sábado, 30 de enero de 2016

El olvido de Pompey


En la filmografía de John Ford hay películas con secuencias memorables, pero una de las que mejor recuerdo por su contenido explícito, por su simbolismo y por la actualidad que conserva, es de la película “El hombre que mató a Liberty Valance” (Ford, 1962).
Liberty Valance (Lee Marvin) es un bandido brutal y pendenciero, que va seguido de dos facinerosos de poca monta, uno es Lee van Cleef, haciendo uno de sus papeles de matón (como en “Sólo ante el peligro”, por ejemplo), antes de ser protagonista o coprotagonista en los westerns de Sergio Leone (“La muerte tenía un precio” o “El bueno, el feo y el malo”), y el otro, interpretado por el también estupendo secundario en papeles de matoncillo de tres al cuerto, es Strother Martin (“Misión de audaces”, “Hannie Caulder” o “Grupo salvaje”). Ambos facinerosos secundan a Valance en los atropellos con los que tiene amedrentados a los habitantes de Shinbone, un villorrio cercano a la frontera de Méjico, al que un día llega el abogado Ransome Stoddard (James Stewart), armado sólo con sus libros, dispuesto a imponer la ley sin utilizar la violencia. Tarea imposible de concluir con éxito, según la opinión del ranchero Tom Doniphon (John Wayne), experto tirador.
La película narra las tensiones entre la fuerza bruta y una legalidad que se va imponiendo lentamente en el Oeste, entre la democracia y la representación política (en medio de dudas, pues, creyendo haber matado a Valance, Stoddard llega a senador), y entre el periodismo y la leyenda (“Cuando la leyenda llega a ser realidad, hay que publicar la leyenda”), pero la secuencia a la que me refiero tiene lugar en la escuela, instalada en la oficina de la estación de diligencias Overland, regentada por otro eficaz secundario (Denver Pyle: "El Álamo", "Misión de audaces"), anexa a la imprenta y redacción del “Shinbone Star”, la gaceta local dirigida por el Dutton Peabody (estupendo Edmond O’Brien), ex empleado de Horacio Greeley (“Ve al Oeste, joven”), como se encarga de recalcar en cuanto tiene ocasión. En tan precaria dependencia, Hallie (Vera Miles) enseña a leer y a escribir a chicos y grandes, mientras Stoddard imparte clases de historia, derecho y política, todo junto. 
La escena es muy hermosa: en la escuela hay niños y niñas blancos y mestizos, y adultos, hombres y mujeres, vaqueros y peones, y Pompey (Woody Strode), un hombre negro, empleado de Doniphon, que casualmente está sentado delante de un retrato de Abraham Lincoln colgado en la pared. 
Stoddard habla de la fundación de Estados Unidos utilizando un artículo del “Shinbone Star” y pregunta si alguien conoce la ley fundamental de la nación. Pompey dice que lo sabe: “Fue proscrita -escrita, le corrige Stoddard-, escrita por Thomas Jefferson de Virginia y la llamó Constitución”. No, Declaración de Independencia, le vuelve a corregir Stoddard. ¿Y qué dice? “Dice -Pompey titubea- que considerando… que estas verdades… son evidentes por sí mismas, y que todos…” -Pompey se detiene-, "que todos los hombres son iguales", dice Ransome concluyendo la frase.
-Lo sabía, señor Ransome, pero se me olvidó de repente.
-No tiene importancia, Pompey; la gente olvida esa parte…  
También la han olvidado los miembros de la Academia del Cine de Hollywood, que, por segundo año consecutivo, sólo han tenido en cuenta a actores y actrices blancos entre los seleccionados a recibir un Oscar. Ante una ceremonia excesivamente “blanca”, Spike Lee, Jada Pinkett, Will Smith y otros actores negros han manifestado que no acudirán a la entrega de los premios.
¿Ves, Pompey, con qué facilidad la gente olvida esa parte…?

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