domingo, 22 de abril de 2018

Morir en Madrid


                                                                                     Al doctor Montes, in memoriam

El doctor Luis Montes ha fallecido en Madrid. Ignoro las circunstancias del óbito, pero espero, por su bien y el de sus allegados, que haya salido de este mundo con serenidad, dignamente, como él quiso que pudiera hacerlo quien quisiera.
El doctor Montes fue una de las víctimas de la particular cruzada que Manuel Lamela, consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid, emprendió en 2005 contra quienes defendían el derecho a morir sin sufrimiento innecesario y, en particular, contra los médicos del Servicio de Urgencias del Hospital Severo Ocho de Leganés. Cruzada que iba directamente dirigida contra la voluntad de los enfermos en situación terminal que desearan acabar dignamente sus días.
Manuel Lamela, abogado, miembro del Partido Popular y católico intransigente, abusando del poder público que su cargo no le otorgaba decidió un día que en Madrid había que morir rabiando de dolor, como prescribe una de las más inhumanas versiones de su fe, que desprecia el supremo mandato del hijo del carpintero de Nazaret: “Amaos unos a otros”.
El dos de marzo de 2005, la Consejería de Sanidad de Madrid recibió una denuncia anónima que acusaba a los médicos del hospital Severo Ochoa de una práctica masiva de eutanasia en el Servicio de Urgencias. El día 11 de marzo, el consejero Lamela, sin más averiguaciones, destituyó a la dirección del hospital, empezando por el jefe de dicho servicio, el doctor Luis Montes, y acusó a ocho médicos de abusar de las sedaciones con enfermos terminales, práctica que pudiera haber derivado en 400 casos de homicidio. 
Después de más de dos años de informes y contra informes, se supo que los 400 casos se reducían a 169, de estos, la llamada Comisión Lamela señaló que en 73 casos existía mala praxis, que produjo la muerte de 20 pacientes. Pero el informe de una comisión de peritos del Colegio de Médicos redujo a 34 los casos de sedación irregular, no de mala praxis, indicando que no era posible afirmar que hubieran podido provocar la muerte de los enfermos. El juez redujo a quince los casos de sedaciones a investigar y tras tomar declaración a imputados y a peritos sobreseyó el caso, decisión ratificada por el Tribunal Superior de Justicia de Madrid.
El honor de los facultativos tan injustamente acusados ha sido rehabilitado, pero en los hospitales de Madrid las cosas no han vuelto a ser como antes, porque ha quedado el precedente de la doctrina Lamela.
Desde entonces, los facultativos de cuidados paliativos son muy cautos para prescribir cuidados paliativos a enfermos terminales, porque temen enfrentarse a una demanda, verse sancionados, imputados en un delito de homicidio y perder el empleo. Por eso en Madrid, la ciudad mártir, donde cada día se vive peor, se muere de mala manera. Con dolor y rabiando, porque lo quiso Lamela, que, desde un cargo directivo en un hospital privatizado por su Partido, no dijo ni  pío sobre cómo se resolvió el famoso caso de los 400 falsos homicidios, que es una prueba evidente de su incompetencia y de su mala fe, en el doble sentido de la palabra.  
Y es que allí donde gobierna, esta derecha salvaje impone su moral particular, que es la que viene directamente de las cavernas de Roma: en Madrid hay que morir rabiando de dolor y en Navarra no se ha podido abortar legalmente durante veinticuatro años. Sólo porque lo quiere la Conferencia Episcopal y así lo dispone su obediente brazo político, el Partido Popular.

Publicado en El obrero

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