Good morning, Spain, que es different
El
último eje formulado en el tiempo alude a la satisfacción por el trabajo bien
realizado. Las medidas aplicadas han sido duras, pero el resultado es bueno
porque España está saliendo de la recesión; lo peor ha quedado atrás; no hay
ilusorios brotes verdes como en la etapa de Zapatero, sino un crecimiento con raíces sólidas. Por lo cual, cabe
colegir que las decisiones adoptadas eran dolorosas pero necesarias. El
Gobierno ha hecho lo que tenía que hacer y el resultado es positivo.
Así
se cierra un discurso circular: como no había otra manera de salir de la
recesión que no contuviera esos selectivos sacrificios, los resultados tienen
que necesariamente positivos. Una vez que ha asumido la consigna de que no hay
alternativa, el Gobierno sostiene que las actitudes más adecuadas ante una
situación que exige imaginación y audacia, son la obediencia y el conformismo.
Es
este un discurso falsamente optimista, destinado a elevar la moral en las
propias filas, a preparar el terreno ante las próximas citas con las urnas y a
propagar la buena nueva de la recuperación económica en los mercados; un
discurso que, leyendo sólo el ligero crecimiento en algunos segmentos de la
economía, incluye afirmaciones tan postineras como que España es el asombro del
mundo y la locomotora de Europa.
Pero
es un optimismo infundado. La situación no se endereza porque, gracias a las
ayudas del Estado, grandes empresas mejoren sus resultados y los bancos hayan
saneado sus cuentas, aunque el crédito siga prácticamente congelado.
Después
de haber superado a peor las cifras de Zapatero (más deuda, más paro, menos inversión,
menos producción, menos consumo, menos crédito), el crecimiento es lento,
raquítico y selectivo, pues no alcanza a todos los sectores de la economía y
mucho menos ha llegado a la sociedad: el paro está en el 25% de la población
activa; entre los jóvenes es del 53% y en los licenciados triplica la tasa
media de la OCDE; el empleo nuevo es precario, temporal y mal pagado, con
salarios de hambre (trabajar y ser pobre); la mitad de los parados carece de
subsidio, ha crecido el número de pobres y de marginados, rozamos la deflación
y la sociedad se polariza a ojos vista, porque aumentan las diferencias entre
las rentas más altas y las más bajas. Junto con Rumanía, España es el país de
Europa donde, en menos tiempo, más ha crecido la desigualdad. A estas alturas
va quedando muy claro que, para la mayoría de la población, gobernar es
repartir dolor, como decía Ruíz Gallardón cuando todavía era ministro de
Justicia, pero para otros es repartir beneficios.
Los
pronósticos del FMI, la OCDE y la Comisión Europea no son buenos y aconsejan al
Gobierno moderar sus expectativas para los próximos dos años. Añádase que
algunos economistas admiten que quizá estemos a las puertas de la tercera
recesión, lo cual sería terrible, porque en España aún no hemos superado las
consecuencias de la primera.
La gente, que es quien
importa, no percibe la cacareada recuperación, como muestran las encuestas
sobre sus preocupaciones y sobre la confianza en la economía y en el futuro, en
las que predomina el pesimismo, y como confirman los sondeos sobre preferencias
políticas, en los que, un mes tras otro, el Partido Popular pierde apoyos y la
confianza en Rajoy alcanza cotas grotescas, que ofenderían a un gobernante que
se estimase representativo de los ciudadanos, que no es el caso.
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