lunes, 17 de noviembre de 2014

Discurso económico 1



Good morning, Spain, que es different

El discurso económico del Gobierno gira alrededor de cinco ejes temáticos. 
El primero es la herencia recibida; el pesado legado de Zapatero. El segundo es la necesaria subordinación a los criterios del Fondo Monetario Internacional, la Comisión y el Banco Central europeos. El tercer eje es la actuación moralista y justiciera del Gobierno, que castiga a los ciudadanos por haber vivido por encima de sus posibilidades. El cuarto eje es la justificación preventiva del destrozo: si no se hubieran aplicado las medidas de austeridad, aún estaríamos peor. Y el quinto, y último en el tiempo, es la justificación positiva del destrozo: lo peor ya ha pasado, estamos saliendo de la crisis.
La herencia recibida es el argumento de más peso utilizado en descargo de las selectivas medidas de austeridad aplicadas; la letanía a la que el Gobierno no renuncia ni va a renunciar, pues la utilizó al principio de la legislatura y la mantendrá hasta el final, ya que es absolutamente necesaria para trasladar al adversario su responsabilidad en devolver el país a niveles de producción, consumo, renta y bienestar de hace dos décadas.
El retroceso de España respecto a los países más desarrollados de Europa reflejado en las listas que comparan el crecimiento económico en términos de PIB, salarios, empleo, productividad, educación, investigación y desarrollo, renta familiar y oportunidades para los jóvenes, o las que comparan igualdad, calidad de vida y asistencia pública, será exhibido como una de las negativas consecuencias del mandato de Zapatero, que el Gobierno de Rajoy ha tratado de paliar, aunque con un resultado moderado.    
La reiterada excusa de la herencia recibida pretende hacer olvidar a los sufridos ciudadanos que esa herencia viene fijada por la reforma del artículo 135 de la Constitución, que prescribe la devolución de la deuda externa como prioridad del Gobierno por encima de necesidades más apremiantes del país. Y que dicha reforma era una petición de Rajoy, que Zapatero aceptó presionado por la “troika”. Así que la públicamente denostada herencia se buscó con ganas y se asumió con gusto, porque permitía aplicar con urgencia y extrema dureza el programa máximo (y secreto) del Partido Popular. 
El argumento de la subordinación a las disposiciones de la Unión Europea es contradictorio con la coletilla que repite Rajoy de que España es un gran país, aunque es tan obediente que parece pequeño, pero es complementario con el anterior para señalar el estrecho margen de maniobra que el Gobierno de España tiene para actuar, pues no ha podido hacer lo que quería, sino lo que le han dictado sus socios de la Unión Europea y el FMI. Y, en un ejercicio de responsabilidad y valentía, el Gobierno ha reconocido la cruda realidad y ha hecho lo que tenía que hacer.
Las selectivas medidas de austeridad, además de necesarias, son moralmente justas. Rajoy asume el cínico discurso de Merkel sobre el excesivo gasto de los alegres países del sur (con ayuda financiera de bancos alemanes) y atribuye el origen de la crisis al dispendio de los ciudadanos, que han vivido por encima de sus rentas recurriendo al crédito. Por tanto, tienen lo que merecen, por haber gastado más dinero del que poseían.
El moralismo barato de Rajoy tiene como reverso el despilfarro público de los lugares donde el Partido Popular gobierna y ha gobernado desde hace lustros,  unido a la corrupción, que no ha cesado durante los años de crisis, incluyendo la evasión de capital de algunos de sus dirigentes y los ingresos irregulares percibidos por altos cargos del Partido y del Gobierno, incluyendo los del propio Rajoy, que aumentaron el 27% en plena crisis, mientras acusaba a Zapatero de mala gestión.

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