Good morning, Spain,
que es different
En la nueva etapa, sería bueno que las fuerzas
políticas más comprometidas con las reformas, mostraran determinadas
predisposiciones.
La primera predisposición sería la intención de
salir de la situación actual. A veces vale casi tanto el resultado obtenido
como la intención de alcanzarlo, y en esta coyuntura es un valor a destacar el
haber tenido la intención de salir de ella, aunque el resultado no alcance las
dimensiones previstas.
Lo importante en esta coyuntura es romper con
el abatimiento y la resignación y transformar la indignación -el cabreo- de buena parte de la ciudadanía
en un impulso para cambiar este injusto estado de cosas, oponiendo a la
confianza en presuntos expertos, a la pasividad y a la resignación predicadas
por el Gobierno, la movilización, la participación y la creatividad política de
la ciudadanía.
El Gobierno, volcado en el discurso económico
como el único posible, afirma que no hay alternativa a las directrices marcadas
por la Unión Europea, una consigna que conduce a la conformidad y a la
parálisis de quienes la acepten. Pero hay que romper por algún lado el círculo
vicioso de la austeridad para pagar una deuda, que, como no deja de crecer, no
permite otro horizonte que aceptar más austeridad. Somos socios y clientes de
la Unión Europea, pero parecemos obedientes servidores del poder de la troika
bajo la batuta de Ángela Merkel.
Claro está, que el grado de corrupción del
Partido Popular es conocido fuera de nuestras fronteras, y con ese currículo el
Gobierno no puede exigir en Bruselas mejor trato para España, de la que es una
pésima muestra; el Gobierno hace lo que le mandan y obedece sin rechistar para
que no le saquen los colores, y además, porque la austeridad que despoja de
riqueza y de derechos a las clases subalternas coincide con su programa. La
consecuencia es que mientras sigamos ofreciendo la imagen de un país dirigido
por presuntos, y en excesivas ocasiones, por reales delincuentes, no podemos
esperar otro trato de la Unión Europea. Al revés de lo que afirma Rajoy, con el
Partido Popular hay salida a la crisis para la mayoría.
Hay maneras diferentes de “estar” en la Unión
Europea: no todos los países asociados se hallan en la situación de España,
Portugal o Grecia. Hay grados de dependencia y subordinación respecto al centro
de decisiones y se puede -se debe- intentar cambiar de status aún dentro de la eurozona, pero hace falta decisión para
cambiar, no sumisión, que es lo que caracteriza al gobierno de Rajoy,
encastillado en el propósito de empobrecer España y otros países del sur, cuyos
asalariados deben ser los trabajadores asiáticos de Europa, con sueldos bajos,
empleo precario, largas jornadas laborales y servicios públicos residuales.
Quizá sea ese el destino que la derecha alemana (con la complacencia de la
española) nos reserva como país, pero no debe serlo para la izquierda española,
al menos sin librar una batalla para intentar evitarlo. Europa no es sólo
Alemania, ni los intereses de los países asociados, y mucho menos los de sus
trabajadores, coinciden con los del Bundesbank y el partido de Merkel.
Hay que romper por algún lado una situación tan
desfavorable, y cuando el gobierno griego ha empezado a moverse en la dirección
correcta para aliviar el dogal, hay que sumarse a ese intento.
La segunda predisposición debería funcionar
como brújula de la orientación política, en la que el Norte señalaría a los
colectivos sociales más necesitados de atención.
Los sujetos preferentes de la acción
transformadora de la izquierda deberían ser los peor tratados por las políticas
de ajuste aplicadas desde mayo de 2010. Invirtiendo el sentido del interés
seguido hasta ahora por el Gobierno del PP, la izquierda, con un plan de
emergencia social o algo similar, debería prestar atención preferente hacia las
personas situadas en los grados inferiores de la escala social, empezando por
los perceptores de rentas más bajas (o de ninguna renta) para ir hacia arriba, restituyendo
los derechos perdidos y restaurando condiciones decentes de existencia para
todos aquellos cuya vida transcurre en precario (enfermos, dependientes, niños,
mujeres con hijos o maltratadas, parados de larga duración, ancianos, jóvenes
sin empleo, inmigrantes, desahuciados, infraempleados y asalariados mal
remunerados).
