Good morning, Spain, que es different
El
discurso económico del Gobierno gira alrededor de cinco ejes temáticos.
El
primero es la herencia recibida; el pesado legado de Zapatero. El segundo es la
necesaria subordinación a los criterios del Fondo Monetario Internacional, la Comisión y el Banco Central europeos. El
tercer eje es la actuación moralista y justiciera del Gobierno, que castiga a
los ciudadanos por haber vivido por encima de sus posibilidades. El cuarto eje
es la justificación preventiva del destrozo: si no se hubieran aplicado las
medidas de austeridad, aún estaríamos peor. Y el quinto, y último en el tiempo,
es la justificación positiva del destrozo: lo peor ya ha pasado, estamos
saliendo de la crisis.
La
herencia recibida es el argumento de más peso utilizado en descargo de las
selectivas medidas de austeridad aplicadas; la letanía a la que el Gobierno no
renuncia ni va a renunciar, pues la utilizó al principio de la legislatura y la
mantendrá hasta el final, ya que es absolutamente necesaria para trasladar al
adversario su responsabilidad en devolver el país a niveles de producción,
consumo, renta y bienestar de hace dos décadas.
El
retroceso de España respecto a los países más desarrollados de Europa reflejado
en las listas que comparan el crecimiento económico en términos de PIB,
salarios, empleo, productividad, educación, investigación y desarrollo, renta
familiar y oportunidades para los jóvenes, o las que comparan igualdad, calidad
de vida y asistencia pública, será exhibido como una de las negativas
consecuencias del mandato de Zapatero, que el Gobierno de Rajoy ha tratado de
paliar, aunque con un resultado moderado.
La
reiterada excusa de la herencia recibida pretende hacer olvidar a los sufridos
ciudadanos que esa herencia viene fijada por la reforma del artículo 135 de la
Constitución, que prescribe la devolución de la deuda externa como prioridad
del Gobierno por encima de necesidades más apremiantes del país. Y que dicha
reforma era una petición de Rajoy, que Zapatero aceptó presionado por la
“troika”. Así que la públicamente denostada herencia se buscó con ganas y se
asumió con gusto, porque permitía aplicar con urgencia y extrema dureza el
programa máximo (y secreto) del Partido Popular.
El
argumento de la subordinación a las disposiciones de la Unión Europea es
contradictorio con la coletilla que repite Rajoy de que España es un gran país, aunque es tan obediente que parece pequeño,
pero es complementario con el anterior para señalar el estrecho margen de
maniobra que el Gobierno de España tiene para actuar, pues no ha podido hacer
lo que quería, sino lo que le han dictado sus socios de la Unión Europea y el
FMI. Y, en un ejercicio de responsabilidad y valentía, el Gobierno ha
reconocido la cruda realidad y ha hecho lo que tenía que hacer.
Las
selectivas medidas de austeridad, además de necesarias, son moralmente justas.
Rajoy asume el cínico discurso de Merkel sobre el excesivo gasto de los alegres
países del sur (con ayuda financiera de bancos alemanes) y atribuye el origen
de la crisis al dispendio de los ciudadanos, que han vivido por encima de sus
rentas recurriendo al crédito. Por tanto, tienen lo que merecen, por haber
gastado más dinero del que poseían.
El
moralismo barato de Rajoy tiene como reverso el despilfarro público de los
lugares donde el Partido Popular gobierna y ha gobernado desde hace
lustros, unido a la corrupción, que no
ha cesado durante los años de crisis, incluyendo la evasión de capital de
algunos de sus dirigentes y los ingresos irregulares percibidos por altos
cargos del Partido y del Gobierno, incluyendo los del propio Rajoy, que
aumentaron el 27% en plena crisis, mientras acusaba a Zapatero de mala gestión.
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