Good morning, Spain, que es different
Hay días en que me gustaría
ser inglés o francés, o americano, o de cualquier otro sitio, menos español y
catalán, que también lo soy.
Esta mañana, España parece un
país grotesco, un teatrillo de títeres movidos por un escondido y perverso maese
Nicolás, un país valleinclanesco, un esperpento.
La infanta Cristina de Borbón,
hermana del Rey, se sienta en el banquillo de los acusados, junto con otros 17
imputados, en un gran proceso para juzgar un supuesto desvío de fondos públicos,
promovido por su marido Iñaki Urdangarín y su socio Diego Torres a través de
una maraña de contratos del Instituto Noos con los gobiernos autonómicos de
Baleares y Valencia y el ayuntamiento valenciano presidido por Rita Barberá,
durante los años de auge económico (la crisis, ¿qué crisis?; el déficit, ¿qué
déficit?; la deuda, ¿qué deuda?).
Es posible que la infanta -miembro
del Instituto, aunque, en 2014, en su declaración ante el juez, afirmó que no
recordaba nada de su labor en él- eluda responder de sus responsabilidades en
el caso, si, como intentan sus abogados defensores, resulta agraciada por la
llamada doctrina Botín, una indulgente interpretación jurídica que benefició a
un ejemplar representante de la nobleza del dinero y que ahora se intenta
aplicar en provecho de la nobleza de sangre.
El esperpento político catalán
imita fielmente al español, pues, no en balde sus clases dirigentes están
cortadas por el mismo patrón, forman parte de la misma clase política y comparten
la misma noción patrimonial del poder público, puesto al servicio de sus propios
intereses y de los de sus allegados más selectos, sea de manera legal, alegal o
ilegal. Cataluña ya tiene President de la Generalitat.
El resultado de las elecciones
plebiscitarias del 27 de septiembre se ha saldado, con prisa y a última hora,
con un apaño o con una faena de aliño, como se dice en el léxico taurino. Aunque
Barcelona sea una ciudad donde están vetadas las corridas de toros (¡la terra
de Balañá!), los gobernantes catalanes
dominan las suertes del arte descrito en el Cossío.
El
presunto plebiscito -“el voto de tu vida”- no tuvo el resultado esperado, pues
los partidos independentistas sólo obtuvieron el 48% de votos, aunque, por la
ley electoral, alcanzaron el 72% de los escaños. A pesar del resultado, decidieron
acelerar la marcha hacia la independencia, que ya no precisaba de referéndum ni
de negociación alguna con el gobierno central
ni de acuerdo en el Congreso, sino que debía decidirse por medio de una
declaración unilateral, aprobada por el Parlament de una Generalitat con un
gobierno en funciones, y alcanzarse en el plazo de un año y medio.
El obstáculo a tantas prisas era
que 10 de esos 72 escaños eran de la CUP, que ya había advertido que no facilitaría
la investidura de Artur Mas como President. Y con estas disquisiciones han
pasado tres meses y han llegado a un curioso acuerdo a pocas horas de expirar
el plazo legal.
Recordemos
que la lista del President, de cara a las elecciones “plebiscitarias”, se
convierte en la lista de Junts pel Sí (Convergencia, ERC e independientes),
encabezada por Raúl Romeva (ex ICV), en la que Artur Mas ocupa el cuarto lugar,
pero es quien debe ser investido y al que la CUP le niega el placet. Para salir
del atasco, Mas (el cuarto de la lista) nombra candidato, no a Romeva (el
primero de la lista), que era lo esperable, sino a Carles Puigdemont, alcalde
de Gerona y presidente de la Asociación de Municipios por la Independencia, que
iba en tercer lugar en la lista por Gerona, y que resulta investido. Artur Mas resume
la operación con una frase antológica -“Hemos logrado lo que las urnas no nos
dieron”-, que le acredita no como un demócrata, sino como un astuto maniobrero.
El
esperpento alcanza también a lo más alternativo de las fuerzas de la izquierda
catalana, la CUP. Una coalición de pequeñas agrupaciones radicales, que se
declara anticapitalista, independentista, democrática y asamblearia y partidaria
de romper cuanto antes y a la brava la relación con España, con la Unión
Europea y con la OTAN. Pero en una sorprendente finta, y sin conocer aún las verdaderas
causas que la han impulsado a ello, si descartamos la enajenación de sus portavoces,
la CUP acepta la renuncia de Mas y apoya la investidura de Puigdemont, a costa
de renegar de su papel opositor y apoyar durante toda la legislatura al nuevo gobierno
de la derecha neoliberal catalana, continuador del de los recortes, de las
privatizaciones y de la corrupción, al que no han cesado de criticar y frente
al cual la CUP se proponía como alternativa ética y política.
Sinceramente, el suicidio
político parece un precio excesivo para lo conseguido, que es privar a Mas de
la Presidencia, pero dejarle vivito y coleando para que siga dirigiendo la
política catalana desde la tramoya.
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