Las prioridades de la izquierda deben ser
diametralmente opuestas a las de la derecha: primero, atender a los más pobres,
a los más precisados de ayuda. Hay que dar la vuelta al lema que utilizó Ronald
Reagan -los pobres tienen demasiado y los
ricos demasiado poco- para impulsar la llamada revolución conservadora, que llenó de manjares la mesa de los
ricos, incluso arrebatando las migajas a los pobres (“La reacción
conservadora”, Roca, 2009).
Todos los estudios sobre la creciente
desigualdad en el mundo occidental, en Europa y, desde luego, en España
muestran que los ricos tienen cada día más y los pobres cada día menos; los
ricos tienen demasiado, para lo que necesitan, y los pobres demasiado poco para
vivir con decencia. Por ello la izquierda o las izquierdas no deben renunciar a
su mayor ambición, al programa máximo, pero tampoco perder de vista cual debe
ser hoy el objetivo inmediato de su acción, que es aliviar la situación de los
que peor viven, o sobreviven.
La tercera disposición sería reconocer que no
existen soluciones perfectas, aun alcanzables en un futuro lejano. Hay que
desconfiar de las soluciones en un futuro perfecto o luminoso -esa es la utopía
neoliberal que vende Rajoy para justificar la presente austeridad-, porque hay
mucha gente que hoy no puede atender sus necesidades más apremiantes, gente que
no puede esperar, para la cual los cambios ya llegan tarde. Por ello no se
deben oponer las soluciones perfectas y lejanas a las soluciones medianas e
inmediatas, que mejoren la situación actual de millones de personas, aunque no
resuelvan del todo el problema de la desigualdad.
La cuarta predisposición alude a la claridad.
En circunstancias en que la propaganda y la demagogia provocan tanta confusión,
la izquierda debe hacer el esfuerzo de definir su programa y salir de las
ambigüedades, en particular en el terreno de los principios que la animan, para
señalar claramente con quién está y por qué, y contra qué está y por qué; debe
tratar de delimitar los campos y precisar donde se encuentra ubicada, señalar
la tendencia que seguirá en sus reformas y la lógica que las preside, es decir
debe mostrar con nitidez los valores morales que defiende y los principios
políticos que la guían; el alfa y el omega, el origen y el destino de su
existencia como alternativa política. No es posible derrotar políticamente a la
derecha para efectuar reformas en profundidad sin librar la batalla de las
ideas; sin lucha ideológica no es posible disputar la hegemonía al pensamiento
neoliberal y conservador. Ni tampoco las reformas son duraderas sin plantear
esta lucha. Ese ha sido uno de los errores de la socialdemocracia antes de
rendirse al neoliberalismo: hacer reformas pero ceder en el terreno de las
ideas y de los valores, el resultado ha sido que los debates con la derecha han
sido choques de regate corto, escaramuzas dentro del mismo campo, controversias
por el grado, la intensidad o el momento de aplicar ciertas medidas, pero
evitando discutir sobre el fondo de las cosas.
En esta situación de desconcierto, que ha
llevado a la gente a ciegas a vivir peor como se conducen las reses al
matadero, es importante que los ciudadanos perciban el rumbo de los programas
de las izquierdas, o el deseable programa de la izquierda, si se lograra
acordar uno, pues la nueva política no debe distinguirse sólo por la presunta
honestidad de los dirigentes y de los candidatos, que es lo mínimo exigible,
sino por la claridad y las metas del programa, por el compromiso de cumplirlo y
por mostrar los obstáculos que, en su caso, impidan llevarlo a cabo, que son
otras formas de ser honestos y leales con los ciudadanos.
Marzo, 2015.
Perdidos.
España sin pulso y sin rumbo.
Epílogo (La linterna sorda, 2015).
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