior,
por lo cual, para entender su verdadera raíz no basta con mirar las pequeñas
diferencias con el resto del país, que con suma insistencia señalan los
partidos nacionalistas, sino ver las continuidades y semejanzas con los demás
territorios, así como las diferencias políticas y sociales dentro de cada uno
de ellos, en particular las diferencias de clase, de poder, de renta, de
oportunidades, y atender a las condiciones de vida y trabajo de sus ciudadanos,
que expresan la correlación de fuerzas en el marco de un sistema económico
capitalista no sólo nacional sino internacional, pues no existe una economía
regional o territorial, vasca, catalana, gallega o de donde sea, que dependa
sólo de la producción autóctona y que disponga de un marco independiente de
relaciones económicas y laborales.
En
el aspecto económico, España no es una confederación de comunidades autónomas
que intercambian sus producciones autóctonas, sino un sistema económico
integrado a escala nacional y a escala supranacional, en la Unión Europea, lo
cual no quiere decir que sea armónico y equilibrado.
En
España no existen autarquías regionales que luego puedan ser la base de economías
nacionales de nuevos países independientes surgidos por secesión, sin que con
ello se produzcan desgarros en toda la estructura y, naturalmente, dentro del
territorio escindido (como ocurre con la fuga de empresas y capitales), pues ni
el más pequeño de los negocios depende sólo de la producción local, comarcal o
regional.
Gracias a la revolución en las
comunicaciones, que precede y acompaña al desarrollo industrial, que sólo puede
existir como un sistema (un conjunto de elementos diversos pero relacionados,
que actúan con el mismo objetivo), y al comercio a cualquier escala, la
economía es solo una, y por tanto, los marcos legales y fiscales disponen una
forma dominante de producir, un modelo de crecimiento insertado en el sistema
económico y financiero mundial, que condiciona la utilización de la energía,
las aplicaciones científicas y tecnológicas, la red de suministros, las
infraestructuras, la gestión empresarial, la organización laboral y
profesional, las estrategias de rentabilidad del capital, la distribución y el
abasto de mercancías, la disposición del mercado, el sistema financiero y de
crédito y, claro está, el conjunto de instituciones políticas, jurídicas y
culturales que facilitan el desigual reparto social del excedente obtenido y la
disparidad de oportunidades. Por ello, la ubicación de los habitantes en el
sistema económico, la percepción de rentas, en particular las salariales, que
son las más numerosas, los hábitos laborales, de consumo, de ocio y el tipo de
vida son similares en todo el país (perceptibles cuando se recorre España sin
esquemas preconcebidos) y en casi toda Europa, que está regida por el mismo
sistema económico. Y esto es parte de la molesta realidad, que los
nacionalistas ignoran o desprecian en sus cálculos cuando proponen la
“desconexión” de Cataluña respecto a España mediante una superestructural e
indolora ruptura política.
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