7. Una ciudadanía desencantada
Diversos estudios coinciden en señalar
la desafección ciudadana respecto a la clase política -la tercera preocupación
de la gente después de la crisis y el paro, según el CIS-, inquietante fenómeno
que debería formularse al revés: la desafección de la clase política respecto a
la ciudadanía, pues es la primera, con su conducta, la que se ha ido alejando
de la segunda.
Los ciudadanos han comprobado que los
partidos políticos, y en particular los dos mayores, han actuado de modo
similar ante la crisis. Ambos han apoyado el modelo de crecimiento, basado en
el consumismo y la construcción, y han actuado luego de manera semejante. No
han sido capaces de prever los efectos negativos del modelo implantado, ni de
enfrentarse con decisión a la crisis cuando se declaró. No han sabido prevenir
ni luego corregir el rumbo o detenerlo (pinchar la burbuja inmobiliaria), ni
tampoco castigar a los culpables de unos excesos que son notorios y en demasiados
casos delictivos. Ambos han actuado con
disimulo y abandono del programa electoral, que ha dejado de ser un mero compromiso
formal con los electores.
Desligados de las necesidades de la gente
corriente, parece que hacen el favor de sacarla de una crisis descomunal
generada por haber gastado por encima de su renta, y que el justo castigo a su derroche
sean las estrictas medidas de austeridad selectivamente aplicadas hacia abajo,
pues se estima que los ricos han sido mejores administradores, por lo cual
merecen la ayuda de fondos públicos para sanear algunos de sus negocios.
Todo ello ha aumentado la
desconfianza ciudadana hacia unos gestores de lo público mediocres y
manirrotos, cuando no corruptos, que, por otra parte, y con honrosas
excepciones, tampoco están a la altura de lo que precisa la difícil situación
del país ni de lo que la recesión económica exige a los ciudadanos.
Como en otros momentos de nuestra
historia, parece que vamos hacia atrás. En poco tiempo, la derecha está
deshaciendo conquistas populares -derechos y formas de vida- logradas con gran
esfuerzo a lo largo de mucho tiempo. Con rápidos plumazos -gobierna con
decretos- suprime derechos democráticos y garantías sociales, contribuyendo a
separar el país, no ya por la ideología política o el credo religioso, que
también, sino por la renta.
España se divide en menos ricos más
ricos (algunas fortunas figuran entre las mayores del mundo) y más gente pobre
-muchos mucho más pobres-, en tanto las clases medias merman en número y pierden
poder adquisitivo. Se rompe también el hilo de continuidad entre el país del
cercano ayer y el país del futuro, pues las medidas a corto plazo impedirán
también la recuperación a largo plazo, que depende de la actividad de
generaciones de jóvenes, que, como ciudadanos adultos y autónomos, carecen de
presente y de inmediato porvenir. El informe de la OCDE “Panorama de la
Educación 2012” coloca a España en la cabeza de la lista de los países europeos
con mayor proporción de jóvenes -el 23,7%-, entre 15 y 29 años, que no estudian
ni trabajan (ninis) (la media de la
OCDE es el 15,8%), y el 29%, entre los que tienen 25 y 29 años. En total
1.900.000 personas. La cifra creció 7 puntos entre 2008 y 2010. En la última
década, el abandono escolar fue del 30%, aunque en 2011 descendió al 26,5%.
Se está dibujando un país con un
futuro preocupante -más centralista, más autoritario, más injusto y desigual- o
se apunta incluso la configuración de otro país debido al aumento de las tendencias
centrífugas. La solución de muchos ciudadanos para sobrevivir parece estar marcharse,
solos o acompañados en forma de nación independiente, huyendo de la madre
patria, que, como en otras ocasiones, vuelve ser una rencorosa madrastra.
Fragmento del artículo "Érase una país desorientado", Trasversales nº 27, octubre, 2012.
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