Good morning, Spain, que es different
Y
para que el año entrante sea verdaderamente nuevo, debe, o debería, dejar atrás
muchas cosas obsoletas; es un sinsentido admitir un año nuevo lastrado por
cosas viejas, y es peor todavía tratar de conservarlas, porque sería alargar el
año ido, a pesar de haber cambiado la hoja del calendario.
Entrado
el nuevo año llega el momento de poner en práctica los nuevos o no tan nuevos
propósitos (¡esta vez sí que va en serio!). Cada uno en su casa puede acometer
los cambios precisos para que las cosas viejas cedan su espacio a las nuevas,
para acometer nuevos proyectos que reemplacen a los que han caducado, para
renovar lo que mejor le venga en gana, pero siendo conscientes de que, por
muchos cambios que hagamos en casa, incluyendo la más radical de las
revoluciones domésticas, nuestras vidas seguirán estando determinadas en gran
medida por decisiones tomadas lejos de nuestro alcance, de las que somos y
seremos rehenes. Circunstancias esas que no suelen contemplar los libros de
auto-ayuda, cuyo necesario complemento (o sus sustitutos) deberían serían los
programas políticos de transformación social a través de la concertada y
persistente acción colectiva.
Por
eso, el mejor deseo para el año recién estrenado, el gran objetivo a perseguir
es reducir nuestro grado de dependencia, de servidumbre respecto a decisiones
que vienen impuestas, o dicho de otro modo, aumentar el grado de nuestra
autonomía o, con una palabra más solemne, de libertad.
El
gran sueño de muchos ciudadanos del siglo XXI sigue siendo el viejo programa de
los rebeldes y amotinados de todas las épocas, que intentaron librarse de los
poderes que les oprimían para tratar de gobernar sus vidas por miserables que
fueran. Detrás de las reclamaciones de tierra o de derechos, de los motines del
pan, del rechazo de tributos abusivos, del trato vejatorio o de los castigos
arbitrarios, del trabajo extenuante y de los salarios de hambre estaba la pretensión
de administrar el tiempo del que disponían, el tiempo que tenían concedido entre
los vivos, en ese paréntesis, entre la nada y la nada, de apenas unos instantes
en el tiempo cósmico, en que los humanos pueden soñar con dirigir su existencia
y ser dueños de sus condiciones de vida y trabajo.
El
mejor deseo para el Año Nuevo, el gran sueño, es equilibrar un poco la desnivelada
balanza de la libertad, entre quienes disponen de mucha a costa de los que
disponen de poca o de ninguna, que se corresponde con otra balanza, la de quienes
todo o casi todo lo pueden y los que carecen de un poder semejante, porque
poder y libertad suelen ir emparejados y están repartidos desigualmente.
Por
eso, entre las cosas que deben quedar necesariamente atrás, como un cachivache,
es la mala política, el uso abusivo de las instituciones y de los fondos públicos,
efectuado por un gobierno que no ha dudado en recortar la libertad en todos los
ámbitos posibles del hacer humano (político, laboral, artístico, cultural,
intelectual), mutilando la Constitución a su antojo y manipulando la
información pública.
Debe quedar atrás un Gobierno
viejo y despótico y su programa añejo, aunque sea neoliberal, que no ha servido
para lo que se aducía -reducir el déficit, reducir la deuda externa-, sino para
aumentar las desigualdades sociales y para que millones de españoles vivan peor
que hace dos décadas. Y ojalá, entre, con el nuevo año, la nueva política y con
ella la sensatez, la generosidad y la capacidad para negociar y contemplar el
interés general, en particular el e quienes necesitan socorro urgente en sus
vidas, por encima de las carreras políticas individuales; es decir para que
entre, no sé si por la puerta grande o por la pequeña, un gobierno de
izquierdas. Y entonces sí que podremos aspirar, si no a tener un año más feliz,
al menos no tan amargo como el pasado.
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