miércoles, 6 de enero de 2016

Predisposiciones (1)

Good morning, Spain, que es different


En la nueva etapa, sería bueno que las fuerzas políticas más comprometidas con las reformas, mostraran determinadas predisposiciones.
La primera predisposición sería la intención de salir de la situación actual. A veces vale casi tanto el resultado obtenido como la intención de alcanzarlo, y en esta coyuntura es un valor a destacar el haber tenido la intención de salir de ella, aunque el resultado no alcance las dimensiones previstas.
Lo importante en esta coyuntura es romper con el abatimiento y la resignación y transformar la indignación -el cabreo- de buena parte de la ciudadanía en un impulso para cambiar este injusto estado de cosas, oponiendo a la confianza en presuntos expertos, a la pasividad y a la resignación predicadas por el Gobierno, la movilización, la participación y la creatividad política de la ciudadanía. 
El Gobierno, volcado en el discurso económico como el único posible, afirma que no hay alternativa a las directrices marcadas por la Unión Europea, una consigna que conduce a la conformidad y a la parálisis de quienes la acepten. Pero hay que romper por algún lado el círculo vicioso de la austeridad para pagar una deuda, que, como no deja de crecer, no permite otro horizonte que aceptar más austeridad. Somos socios y clientes de la Unión Europea, pero parecemos obedientes servidores del poder de la troika bajo la batuta de Ángela Merkel.
Claro está, que el grado de corrupción del Partido Popular es conocido fuera de nuestras fronteras, y con ese currículo el Gobierno no puede exigir en Bruselas mejor trato para España, de la que es una pésima muestra; el Gobierno hace lo que le mandan y obedece sin rechistar para que no le saquen los colores, y además, porque la austeridad que despoja de riqueza y de derechos a las clases subalternas coincide con su programa. La consecuencia es que mientras sigamos ofreciendo la imagen de un país dirigido por presuntos, y en excesivas ocasiones, por reales delincuentes, no podemos esperar otro trato de la Unión Europea. Al revés de lo que afirma Rajoy, con el Partido Popular hay salida a la crisis para la mayoría.
Hay maneras diferentes de “estar” en la Unión Europea: no todos los países asociados se hallan en la situación de España, Portugal o Grecia. Hay grados de dependencia y subordinación respecto al centro de decisiones y se puede -se debe- intentar cambiar de status aún dentro de la eurozona, pero hace falta decisión para cambiar, no sumisión, que es lo que caracteriza al gobierno de Rajoy, encastillado en el propósito de empobrecer España y otros países del sur, cuyos asalariados deben ser los trabajadores asiáticos de Europa, con sueldos bajos, empleo precario, largas jornadas laborales y servicios públicos residuales. Quizá sea ese el destino que la derecha alemana (con la complacencia de la española) nos reserva como país, pero no debe serlo para la izquierda española, al menos sin librar una batalla para intentar evitarlo. Europa no es sólo Alemania, ni los intereses de los países asociados, y mucho menos los de sus trabajadores, coinciden con los del Bundesbank y el partido de Merkel.
Hay que romper por algún lado una situación tan desfavorable, y cuando el gobierno griego ha empezado a moverse en la dirección correcta para aliviar el dogal, hay que sumarse a ese intento.
La segunda predisposición debería funcionar como brújula de la orientación política, en la que el Norte señalaría a los colectivos sociales más necesitados de atención.
Los sujetos preferentes de la acción transformadora de la izquierda deberían ser los peor tratados por las políticas de ajuste aplicadas desde mayo de 2010. Invirtiendo el sentido del interés seguido hasta ahora por el Gobierno del PP, la izquierda, con un plan de emergencia social o algo similar, debería prestar atención preferente hacia las personas situadas en los grados inferiores de la escala social, empezando por los perceptores de rentas más bajas (o de ninguna renta) para ir hacia arriba, restituyendo los derechos perdidos y restaurando condiciones decentes de existencia para todos aquellos cuya vida transcurre en precario (enfermos, dependientes, niños, mujeres con hijos o maltratadas, parados de larga duración, ancianos, jóvenes sin empleo, inmigrantes, desahuciados, infraempleados y asalariados mal remunerados).
Las prioridades de la izquierda deben ser diametralmente opuestas a las de la derecha: primero, atender a los más pobres, a los más precisados de ayuda. Hay que dar la vuelta al lema que utilizó Ronald Reagan -los pobres tienen demasiado y los ricos demasiado poco- para impulsar la llamada revolución conservadora, que llenó de manjares la mesa de los ricos, incluso arrebatando las migajas a los pobres (“La reacción conservadora”, Roca, 2009). 
Todos los estudios sobre la creciente desigualdad en el mundo occidental, en Europa y, desde luego, en España muestran que los ricos tienen cada día más y los pobres cada día menos; los ricos tienen demasiado, para lo que necesitan, y los pobres demasiado poco para vivir con decencia. Por ello la izquierda o las izquierdas no deben renunciar a su mayor ambición, al programa máximo, pero tampoco perder de vista cual debe ser hoy el objetivo inmediato de su acción, que es aliviar la situación de los que peor viven, o sobreviven.
La tercera disposición sería reconocer que no existen soluciones perfectas, aun alcanzables en un futuro lejano. Hay que desconfiar de las soluciones en un futuro perfecto o luminoso -esa es la utopía neoliberal que vende Rajoy para justificar la presente austeridad-, porque hay mucha gente que hoy no puede atender sus necesidades más apremiantes, gente que no puede esperar, para la cual los cambios ya llegan tarde. Por ello no se deben oponer las soluciones perfectas y lejanas a las soluciones medianas e inmediatas, que mejoren la situación actual de millones de personas, aunque no resuelvan del todo el problema de la desigualdad.

