viernes, 13 de abril de 2018

El “Procés” no es un “succés”

No ha sido sólo la diferente tipificación de los delitos de sedición y rebelión en las leyes alemanas y en las españolas lo que ha llevado a los desconfiados jueces de Schleswig-Holstein a señalar de manera precipitada el delito por el que se debe imputar a Puigdemont, pues las discrepancias con otras instancias jurídicas europeas y las existentes entre juristas españoles al tratar de calificar penalmente la conducta de los promotores del “Procés” muestran la dificultad de este objetivo.
Tampoco hay acuerdo entre los políticos no nacionalistas, desacuerdo que alcanza también a los ciudadanos. Y una de las razones de esta falta de acuerdo para calificar jurídicamente unas conductas presuntamente delictivas reside, por un lado, en señalar dónde debe detenerse el foco de la justicia, y, por otro lado, en la novedad de los hechos que se deben juzgar.   
Puede que el apresurado dictamen de los jueces germanos y de personas que quitan importancia al suceso por el fracaso obtenido, se deba a fijarse sólo en el desenlace sin contemplar los antecedentes. Y de ahí viene el error de juzgar la conducta de los dirigentes nacionalistas sólo por la responsabilidad contraída al declarar de modo unilateral la independencia, que es el último acto, y además fallido, del “Procés”; es decir, juzgar por el objetivo estratégico no alcanzado, sin tener en cuenta la táctica utilizada para llegar hasta él, del que dicha declaración era sólo la calculada culminación.
Como indica la palabra con que sus promotores han bautizado el camino que debía llevarles a fundar otro país, el “Procés” no es un “succés”; es un largo y complejo proceso, no un suceso.
El “Procés” no es una improvisación ni el desvarío de unos iluminados, que no faltan, sino un desafío programado en el tiempo, incubado en silencio y aplicado con paciencia y firmeza, que se aleja de otros métodos conocidos para alterar el orden constitucional.
No ha sido un pronunciamiento militar, ni un clásico golpe de Estado perpetrado por el ejército, por fuerzas paramilitares o por civiles armados, ni un “putsch” organizado en una cervecería, ni una insurrección armada como la de Barcelona en 1842 o la de Irlanda en 1916 (Easter Rebellion), sino una persistente actitud de desobediencia del Parlament y del Govern de la Generalitat, para ir burlando la legalidad, acompañada por un pacífico movimiento ciudadano, aunque no han faltado episodios violentos.
El “Procés” debe mucho a las unilaterales proclamas de Maciá, en 1931, y de Companys, en 1934, pero también a la movilización constante de los vascos, y a la actuación de minorías militantes en el hostigamiento a los adversarios y en el permanente desafío a la legalidad vigente. Es un movimiento promovido desde la Generalitat, una institución regional que representa al Estado, para subvertir el orden constitucional y dotar a esa misma institución de una nueva legitimidad, directamente emanada de un emergente sujeto político, que se ha proclamado previamente soberano; algo así como un autogolpe de la Generalitat, promovido por el propio Govern para seguir gobernando con otra legitimidad y en otro país recién fundado.   
Este intento de fundar un nuevo país por decisión unilateral de la minoría de ciudadanos de un territorio, se ha despojado de cualquier elemento dramático y se ha presentado pública y engañosamente como una sucesión de ocasiones festivas para participar en familia, algo así como una especie de alegre rebelión para todos los públicos. Y todo esto es lo que se debe tener en cuenta a la hora de emitir un juicio y no sólo el fiasco obtenido por los secesionistas. 

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