sábado, 2 de enero de 2016

Prioridades de las izquierdas (1)

Good morning, Spain, que es different

Aliviar de inmediato el sufrimiento cotidiano de millones de personas y sacar el país del pozo de desigualdad y confusión en que se halla deben ser tareas prioritarias para un gobierno que se declare no sólo de izquierda o progresista, sino únicamente seguidor de los derechos humanos. Pero satisfacer de modo duradero las necesidades de tanta gente cansada, hastiada y empobrecida, y dotarla de expectativas de vida no es posible sin acometer profundas reformas políticas, porque su penosa situación es un efecto de su escaso peso político en un sistema de representación institucional inclinado, por carencias de origen y por vicios de uso, hacia el lado de las clases propietarias, en particular hacia la gran propiedad.
El desigual reparto de la riqueza nacional, el diferente trato salarial, institucional o fiscal que reciben del Estado ciudadanos del mismo país, es decir, con los mismos derechos, no es un resultado aleatorio de la economía de mercado ni una consecuencia de la fatalidad, sino un efecto de una configuración del poder institucional (y extrainstitucional) en la que predomina la asimetría a favor de las clases altas, y en particular, de sus estratos más altos. Los estratos medio e inferior de la clase media han sufrido una importante merma en sus rentas, los asalariados han perdido capacidad adquisitiva y los pobres son cada día más pobres no porque los miembros de estas clases sociales carezcan de méritos o de ganas de salir una situación precaria o de la pobreza, como aducen quienes justifican su despojo o abandono, sino porque, ante el poder público (léase lo de público con todas las reservas), sus necesidades han perdido relevancia frente a los grupos sociales más ricos, que exigen -y consiguen- que el Estado dedique casi exclusivamente su atención y sus recursos a proteger sus intereses.
Los asalariados y los pobres no tienen menos capacidades naturales ni menos ganas de trabajar que los ricos, sino menos poder político. Por ello es necesaria una renovación democrática, pues la recuperación económica es excluyente. Y en caso de concluirse con éxito, ad calendas graecas, puede traer un aumento de la producción, del PIB, de la renta nacional, pero sin una profunda reforma democrática y, por tanto laboral y fiscal (igualdad de cargas y derechos), que aumente el poder de las clases populares, no existe garantía alguna de que la riqueza producida se reparta mejor que ahora.
Si mantiene este camino, la recuperación económica hará crecer la brecha entre las rentas de los más ricos y los más pobres, así que la renovación democrática no es sólo una exigencia para mejorar el enrarecido ambiente político y la gestión administrativa, que sería adelantos respecto a lo que hay, sino una condición para dotar de mayor poder político a los ciudadanos y corregir la tendencia a aumentar la desigualdad. Es más, la recuperación económica y la regeneración democrática están impulsadas por tendencias contrarias, pues mientras la recuperación económica, tal como va, tiene como objetivo prioritario aumentar el beneficio empresarial (aumentar el empleo o los salarios son efectos secundarios), la regeneración democrática, a través de la equidad fiscal, busca recuperar el bienestar y la seguridad que la mayoría de la población ha perdido. 
Pero no hay correcciones igualitarias ni reformas sociales que no cuesten dinero, que se debe pedir a quien lo tiene y más provecho ha obtenido con este estado de cosas, y especialmente a quién más tiene, algo inédito en este país. Este es el momento de recordar a los que alardean de patriotas, que el mejor patriotismo no se demuestra llevando el dinero a Suiza, a Andorra o a las islas Caimán, sino dejándolo en la patria y pagando impuestos, que, por cierto, para los ricos son escandalosamente bajos. Por ello, para convencer a los patriotas tercos, hay que luchar, de verdad, contra el fraude fiscal y la corrupción, como formas aceleradas e ilícitas de enajenar patrimonio nacional y transferir rentas desde las clases asalariadas a las clases altas, y proponer un reparto más equitativo de las cargas fiscales, que ahora recaen excesivamente en las rentas del trabajo y muy poco en las rentas del capital y las grandes fortunas.
La reforma fiscal directamente proporcional a las rentas percibidas debería ser sólo la primera de una serie de medidas tendentes a equilibrar las cargas y las ventajas, tan desigualmente repartidas, que conlleva vivir en esta sociedad y establecer iguales oportunidades de educación y empleo, de derechos y de vida, para acabar con los privilegios por el origen social, de clase, y por la función desempeñada, de “casta”.

(Marzo 2015).

Perdidos. España sin pulso y sin rumbo. Epílogo. 

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