Por
primera vez en la historia del actual régimen democrático, una moción de censura
ha provocado un cambio de gobierno. También por vez primera se ha debido a que un
partido judicialmente sentenciado por corrupción se ha negado a asumir
responsabilidades políticas derivadas de su ilícita y pertinaz conducta.
En
junio, se puso fin al Gobierno del PP, nefasto para las clases subalternas, en
particular para los trabajadores, y para el propio sistema democrático, y el
PSOE llegó a la Moncloa con intención de devolver el prestigio a las
instituciones y normalizar la actividad política mediante la negociación y el
consenso. Con lo cual aparecía la posibilidad de intentar revertir algunos de los
peores efectos de la legislatura de Rajoy y reorientar la política general, a pesar
de la dificultad de gobernar dependiendo de tan distintos y condicionales
apoyos y teniendo, por demás, asegurada la desleal oposición del PP y la de
C’s, que en algún aspecto parece querer rebasarle por la derecha.
No
se puede negar al nuevo gobierno, académicamente bien cualificado y con mayoría
de mujeres, la intención de hacer reformas ni prisa por anunciarlas, lo que ha
llevado con frecuencia a tener que matizarlas o a desdecirse, dando con ello
gratuita munición a sus oponentes, en particular al PP, que, como ya es
habitual, se considera despojado ilegalmente de un poder que cree le pertenece
por naturaleza.
No
obstante, a pesar de la pesada herencia recibida, de los titubeos y teniendo que
negociar de manera permanente con sus dispares aliados, el Gobierno ha mostrado
la intención de abordar un ambicioso programa de reformas, algunas en curso, para
elevar el techo de gasto, restablecer las prestaciones de sanidad para los inmigrantes
residentes, volver a la situación anterior en RTVE, aumentar la inversión en
educación y la financiación autonómica, suprimir el peaje en tramos de
autovías, paliar la subida de la luz, apoyar las energías renovables, gravar el
gasóleo, personarse en el caso de las viviendas públicas malvendidas a fondos
“buitre”, subir los impuestos a las rentas altas y a la banca y bajarlos a las
medianas y pequeñas empresas y algunas otras más. Y también, acabar con el
aforamiento de senadores y diputados, impulsar una ley sobre la eutanasia y
revisar las inmatriculaciones de edificios públicos realizadas por la
Conferencia Episcopal al amparo de un cambio en la ley hipotecaria efectuado
por el gobierno de Aznar. Muchas de ellas son medidas controvertidas que exigirán
complejas negociaciones y renunciar, en no pocos casos, a los máximos objetivos,
por lo cual, dada la oposición que van a ofrecer en las fuerzas de la derecha, parece
necesario el apoyo de la movilización social.
En
lo que se podría llamar normalización o revitalización democrática, y para
soltar lastre del pasado, el Gobierno se propone exhumar los restos de Franco,
entregarlos a su familia y dar otro uso al Valle de los Caídos -en esto también
ha habido cambio de ideas-, apoyar la localización de fosas de la etapa
franquista, facilitar el rescate de restos a las familias y retirar la medalla
y la correspondiente pensión económica al ex policía torturador Juan Antonio
González Pacheco, “Billy el Niño”.
Planes
que dependen, en buena medida, de la aprobación de los Presupuestos Generales, el
gran obstáculo para asegurar la continuidad del Gobierno, aunque la avenencia de Podemos le revela como el socio
más fiable.
Igualmente
el Gabinete de Sánchez ha mostrado su apuesta por la transparencia al
solicitar, tras algún titubeo, la dimisión de dos ministros -Maxim Huerta y Carmen
Montón-, lo que, a pesar de sus críticas, no ha hecho el PP, desalojado del
Gobierno con 29 condenados por corrupción y 5 ministros reprobados por el
Congreso y cuyo nuevo presidente ostenta una dudosa cualificación académica,
sin que se le vea intención de dimitir ni de facilitar la investigación de su máster.
Hay
que mencionar también un drástico cambio de talante respecto al problema del
independentismo catalán, que se aleja de la cerril postura mantenida durante
años por el PP, que califica los encuentros del Gobierno con la Generalitat de
amenazas a la unidad territorial y exige que se aplique el artículo 155 de la
Constitución con cualquier pretexto. Aunque, en el esfuerzo gubernamental por aliviar
la tensión en una situación tan delicada, no han faltado las opiniones
precipitadas y las subsiguientes matizaciones sobre asuntos que dependen de los
jueces. En un otoño lleno de efemérides para los independentistas, la situación
es complicada pero se atisban algunos cambios, tímidos todavía, como la
decisión de la Generalitat de acudir a la mesa de financiación autonómica.
Se
percibe en el Ejecutivo de Sánchez la intención de tener un papel más activo en
el exterior y en el seno de la Unión Europea para llenar el hueco dejado por la
provinciana actitud de Rajoy, de obedecer y callar o de ausentarse, en un
momento en que se está revisando la estrategia comunitaria en varios campos -la
inmigración; el euro, la reorientación del Banco Central sobre la compra de
deuda y los tipos de interés- y la intención de dotarse de más políticas comunes,
o de todo lo contrario. Pues frente a la tendencia federal y, en definitiva, el
fortalecimiento de la Unión, ha emergido una corriente poderosa hacia la
confederación o incluso hacia la desintegración, promovida por partidos y
movimientos populistas de derecha, que gobiernan o han cogido fuerza como
oposición, que propugnan el cierre de fronteras, el nacionalismo y la
xenofobia. Tendencias reforzadas desde el exterior por los gobiernos de Trump y
de Putin, a quienes les interesa que Europa sea un actor político irrelevante
en el foro mundial. El Gobierno español, que con el de Portugal va a la contra
de esa preocupante corriente, puede jugar un papel positivo con otros partidos
progresistas para neutralizar tales intentos.
En
este escenario tan poliédrico, donde se libran batallas simultáneas en muchos
frentes no conviene perder de vista el cercano horizonte electoral, que explica
muchos de los movimientos de los partidos para llegar a mayo de 2019 en las
mejores condiciones posibles, no sólo para ampliar su poder local y autonómico
sino como plataforma para enfrentarse a las elecciones generales de 2020.
El
Gobierno tiene por delante una carrera de obstáculos llena de zancadillas y el
más importante es aprobar los Presupuestos, elevando el techo de gasto en 5.000
millones de euros para aumentar el gasto social, propósito que e l PP y Cs,
mostrando un claro sentido de clase, se esfuerzan en boicotear.
Conseguir que Pedro Sánchez
tire la toalla y llegue a las elecciones habiendo fracasado es la gran baza del
Partido Popular, que no va escatimar esfuerzos ni juego sucio para lograrlo,
por eso el Gobierno debería ajustar su estrategia de comunicación y reducir la
“polifonía”, mejorar la coordinación interna y no dejarse amilanar por las
presiones de sus aliados ni por las maniobras de sus adversarios.
Editorial de Trasversales nº 45.
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