La cuarta predisposición alude a la claridad. En circunstancias en que la propaganda y la demagogia provocan tanta confusión, la izquierda debe hacer el esfuerzo de definir su programa y salir de las ambigüedades, en particular en el terreno de los principios que la animan, para señalar claramente con quién está y por qué, y contra qué está y por qué; debe tratar de delimitar los campos y precisar donde se encuentra ubicada, señalar la tendencia que seguirá en sus reformas y la lógica que las preside, es decir debe mostrar con nitidez los valores morales que defiende y los principios políticos que la guían; el alfa y el omega, el origen y el destino de su existencia como alternativa política. No es posible derrotar políticamente a la derecha para efectuar reformas en profundidad sin librar la batalla de las ideas; sin lucha ideológica no es posible disputar la hegemonía al pensamiento neoliberal y conservador. Ni tampoco las reformas son duraderas sin plantear esta lucha. Ese ha sido uno de los errores de la socialdemocracia antes de rendirse al neoliberalismo: hacer reformas pero ceder en el terreno de las ideas y de los valores, el resultado ha sido que los debates con la derecha han sido choques de regate corto, escaramuzas dentro del mismo campo, controversias por el grado, la intensidad o el momento de aplicar ciertas medidas, pero evitando discutir sobre el fondo de las cosas.
En esta situación de desconcierto, que ha llevado a la gente a ciegas a vivir peor como se conducen las reses al matadero, es importante que los ciudadanos perciban el rumbo de los programas de las izquierdas, o el deseable programa de la izquierda, si se lograra acordar uno, pues la nueva política no debe distinguirse sólo por la presunta honestidad de los dirigentes y de los candidatos, que es lo mínimo exigible, sino por la claridad y las metas del programa, por el compromiso de cumplirlo y por mostrar los obstáculos que, en su caso, impidan llevarlo a cabo, que son otras formas de ser honestos y leales con los ciudadanos.

Marzo, 2015.

Perdidos. España sin pulso y sin rumbo. Epílogo (La linterna sorda, 2015).

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