El día 4 de abril de 1968, el dirigente del
movimiento de los derechos civiles, Martin Luther King, murió asesinado en un motel
de Memphis (Tennessee).
En principio se creyó que el autor del disparo,
que le alcanzó en la garganta cuando estaba en la terraza de su habitación, fue
James Earl Ray, un delincuente blanco, proveniente de una familia pobre del
medio oeste, que fue detenido dos meses después en Londres y condenado a 99
años de cárcel, pero luego se retractó de su declaración y apuntó a una
conspiración para asesinar al líder negro en la que él no participó.
La muerte de King se produjo en un momento en
que el movimiento en favor de los derechos civiles alcanzaba un alto grado de
enfrentamiento con las fuerzas del orden y los sectores más conservadores de la
sociedad estadounidense, con elevado número de muertos, heridos y detenidos.
King, miembro de la iglesia baptista e influido
por Gandhi y por Thoreau, dirigía al sector moderado del movimiento, frente a
otro más impaciente por la lentitud con se elaboraban las leyes que debían
dotar a la población negra de los mismos derechos que la blanca, y aún más por
la resistencia que oponía un sector de la sociedad de los blancos a respetarlas.
Si bien es cierto que las cosas habían empezado
a cambiar. El Tribunal Supremo había declarado ilegales algunas formas de
discriminación y había legalizado el matrimonio entre personas de diferente
raza.
Una de las primeras leyes de la presidencia de
Kennedy fue la ley de Afirmación Positiva, que establecía la obligación de no
discriminar a los empleados de color para empresas que trabajaran con la
Administración, que en 1964, con Johnson en la Casa Blanca, se habían suprimido
las restricciones del derecho al sufragio, que la Civil Rights Act of 1964 declaraba ilegal la segregación racial en
lugares, transportes y escuelas públicas, y en empleos e instituciones que
recibieran fondos federales, y que se había creado un Comité para promover la Igualdad
de Oportunidades en el Trabajo, pero los actos de protesta no cesaban ni las
provocaciones de los racistas blancos, ni resistencia de las autoridades en las
ciudades del sur a aplicar las leyes. Ni, por supuesto, la violencia contra
dirigentes y seguidores del movimiento.
Luther King había sido detenido por su
participación en una marcha de protesta, agredido en otra y había recibido en
su casa una bomba que no explotó. En 1965, el diácono bautista negro James
Jackson había recibido dos disparos en otra marcha y poco después un grupo de
racistas blancos mató a golpes al diácono blanco integracionista James Reeb.
En 1963, había sido asesinado Medgar Evers,
dirigente de la Asociación para el Progreso de la Gente de Color (NAACP) y en
ese año una bomba arrojada a una iglesia frecuentada por afroamericanos había
causado la muerte de cuatro niñas y herido a más de 20 personas. En el verano
de 1964, tres defensores de los derechos civiles habían sido asesinados en
Misisipi (la película “Arde Misisipi” reproduce el caso), además de las decenas
de personas muertas en actos de protesta, motines, concentraciones, etc, por la
represión de la policía o por la actuación de organizaciones racistas.
En la célebre marcha a Washington, en el verano
de 1963, ante el Memorial a Lincoln, King había pronunciado su famoso discurso
“Yo tengo un sueño” y en octubre de 1964 había sido galardonado con el premio
Nobel de la Paz. En 1968, aún criticado por los sectores más radicales del
movimiento, ya era una leyenda.
Un adversario suyo en la orientación del
movimiento de los derechos civiles, el activista negro Malcolm Little (Malcolm
X) había dicho de él: “Mis métodos son
radicalmente opuestos a los del doctor Martin Luther King, apóstol de la no
violencia, doctrina que tiene el mérito de poner de relieve la brutalidad de
los blancos respecto a los negros, pero, en la atmósfera que reina actualmente
en América, me pregunto cuál de los dos <extremistas> -el violento
Malcolm X o el no violento doctor King- morirá primero”.
Primero murió Malcolm X,
asesinado por un militante negro, en 1965; después Luther King, asesinado por
un blanco.
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