Hace
años, el ya fallecido Javier Tusell, comentando uno de los habituales
rifirrafes del palenque político nacional, decía que los dirigentes o los
portavoces de los partidos, en una costumbre que no se ha perdido sino al
contrario, se enfrentan en los debates como si estuvieran representando un
papel en una obra de teatro según el arte dramático japonés “kabuki”, en el
cual los actores van maquillados de forma aparatosa o se esconden tras máscaras
horripilantes.
Las
máscaras de nuestros políticos, de unos más que de otros, todo hay que decirlo,
son el exceso de gestos y sobre todo de palabras, a menudo extemporáneas, con
las que parece que quieren asustar al oponente.
El
abuso de las técnicas del kabuki, con declaraciones altisonantes y gestos
ofensivos, acaba por cansar a los espectadores, que se acostumbran a esa distorsionada
y teatral visión de la realidad nacional, y se requiere, entonces, el uso de
máscaras cada vez más agresivas con las que impresionar al oponente y conservar,
al mismo tiempo, el fervor de los seguidores propios.
El
“procés” independentista ofrece una buena muestra de representaciones teatrales
de recio sabor ibérico, como el sainete y el esperpento, con las aportaciones
del drama nipón, adobadas con actuaciones memorables de histriónicos actores,
ellos y ellas, capaces de asumir un papel trágico por un quítame allá esas
pajas.
La
última o penúltima colocación de máscaras -mascarada-, en esta continua representación
de kabukismo, corre por cuenta de Quim Torra, uno de los grandes actores (y los
hay muy buenos) de la Generalitat y su compañía de coros y danzas, ante la
cárcel de Lledoners -el escenario del día-, al decir: “No nos tenemos que
defender de nada, hemos de atacar al Estado español”.
Una
frase memorable, equiparable a “Mi reino por un caballo”, del Ricardo III de
don W. Shakespeare, que podría pasar a la historia si no fuera un completo
disparate, porque la institución que representa al Estado español en Cataluña
es la Generalitat y su máximo responsable es el propio Quim Torra, que la
preside, con lo cual la frase parece pronunciada por un ignorante o por un
perturbado, que invita a los suyos a que le ataquen, ya que es la parte del
Estado español que tienen más cerca.
Dicho
lo cual, otros actores han salido escopetados a escena y se han puesto sus
máscaras más feroces para exigir, kabukísticamente, al Presidente del Gobierno,
que responda a las palabras de Torra aplicando de nuevo el artículo 155 de la
Constitución, porque el Estado merece ser defendido sin demora.
Es
muy serio esto de atacar al Estado español, pero sólo son palabras que preparan
la ofensiva política y teatral de otoño -la gran representación de la Diada, la
Crida y el 1 de octubre- y no son más graves que las de Artur Mas, sobre
engañar al Estado o ir más allá de la ley, o las de Homs, Junqueras, Tardá o
Forcadell, la dama del verbo incendiario.
En
todo este asunto ha habido un exceso de palabras irresponsables por parte de
personas que representan las instituciones catalanas, pero también ha habido
actos -quema de banderas y retratos del Jefe del Estado, agresiones a personas
y partidos no independentistas, pintadas, insultos, destrucción de bienes
públicos y mobiliario urbano, ofensas y desaires institucionales, etc-, que se
han considerado propios de la libertad de expresión cuando gobernaba el Partido
Popular y Rajoy dejaba hacer sin reaccionar, impertérrito detrás de la máscara
taurina de Don Tancredo, pero basta que haya sido desalojado de la Moncloa para
que los suyos exijan a Pedro Sánchez que de inmediato haga lo que el PP no ha
hecho en años.
Hay
que recordar que el 9 de noviembre de 2014 se celebró un refrendo ilegal, previamente
anunciado a bombo y platillo, y no se aplicó el artículo 155. Que los incumplimientos
de sentencias judiciales por parte de la Generalitat han sido muchos y no se ha
aplicado el artículo 155, y que para aplicarlo, tras la declaración unilateral
de independencia, el Gobierno de Rajoy, en un alarde de burocracia propia de un
registrador, solicitó por escrito que Puigdemont lo ratificara, no fuera a
precipitarse y a defender el Estado por un malentendido.
La
idea es chusca sólo de imaginarla: “Señor Puigdemont, President de la
Generalitat, por la presente le solicito que, por escrito y a vuelta de correo,
me ratifique si es usted realmente un rebelde. Reciba un saludo de Mariano
Rajoy, Presidente del Gobierno”. O sea, que el ataque de kabukismo de “míster
máster” está poco justificado.
Tampoco lo está por
parte de Ciudadanos, cuyos dirigentes se rasgan ahora las vestiduras por las
palabras de Torra cuando tuvieron en su mano evitar que llegara a President,
pero, aun siendo el partido más votado en las elecciones de diciembre, parece
que les asustó la posibilidad de gobernar la Generalitat, que era la manera más
efectiva de defender al Estado de posibles ataques en Cataluña. Lo dicho:
exceso de kabuki.Publicado el 23 de agosto, en "El obrero".
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