viernes, 10 de noviembre de 2017

Desencanto

7. Una ciudadanía desencantada
Diversos estudios coinciden en señalar la desafección ciudadana respecto a la clase política -la tercera preocupación de la gente después de la crisis y el paro, según el CIS-, inquietante fenómeno que debería formularse al revés: la desafección de la clase política respecto a la ciudadanía, pues es la primera, con su conducta, la que se ha ido alejando de la segunda.
Los ciudadanos han comprobado que los partidos políticos, y en particular los dos mayores, han actuado de modo similar ante la crisis. Ambos han apoyado el modelo de crecimiento, basado en el consumismo y la construcción, y han actuado luego de manera semejante. No han sido capaces de prever los efectos negativos del modelo implantado, ni de enfrentarse con decisión a la crisis cuando se declaró. No han sabido prevenir ni luego corregir el rumbo o detenerlo (pinchar la burbuja inmobiliaria), ni tampoco castigar a los culpables de unos excesos que son notorios y en demasiados casos delictivos. Ambos  han actuado con disimulo y abandono del programa electoral, que ha dejado de ser un mero compromiso formal con los electores.
Desligados de las necesidades de la gente corriente, parece que hacen el favor de sacarla de una crisis descomunal generada por haber gastado por encima de su renta, y que el justo castigo a su derroche sean las estrictas medidas de austeridad selectivamente aplicadas hacia abajo, pues se estima que los ricos han sido mejores administradores, por lo cual merecen la ayuda de fondos públicos para sanear algunos de sus negocios.
Todo ello ha aumentado la desconfianza ciudadana hacia unos gestores de lo público mediocres y manirrotos, cuando no corruptos, que, por otra parte, y con honrosas excepciones, tampoco están a la altura de lo que precisa la difícil situación del país ni de lo que la recesión económica exige a los ciudadanos.
Como en otros momentos de nuestra historia, parece que vamos hacia atrás. En poco tiempo, la derecha está deshaciendo conquistas populares -derechos y formas de vida- logradas con gran esfuerzo a lo largo de mucho tiempo. Con rápidos plumazos -gobierna con decretos- suprime derechos democráticos y garantías sociales, contribuyendo a separar el país, no ya por la ideología política o el credo religioso, que también, sino por la renta.
España se divide en menos ricos más ricos (algunas fortunas figuran entre las mayores del mundo) y más gente pobre -muchos mucho más pobres-, en tanto las clases medias merman en número y pierden poder adquisitivo. Se rompe también el hilo de continuidad entre el país del cercano ayer y el país del futuro, pues las medidas a corto plazo impedirán también la recuperación a largo plazo, que depende de la actividad de generaciones de jóvenes, que, como ciudadanos adultos y autónomos, carecen de presente y de inmediato porvenir. El informe de la OCDE “Panorama de la Educación 2012” coloca a España en la cabeza de la lista de los países europeos con mayor proporción de jóvenes -el 23,7%-, entre 15 y 29 años, que no estudian ni trabajan (ninis) (la media de la OCDE es el 15,8%), y el 29%, entre los que tienen 25 y 29 años. En total 1.900.000 personas. La cifra creció 7 puntos entre 2008 y 2010. En la última década, el abandono escolar fue del 30%, aunque en 2011 descendió al 26,5%.

Se está dibujando un país con un futuro preocupante -más centralista, más autoritario, más injusto y desigual- o se apunta incluso la configuración de otro país debido al aumento de las tendencias centrífugas. La solución de muchos ciudadanos para sobrevivir parece estar marcharse, solos o acompañados en forma de nación independiente, huyendo de la madre patria, que, como en otras ocasiones, vuelve ser una rencorosa madrastra.

Fragmento del artículo "Érase una país desorientado", Trasversales nº 27, octubre, 2012. 

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