Good morning, Spain, que es different
Confieso que no me han sorprendido las dificultades para constituir
las mesas del Congreso y del Senado y configurar los grupos en las cámaras. Acompañadas
de inoportunas declaraciones de unos y otros, de desmentidos, de veladas
amenazas y de intraspasables líneas rojas, que al parecer no lo son tanto, a
los ojos y oídos de los ciudadanos las negociaciones para configurar las cámaras
han estado mezcladas con hipotéticos apoyos (o seguros vetos) a la investidura
del Jefe del Gobierno y a las mismas presiones sobre un posible gobierno, necesariamente
de coalición. Eran de esperar, aunque hubiera sido deseable otro comportamiento
de nuestros políticos, dada la coyuntura.
Lo que sí me ha chocado, aunque no en demasía, debo
reconocerlo, es la rapidez con que los novatos han aprendido las malas mañas de
los partidos viejunos y han entrado en el mercadeo de puestos, promesas y
advertencias a la hora de definir su presencia en los órganos de las cámaras.
Los últimos en llegar pueden intentar cambiar los
reglamentos, claro está, como un signo de regeneración democrática y de su
vocación transformadora, pero lo que no es aceptable, en quienes se proclaman
portadores de una nueva forma de hacer política, es que al llegar a las
instituciones traten, en la medida que puedan, de utilizarlas a su favor,
comportándose como lo han hecho hasta ahora, los vilipendiados partidos de la “casta”.
Los reglamentos pueden y deben cambiarse para mejorar la representación
de los electores y dotar de más vitalidad a las cámaras, que parecen ahogadas
por la ortopedia, pero en tanto llega ese momento, los reglamentos se deben respetar. No es un acto revolucionario ni una
muestra de rebeldía el estirarlos a conveniencia o retorcer su sentido según
componendas y favores, pues tales mañas crean precedentes y con ellos, su
práctica abolición o la interpretación que imponga en cada momento el partido
que más peso tenga en la cámara, que es lo que ha venido ocurriendo.
El mercadeo de prestarse diputados para completar grupos es
una práctica viciosa, que adultera la voluntad de los electores y fomenta el
transfuguismo. ¿Por qué razón debe considerarse que un diputado, que, por las
circunstancias que fueren (algunas poco nobles, la verdad), abandona el grupo
parlamentario del partido en el que ha sido elegido para integrarse en otro o
en el grupo mixto, incurre en la conducta denigrante del “tránsfuga” y no
incurre en la misma conducta un partido que cede diputados a otro grupo? ¿Y por qué razón deben aceptar tal decisión los diputados “transferidos”,
traicionando el programa y las listas que les llevaron al Senado o al Congreso?
En ambos casos -por decisión personal (fuga) o por decisión
del partido (préstamo)- se trata de renunciar al programa y a la lealtad con los electores.
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