Diada
2018
Y esto, ¿quién lo paga? Era una pregunta típica
de Jordi Pujol ante cualquier evento que supusiera un gasto que le parecía
excesivo. La pregunta, siempre oportuna en un servidor público, le acreditaba
como un gobernante preocupado por el gasto bajo su control, lo cual ratificaba
el tópico que ha acompañado hasta hace poco a los catalanes como gente prudente
y con una habitual perspectiva económica en los asuntos cotidianos, a veces
excesiva, lo que también les ha dado fama de tacaños. Aunque, después de lo que
se ha visto y oído sobre las cuentas de la familia Pujol y las de la
Generalitat, quizá la pregunta tuviera que ver, también, con la correspondiente
“tasa condal” del 3%. Cualquiera sabe.
Pero, en el día de hoy, esta pregunta retórica
acerca del coste no se refiere tanto al presupuesto de gastos necesario para
celebrar con toda solemnidad el acto, como al objetivo político que lo sustenta,
que es la independencia. La Diada, perdido hace años el tono de fiesta común de
todos los catalanes, refuerza este año el carácter independentista, no
catalanista sino sobre todo independentista.
¿Cuánto puede costar, si se lleva a cabo, la
independencia? Dejando aparte los perniciosos efectos sociales (la
fragmentación de la sociedad) y el coste político, la verdad es que la
independencia ya ha tenido unos costes económicos -la pérdida de turistas, la
fuga y el cierre de empresas-, pero existe otro que es una espada de Damocles
sobre la nueva república, que los independentistas suelen eludir, porque han
presentado la “desconexión” de España, como una operación que sólo podía
reportar ventajas, no sólo políticas y sociales, sino económicas y financieras.
La “desconexión” augurada por Mas más parecía una “desconexión” respecto a la
realidad, porque voluntariamente ignora la abultada deuda pública de Cataluña.
Según datos de la Generalitat, la deuda pública
prevista para 2017 era de 77.000
millones de euros, a los que hay que añadir la deuda de ayuntamientos y
diputaciones, lo que la elevaría, según algunas fuentes, a una cifra que ronda
los 82.000 millones de Euros.
Para financiarse la Generalitat emite títulos de
deuda pública (es decir, con la garantía de la institución), que las agencias
de riesgo califican de bono basura, de la cual Estado español se hace cargo religiosamente
del 70%.
Como hasta el momento de romper, Cataluña formaría
parte de España, en caso de desgajarse tendría que asumir la parte que le corresponde
de la deuda española en función de su participación en el PIB, cifra que, según
unas fuentes, está por encima de 150.000 millones de euros y según otras por
encima de los 180.000. La nueva república nacería con una deuda de entre 25.000
y 35.000 euros per cápita.
La suspendida
ley de transitoriedad prevé que la nueva república se haría cargo de las propiedades
del Estado español en suelo catalán, pero poco dice de asumir el pago de las
deudas pendientes y del coste que supondría la ruptura. Cálculos que deberían
estar más presentes en el discurso de los dirigentes independentistas para disipar
la impresión en los candorosos catalanes de que la independencia será un premio a la constancia.
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