miércoles, 25 de abril de 2018

Aquellos claveles…


Otra vez es 25 de abril, y otra vez vuelve el agridulce recuerdo de aquellos cravos vermelhos da liberdade, como cantaba Carlos Puebla en una visita a Portugal; rojos claveles azarosamente convertidos símbolo de la esperanza de cambio, que el movimiento de las fuerzas armadas -MFA- despertó entre los portugueses y las izquierdas de Europa. Pues, una insólita revolución pacífica venía soplar sobre las cenizas aún calientes de la oleada de insumisión juvenil, estudiantil pero también obrera, que había agitado el continente, a los dos lados del muro, a finales de los años sesenta.
La comuna de Berlín en 1967, había continuado en la primavera de Praga y en el mayo francés del 68 y en el otoño caliente italiano de 1969. En los años setenta, la festiva agitación callejera había dejado paso a algo mucho más serio -el terrorismo no nacionalista-, que en Alemania (Rote Armee Fraktion), Francia (Action Directe), Grecia (O. R. 17 Noviembre) e Italia (Brigatte Rosse, Prima Linea), revelaban la prisa y la impotencia de grupos de la extrema izquierda ante el declive del movimiento de masas. A partir de entonces, todo fue más sórdido, más dramático, más dogmático, pues el fracaso de la expectativa de que en los países desarrollados de Europa era posible realizar cambios radicales emulando  exóticas revoluciones del tercer mundo, dio paso a una rabiosa y desesperada reacción contra el Estado burgués, a la que muchos jóvenes se entregaron con espíritu prometeico y la vana intención de doblegarle o de entregar su vida como tributo a un sueño fracasado, casi como un suicidio ante el amor despechado de una revolución esquiva.
El 25 de abril, que venía a compensar en Europa la deriva golpista que poco a poco iba cambiando la faz de América Latina, sorprendió gratamente al “rojerío” español, que vio con alborozo un triunfo que compensaba la caída del gobierno de Allende por el cuartelazo de Pinochet unos meses antes, pero también alarmó al propio régimen franquista en su ocaso, que vio aterrado como caía fácilmente el gobierno de Marcelo Caetano, su socio en el Pacto Ibérico que unía a dos dictaduras que vivían dándose la espalda, bajo la atenta mirada del amigo americano.
La revolución de los claveles influyó en la Transición española, que, tras el asesinato de Carrero Blanco en 1973, ya se alumbraba. En ese verano hizo su aparición pública la Junta Democrática, el PSOE celebraría su congreso de Suresnes en septiembre y el resto de la oposición clandestina, que ya daba señales de vida, se preparaba para lo que ya anunciaba el mal estado de salud de Franco. Su dictadura sería la última en caer de las tres del sur de Europa, ya que la de los coroneles griegos acabó sus días en julio de ese año.  

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