martes, 7 de noviembre de 2017

La molesta realidad económica

El nacionalismo no es lo que parece; no es lo que los nacionalistas catalanes se esfuerzan en hacernos creer. En origen, el nacionalismo no indica un conflicto entre territorios, sino que delata un problema dentro del territorio irredento, pues expresa un conflicto por el poder como el que puede existir en otros territorios, pero exacerbado hasta el fanatismo, conflicto que los partidos nacionalistas tratan de resolver al proyectarlo hacia el exterior y convertirlo en un problema con el resto del país y particularmente con el Estado.
Para formar la nación imaginada como una nueva colectividad con intereses y aspiraciones comunes y específicas, el nacionalismo necesita un opositor, un enemigo externo cuyos intereses sean mostrados como opuestos a los de la nación imaginada. Surge así, con el enemigo siempre a la ofensiva (la España históricamente opresora), la idea de la patria en peligro, cuya defensa exige subordinar los intereses personales, laborales, profesionales y sociales a la sagrada causa común. Es decir, acabar con las diferencias ideológicas dentro de la “nación” o, lo que es lo mismo, subordinar todos los programas políticos al proyecto de los nacionalistas, so capa de ser tildado de fascista o de franquista.
El nacionalismo expresa un conflicto entre ideologías dentro del territorio reclamado como propio y, por tanto, la lucha por la hegemonía en su interior, por lo cual, para entender su verdadera raíz no basta con mirar las pequeñas diferencias con el resto del país, que con suma insistencia señalan los partidos nacionalistas, sino ver las continuidades y semejanzas con los demás territorios, así como las diferencias políticas y sociales dentro de cada uno de ellos, en particular las diferencias de clase, de poder, de renta, de oportunidades, y atender a las condiciones de vida y trabajo de sus ciudadanos, que expresan la correlación de fuerzas en el marco de un sistema económico capitalista no sólo nacional sino internacional, pues no existe una economía regional o territorial, vasca, catalana, gallega o de donde sea, que dependa sólo de la producción autóctona y que disponga de un marco independiente de relaciones económicas y laborales.
En el aspecto económico, España no es una confederación de comunidades autónomas que intercambian sus producciones autóctonas, sino un sistema económico integrado a escala nacional y a escala supranacional, en la Unión Europea, lo cual no quiere decir que sea armónico y equilibrado.
En España no existen autarquías regionales que luego puedan ser la base de economías nacionales de nuevos países independientes surgidos por secesión, sin que con ello se produzcan desgarros en toda la estructura y, naturalmente, dentro del territorio escindido (como ocurre con la fuga de empresas y capitales), pues ni el más pequeño de los negocios depende sólo de la producción local, comarcal o regional.
Gracias a la revolución en las comunicaciones, que precede y acompaña al desarrollo industrial, que sólo puede existir como un sistema (un conjunto de elementos diversos pero relacionados, que actúan con el mismo objetivo), y al comercio a cualquier escala, la economía es solo una, y por tanto, los marcos legales y fiscales disponen una forma dominante de producir, un modelo de crecimiento insertado en el sistema económico y financiero mundial, que condiciona la utilización de la energía, las aplicaciones científicas y tecnológicas, la red de suministros, las infraestructuras, la gestión empresarial, la organización laboral y profesional, las estrategias de rentabilidad del capital, la distribución y el abasto de mercancías, la disposición del mercado, el sistema financiero y de crédito y, claro está, el conjunto de instituciones políticas, jurídicas y culturales que facilitan el desigual reparto social del excedente obtenido y la disparidad de oportunidades. Por ello, la ubicación de los habitantes en el sistema económico, la percepción de rentas, en particular las salariales, que son las más numerosas, los hábitos laborales, de consumo, de ocio y el tipo de vida son similares en todo el país (perceptibles cuando se recorre España sin esquemas preconcebidos) y en casi toda Europa, que está regida por el mismo sistema económico. Y esto es parte de la molesta realidad, que los nacionalistas ignoran o desprecian en sus cálculos cuando proponen la “desconexión” de Cataluña respecto a España mediante una superestructural e indolora ruptura política.


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