domingo, 26 de noviembre de 2017

Revoluciones exóticas (1)

Se cumple este otoño el primer centenario de la Revolución de Octubre en Rusia, la gran convulsión política del recién iniciado y conflictivo siglo XX, cuyas consecuencias se habrían de notar el resto de la centuria e incluso marcarla profundamente, como señala Hobsbawm en su “Historia del siglo XX. 1914-1991”, cuyo final, como siglo corto, hace coincidir con el ocaso de la era soviética.
En Rusia, en medio de la Gran Guerra europea, se había constituido por la fuerza pero inicialmente con escasa violencia, el primer sistema productivo alternativo al capitalismo; una sociedad de trabajadores, gobernada por trabajadores, instituida, en principio, sobre supuestos políticos distintos no sólo a la economía capitalista sino a la sociedad burguesa. Era una teoría llevada a la práctica; una utopía con visos de ser realizada, que inauguraba la oposición ideológica, política y militar entre dos sistemas -capitalista y socialista-, que habría de afectar en el futuro a la vida de millones de personas.
El mundo capitalista y la sociedad burguesa vieron ese alumbramiento con estupor. Del temor a que el ejemplo se extendiera y pusiera en peligro el orden dominante vino el envío de tropas de catorce países en apoyo del ejército de los guardias blancos para acabar con el poder soviético. Fueron derrotadas, pero después de intervenir durante tres años en el conflicto mundial, la guerra civil, aún victoriosa, dejó humana y económicamente exhausta a la nueva Rusia y supuso el primer gran obstáculo a la Revolución, que en buena medida quedaría afectada en su evolución por ese acontecimiento.
En España, para los jóvenes de mi generación, que en los años sesenta estaban en la veintena y vivían empeñados en acabar con la dictadura franquista, la Revolución de octubre de 1917, Revolución Bolchevique o simplemente Octubre, era un ejemplo, lejano pero aún lleno de vigor, sobre lo que se podía hacer para cambiar el mundo y, sobre todo, para cambiar de régimen político; un modelo de revolución proletaria, y el Consejo de Comisarios del Pueblo presidido por Lenin, el primer gobierno obrero de la historia, después del efímero ensayo de la Comuna parisina.
A pesar de la deriva burocrática y de los excesos del período estaliniano, malformaciones presuntamente subsanables, que no tenían por qué repetirse en otras latitudes, Octubre era un ejemplo a imitar, porque era la prueba fehaciente que verificaba la teoría (y la profecía) sobre la Revolución, así con mayúscula, que ya no era una simple palabra, una consigna o una nebulosa posibilidad de cambio, sino el fatal destino de una ley histórica; el modo de cambiar un régimen político de modo favorable a las clases subalternas, plasmado en la toma del poder por los trabajadores y sus aliados; era un cambio drástico que implicaba una ruptura con el sistema político anterior y colocaba las bases para emprender un proceso de profundas reformas que condujera hacia un sistema colectivista, indudablemente mejor, más justo y más igualitario que el capitalismo movido por el ansia de satisfacer el interés material de los individuos y, en particular, de los poseedores de capital.
Las ganas de acabar con la dictadura de Franco y la prisa juvenil por cambiar el mundo abonaban la impaciencia y hacían creer en la posibilidad, más aún, en la necesidad, de promover un cambio político que instaurase, con el gobierno de las clases subalternas, la justicia, la libertad, la fraternidad y un equitativo reparto de la riqueza, y tal cambio sólo podía venir de una revolución triunfante.
Así que los jóvenes izquierdistas de entonces, animados por los sucesos de los tumultuosos años sesenta, buscaron inspiración en las revoluciones triunfantes y Octubre fue una de ellas. Y sin saber mucho sobre Rusia, esa es la verdad, o mejor dicho, desconociendo su larga historia, salvo lo concerniente a los sucesos de 1917, pero convencida por las leyendas que la rodeaban más que por los áridos y polémicos escritos de Lenin y otros bolcheviques, mucha gente joven tomó la otoñal insurrección bolchevique como un modelo, a veces puro, de revolución socialista, y otras veces mezclado con algún aporte más actual.

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Publicado en la revista El viejo topo nº 358, noviembre, 2017.

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