La Lliga Regionalista surgió
en un contexto de violenta lucha de clases (…) La Lliga era claramente
regeneracionista, pero a diferencia del regeneracionismo de Costa (...) el
regeneracionismo de los nacionalistas catalanes tenía un propósito muy
concreto: llegar al poder, transformar el Estado español para influir en él de
acuerdo con su verdadero peso específico, impulsar la transformación económica
y política de España en sentido capitalista. Es decir, realizar la revolución
burguesa.
Ahora bien, el intento
revolucionario de la burguesía catalana padecía una serie de defectos internos
y externos que viciaron desde el primer momento su propósito: la burguesía
catalana era, de hecho, la única burguesía industrial del país (con excepción
de la vasca…); era, además, una burguesía periférica, condicionada por un
mercado interior pobre y miserable, pero indispensable; una burguesía
presionada por un proletariado combativo y exasperado; una burguesía que
necesitaba el Estado oligárquico para una hipotética expansión colonial y para
conservar el orden público interior; una burguesía debilitada estructuralmente por
la tensión interna entre el desarrollo urbano e industrial de Cataluña y la
subsistencia de instituciones agrarias verdaderamente capitalistas.
Por lo demás, la propia
burguesía entraba en la lucha con intereses no siempre coincidentes. Entre los
industriales textiles (…) los algodoneros, más afectados por la crisis de 1898,
constituyeron el núcleo del movimiento nacionalista, una gran parte de los
laneros, bajo la dirección del conde de Egara, continuaron en el marco político
de la Restauración. Ni siquiera hubo una dinámica uniforme entre los diversos
sectores de la fabricación textil algodonera: entre los hiladores se tendía a
la concentración de empresas y unas veinte o treinta familias controlaban el
sector, con fuertes acumulaciones de capital; en cambio, entre los industriales
tejedores predominaban la pequeña empresa y la propiedad familiar. Los grandes
industriales querían a toda costa un arancel proteccionista y una política de
compromiso con Madrid.
Por otro lado, el campo
catalán se recuperaba difícilmente de la tensión provocada por la crisis de la filoxera.
Aunque el conflicto parecía apagado, no tardaría en estallar con redoblada
fuerza.
Los grandes propietarios,
representados por el Instituto Agrícola Catalán de San Isidro, constituyeron la
correa de transmisión para hacer efectiva la hegemonía política de los hombres
de la Lliga. Pero el precio que exigieron fue la intangibilidad de las
relaciones agrarias y el respeto a las jerarquías tradicionales.
Todo
esto daba a la alta burguesía catalana una gran inestabilidad política y
doctrinal. Era una clase íntimamente reaccionaria que desempeñaba un papel
revolucionario en el contexto hispánico; una clase conservadora y corporativista
que se proponía europeizar, modernizar, liberalizar el país; una clase esencialmente
urbana e industrial, profundamente vinculada a un campo conservador e
inmovilista. Como veremos, la síntesis doctrinal de Prat de la Riba reflejó
estas contradicciones.
J. Solé Tura: Catalanismo
y revolución burguesa, Barcelona, El viejo topo, 2017, pp. 57-58.
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