Si, en rigor, se puede evitar (incluir
legalmente) la cuestión de la República,
según mi criterio se debería y se podría incluir en el Programa la reivindicación
de concentrar todo el poder político en manos de la representación del pueblo.
Y esto sería suficiente, por ahora, si no se puede ir más lejos.
En segundo lugar -La
reconstrucción de Alemania-. Por una parte es necesario terminar con la
subdivisión en pequeños Estados -intentar revolucionar la sociedad mientras existieran derechos particulares en Baviera y Wurtemberg, así como la Carta de
Turingia, por ejemplo, ofrecería el mismo lamentable aspecto que ahora-. Por
otra parte, es necesario que Prusia deje de existir, que se descomponga en
provincias autónomas, a fin de que el espíritu específicamente prusiano termine
de pesar sobre Alemania. Subdivisión en pequeños Estados, espíritu
específicamente prusiano: los dos polos de la contradicción en la que Alemania
se encuentra encerrada hoy, y en la que cada uno de los polos sirve de excusa y
justificación del otro. ¿Qué es preciso, pues, hacer?
En mi opinión, el proletariado
no puede utilizar más que la forma de república, una e indivisible. En suma, en
el inmenso territorio de los Estados Unidos, la república federal es todavía
hoy una necesidad, si bien ya empieza a constituir un obstáculo para el Este.
La república federal constituirá un progreso en Inglaterra, donde en las dos
islas viven cuatro naciones y donde, a pesar de un Parlamento único, existen
una junto a otra, todavía hoy, tres legislaciones diferentes. En la pequeña
Suiza, la república federal hace tiempo que constituye un obstáculo, sólo
tolerable porque Suiza se contenta con ser un pequeño miembro puramente pasivo
dentro del sistema de los Estados europeos. Para Alemania, una organización
federal sería un retroceso considerable.
Dos
aspectos distinguen un Estado federal de un Estado unitario: primero, que cada
Estado federado, cada cantón, posee su propia legislación civil y penal, su
propia organización judicial; segundo, que junto a la Cámara popular hay una
Cámara representativa de los Estados, en la que cada cantón, pequeño o grande,
vota como tal. En cuanto al primer aspecto, nosotros lo tenemos bajo la forma
de Consejo Federal, y bien podríamos prescindir de él -tanto más cuanto que
nuestro “Estado federal” constituye ya la transición hacia el Estado unitario.
No es de nuestra incumbencia hacer descender de su altura la revolución de 1866
a 1870; por el contrario, nosotros debemos aportar el complemento y la mejoría
necesarios mediante un movimiento de base. Así, pues, República unitaria. Pero
no en el sentido de la República Francesa actual, que no es otra cosa que el
Imperio sin emperador fundado en 1798.
Federico Engels (1891): Crítica
del Programa de Erfurt, Madrid, Ayuso, 1975, pp. 73-75.
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